“Seguro que todas hemos pedido compresas y tampones intentando ocultarlo, poco menos que como si estuviéramos pasando droga”, bromeó Iraia García Santisteban. Las risas cómplices de las mujeres que componían la mayoría aplastante del público denotaron la familiaridad de esta escena. Pese a que en el transcurso de la vida fértil “el tiempo que menstruamos equivale a ocho años y podemos perder 27 litros de sangre” en gran medida persiste el tabú. Incluso la ciencia ha prestado históricamente menos atención al cuerpo femenino, contó la bioquímica zallarra con su compañera, la bióloga Amaia Loibide, durante una sesión de la escuela de empoderamiento en la que derribaron mitos y compartieron los estudios que desarrollan para profundizar en el conocimiento de la endometriosis.

“Existen más de cinco mil eufemismos para denominar a la menstruación”, contó. Sobrevuelan preguntas: “¿Es normal que duela así? ¿Debería sangrar tanto?”. Y es que “las mujeres han sido invisibles para la mayoría de los estudios”, al extremo de que “hasta 1993 no hubo participación femenina en ensayos clínicos, el primer estudio de observación de productos menstruales en el que se empleó sangre data de 2023” y varios medicamentos se han retirado de la circulación tras comprobarse sus efectos adversos en mujeres, apuntó Amaia Irizar Loibide.

“Facilitar la educación menstrual desde la infancia puede ayudar” a eliminar las barreras en torno a problemas para los que a la población femenina le cuesta hallar respuestas. “No es normal que la regla duela”, rebatió Iraia García Santisteban, otro mantra a menudo repetido también en las consultas ginecológicas. Y cuando ocurre “a veces dispensan las pastillas anticonceptivas o el anillo vaginal sin profundizar en la causa” de las molestias hasta que “por ejemplo, intentas tener hijos y no puedes”.

La respuesta en este caso concreto a menudo responde al nombre de endometriosis. “Hace dos o tres años, cuando presenté un cuestionario a alumnado de Ciencias, el 43% no la conocía” desveló, y eso que afecta al menos al 10% de la población femenina que se encuentra en edad reproductiva con un diagnóstico que se demora entre siete y diez años.

El crecimiento del tejido endometrial fuera de su lugar se puede manifestar a través de “dolor pélvico que puede llegar a resultar incapacitante, problemas para concebir, sangrado menstrual excesivo o entre periodos, dolor al orinar, fatiga, estreñimiento o dolor en las relaciones sexuales”. Exámenes físicos, ecografía transvaginal y resonancia magnética pueden ayudar a detectar la enfermedad, aunque la manera más fiable es “mediante laparoscopia”.

Marcador diagnóstico

Por ello, el reto consiste en “identificar un marcador diagnóstico no invasivo” para lo cual Iraia trabaja en un estudio que se sirve de fluido endometrial. “Leí un artículo en 2020 y contacté con Roberto Matorras, jefe de la Unidad de Endometriosis de Cruces. En la investigación con cerca de trescientas mujeres que padecen la enfermedad y que no han localizado un gen potencial” que “debemos validar” con otro grupo.

Con la genética y el factor hereditario pueden influir condicionantes ambientales: “plásticos, envases, juguetes, objetos de cuidado personal, pesticidas, etc.”, enumeró Amaia Irizar Loibide. Pero “necesitamos más evidencia científica y la clave puede residir en nuestra menstruación”, así que están reclutando participantes para otro estudio conjunto que desentrañe dichos mecanismos.