Testigo de la historia, callado, pero hablando a través de sus ojos, los que miraban antaño por el objetivo de su cámara, y a la pantalla desde los tiempos modernos, y a través de su mano, la que aprieta oportuna el botón para capturar eso mismo: la vida. Así lo entiende él, el fotógrafo Fede Merino, con raíces en Getxo y presente en Santurtzi desde hace una década.

“El fotógrafo está comprometido con la realidad, de la que es testigo, intérprete y memoria”, proclama. “Las fotos hablan, son cualquier cosa menos mudas”, añade. Ese espíritu es el que cubre, con sus tapas, su último proyecto: un libro que recoge cientos de imágenes que conversan en silencio con el espectador para retratar lo que acontece. Solo unas letras para ubicar el instante. Fotos en blanco y negro. Nada más. Desde 1971 hasta 2005: los cambios estratosféricos de Bilbao, la cotidianidad más natural en rincones de Getxo, la frenética actividad laboral de Altos Hornos, el Bermeo más arrantzale, las estrellas en el Teatro Arriaga, las vías de ferrocarril de Feve, episodios de La Mancha y también de Andalucía y un larguísimo etcétera.

Hay rostros, hay edificios, hay momentos, hay construcciones, hay paisajes, hay oficios… Eso, la vida. “Para mí, ha sido una pasada, muy emocionante y muy duro de hacer, pero es algo que tenía pendiente desde hace años”, admite Fede. “Es un recuerdo magnífico de todo el camino que he ido haciendo”, señala desde esa senda aún en curso. Su hijo, Karlos, también apasionado de la fotografía, ha efectuado la selección. “A mí, me habría resultado muy complicado, aunque creo que el resultado habría sido muy parecido”, reflexiona Fede. Karlos se ha sumergido, por lo tanto, en ese archivo casi infinito y ha extraído… “¡El 1%!”, sonríe el autor, que claro, atesora material desde 1956 y a partir de ese 2005 que marca el final de esta publicación de más de 500 páginas de extensión y más de 2 kilos de peso. “2005 es cuando dejamos el laboratorio químico que teníamos ambos”, puntualiza el artista.

“Venturosamente, conservamos muy bien los negativos; poder ver así esto significa que estaba bien revelado, bien fijado, y bien lavado para que haya sobrevivido. Si un negativo no se trabaja muy bien desde el principio, se muere, se oxida. Sí que ha habido una labor de reconstrucción en algunos casos muy bestia para ver esto como si fuera una foto recién hecha”, reconoce Fede, acariciando su libro, una obra que podría emprender varios recorridos a partir de ahora: quizás en una exposición, en una biblioteca, como base para aprender la historia más cercana...