La obra de teatro Carmen, nada de nadie acerca el sábado 2 de marzo a las 20.00 horas a Barakaldo Antzokia los principales hitos de la vida de Carmen Díez Rivera, quien fue jefa de gabinete de Adolfo Suárez y eurodiputada, una mujer libre, feminista y arriesgada cuya vida tomó tintes de tragedia griega. Sobre las tablas, la actriz Mónica López encarna el temperamento y el idealismo que marcaron su existencia.

Carmen, nada de nadie profundiza en la biografía de Carmen Díez de Rivera, a quien el escritor Francisco Umbral bautizó como musa de la Transición. Durante el gobierno de Adolfo Suárez, ella ocupó un puesto que ninguna mujer había desempeñado hasta entonces, el de jefa de gabinete de la Presidencia del Gobierno. Independiente y poderosa, fue un personaje clave que ejerció una notable influencia política durante esos años por su cercanía no solo con el presidente sino también con el rey y jefe de Estado, Juan Carlos I. Con todo, fue una mujer valiente, de orígenes aristocráticos, que supo construir y dirigir su propia vida, por encima de sus circunstancias personales y sociales.

Justo Tallón y Miguel Pérez García han escrito la dramaturgia de un montaje dirigido por Fernando Soto, cuyo reparto completan Oriol Tarrasón, Ana Fernández y Víctor Massan. De su mano, el espectador podrá conocer la época y las circunstancias que rodearon a esta extraordinaria mujer nacida en Madrid en 1942. Por su parte, Juanjo Llorens es el responsable del diseño de iluminación, Beatriz Sanjuan ha diseñado el espacio escénico y Paola de Diego, el vestuario.

Mónica López da vida a la protagonista. Sergio Parra

Intensa vida

Para Carmen Díez de Rivera, lo fácil era sencillamente imposible. Desde niña se reveló contra lo que parecía su destino: una vida cómoda siguiendo las convenciones de su tiempo y su entorno familiar. Renunció a los privilegios de cuna y a una vida entre algodones para escribir su propia historia. Y tuvo que pagar el precio que pagaron todas las mujeres que en su generación eligieron la libertad: la soledad y la incomprensión.

Fue tachada de traidora, espía comunista... para tratar de amedrentarla, pero para una mujer que se había forjado en el dolor desde muy joven, rendirse nunca fue una opción.

Su vida fue tan excepcional que tiene paralelismos con las tragedias griegas como Antígona o Ariadna. En el escenario, el personaje protagonizado por Mónica López va desgranando los momentos álgidos de una intensa y desafiante carrera política, fundamentalmente el periodo que trabajó en el Gobierno de Suárez, mientras recuerda los episodios íntimos que marcaron su desdicha y su carácter.

Nacida de una relación extramatrimonial entre Ramón Serrano Suñer, cuñado y ministro de Franco en los primeros gobiernos del dictador, y Sonsoles de Icaza y de León, su existencia estuvo marcada por momentos ciertamente trágicos, como cuando estando a punto de casarse con su novio, hijo de Serrano Suñer, le comunicaron que este era su hermano. Una mentira que su propia familia le ocultó durante casi 18 años y que ella descubrió de la peor forma posible. Presa del dolor por esa confesión, con apenas 18 años ingresó en el convento de Arenas de San Pedro en Ávila.

La memoria de la protagonista alude a tres de las figuras más importantes de la historia española del siglo XX, el propio Suárez, el rey Juan Carlos I y el dirigente del Partido Comunista Santiago Carrillo, dada la vinculación de Díez de Rivera con ellos durante el periodo de la Transición, que desembocó en la legalización del PCE en 1977. Precisamente este es el eje en torno al cual gira la obra.

A tal posición de relevancia política había llegado Díez de Rivera tras formarse en la universidad en Filosofía y Letras y Ciencias Políticas, especializándose en Relaciones Internacionales. Después de estudiar en Oxford y en la universidad parisina de La Sorbona, trabajó en Radio Televisión Española con Adolfo Suárez, durante el tiempo que este dirigió el ente público.

Una vez que abandonó la jefatura de gabinete del presidente del Gobierno, fue elegida eurodiputada a finales de los 80, primero representando al Centro Democrático y Social, el partido fundado por Suárez, y a continuación, tras marcharse de este partido, en el PSOE. Desde este puesto se encargó de temas tan novedosos entonces como ecologismo y por supuesto, feminismo. Murió de cáncer en 1999 a los 57 años.

Con todo, Díez de Rivera luchó, a menudo sola, contra todo y contra todos. Poseedora de una voluntad firme y una mirada inteligente, tuvo siempre el propósito de guiar a su país hacia la democracia. Su fuerza y arrojo en este cometido público contrasta con su tristeza y su incapacidad para encontrar la paz interior, rota desde su adolescencia por el secreto familiar que le atormentaba.

Contexto histórico

La obra, que se estrena el sábado en Euskadi y cuyo título está tomado de la letra de la canción Nada de nada, de Cecilia, recrea el contexto histórico de la vida del personaje, con momentos recogidos en imágenes, audios, canciones y sintonías que confieren a la escena un carácter en cierto modo cinematográfico.

Sobre el escenario, los actores, sus razones y su verdad son el principal foco de atención. Si bien la iluminación, la escenografía y el juego con los objetos son un personaje más, en ocasiones tan importante como el texto a la hora de evocar pasajes. En definitiva, la puesta en escena alimenta el imaginario de quienes vivieron esas épocas y pretende ayudar a los más jóvenes, que no fueron testigos de los hechos, a imaginarlos según su implicación como espectadores. En suma, una puesta en escena al servicio de la acción y del juego actoral.

Un director fascinado por el personaje

La figura de Carmen Díez de Rivera, una mujer para quien las ideas y los ideales estaban por encima de los contextos en los que habitó, fascinó al director de la obra Carmen, Nada de nadie, Fernando Soto. Convencido de que “los principios no tienen un precio, ni siquiera en una sociedad tan monetaria como la nuestra”, alaba al personaje de Carmen por ser “uno de esos seres humanos que no se han sometido (o al menos lo han intentado) y se han sacrificado por los demás, por conseguir un mundo más justo, entendido como una sociedad más empática”. 

Esa lucha de Carmen le sedujo poderosamente, pero al mismo tiempo, este proyecto teatral le permite “hablar de nuestra historia reciente sin los complejos que a menudo parece que nos limitan. Quizá siguen existiendo heridas por cerrar. O puede que nos falte la voluntad por reconocer. En todo caso, la Transición es una etapa fundamental de nuestra historia y eso era un aliciente para mí”, afirma al tiempo que apunta que “es muy constructivo quitarnos los complejos y hablar de las personas que fueron protagonistas de aquellos días. No pretendemos juzgar, sino más bien entender a las personas que creían en la posibilidad de un futuro mejor”.

A su modo de ver, Carmen Díez de Rivera “recoge con gran dignidad la tradición de Don Quijote, la de aquellas personas que invocan los principios más nobles de lo humano, sin importarles que otros puedan considerarles locos o fuera de su tiempo. Porque la utopía no es solo posible, sino necesaria para caminar”.