Regentaba un mercado, “similar al de La Ribera de Bilbao”, en El Salvador. De fuertes convicciones políticas, Carolina jamás fue equidistante con los problemas que atravesaba su país. Cuando Nayib Armando Bukele Ortez llegó a la Casa Presidencial del país centroamericano, declaró la guerra a las pandillas criminales que asolaban el país. Con este pretexto, redujo El Salvador a un estado policial, según la ONU. Y, en ese contexto, detuvieron al hijo de Carolina. De aquello han pasado 20 meses y ahora reside en Bilbao, adonde llegó huyendo de un régimen contra el que se han alzado numerosas voces. Nada ha vuelto a ser igual para ella: “Mi vida se paró cuando Bukele encarceló a mi hijo”, sentencia.

En 2021 Nayib Buleke accedió al gobierno de su país y prometió erradicar a las maras del territorio salvadoreño. ¿En qué momento comenzó a oponerse al ejecutivo? ¿Por qué? —

Cuando empezó la campaña para los alcaldes, siendo yo la fundadora de un mercado muy grande, muy importante, me di cuenta de que los candidatos de su partido, Nuevas Ideas, se abocaron a nosotros. Pero nos enteramos de que tenían vínculos con las pandillas que nos estaban extorsionando, porque había lugares en los que solo ellos podían entrar. A partir de la pandemia, su campaña se basó en regalar víveres y en tratar de tapar el tema de las maras con el tema de las misses.

¿Cómo podía tener vínculos con las maras si prometía erradicarlas —

Todos los partidos, toditos, han tenido vínculos con ellas, porque ha sido la única manera de gobernar. Y es que las maras tenían el control de todas las colonias –barrios– de las comunidades, pueblos y ciudades. Él, Bukele, rompió el pacto. Llamamos a ese día el Sábado Negro, porque se asesinaron a más de 70 personas que venían de trabajar en el campo. Eran personas muy pobres que no habían hecho nada para merecer la muerte.

Hábleme del movimiento Presos Inocentes, ¿cuándo empezó a militar en él? —

Se llama MOVIR, Movimiento de Víctimas Inocentes. Surge cuando los padres, las madres, los tíos, las esposas de las personas encarceladas por el régimen empezamos a recoger todas las evidencias de que nuestros familiares son inocentes, porque nunca han estado presos ni han tenido vínculos con las pandillas. Y es que, en ese momento, había personas que llevaban seis meses en la cárcel sin una acusación firme. Todavía siguen allí. Yo me pregunto, ¿cómo es posible que se violenten tantísimo los derechos humanos? Por eso se forma este movimiento. Yo empecé a colaborar cuando detuvieron a mi hijo.

¿Y cuándo ocurrió eso?, ¿qué alegaron los agentes al engrilletar a su hijo? —

Era abril de 2021. Bukele acababa de llegar al país. Un señor muy prepotente nos dijo que teníamos que dar las gracias al presidente por lo que estaba pasando. En ese momento todavía no nos habíamos dado cuenta de que tenían que hacer un número de capturas diarias. Era una obligación, no importaba si la persona detenida era inocente o no. Así, se llevaron a estudiantes, que estaban paseando por la universidad; a funcionarios públicos, que llevaban quince o incluso veinte años trabajando para el Gobierno. No importaba. Hasta la fecha, han muerto hasta 200 personas a manos de los secuaces de Bukele, quien, además, cometió una gran atrocidad: habilitar el 123, un número de teléfono a través del cual se podían hacer denuncias anónimas.

A través de esta vía se han encarcelado a muchas personas. De hecho, los familiares de los presos señalan a sus propios vecinos, con los que a veces mantienen rencillas, como los delatores. ¿Sospecha usted de alguien o, por el contrario, piensa que la detención de su hijo es consecuencia de su compromiso? —

Siempre supe que querían mi cabeza. Yo era un estorbo, porque siempre fui la contraparte del gobierno municipal de la capital. He estado sentada en la mesa del presidente, con su gobierno, cuando se me ha llamado. Y no me he callado nunca. Y les he molestado, por protestar contra las injusticias. Aprovecharon ese momento para hacerme daño –se le quiebra la voz–, a través de mi hijo. Se lo llevaron a comisaría y, al día siguiente, lo subieron a un autobús para internarlo en un centro penitenciario. Estaba tan asustado que le dio un derrame facial y, aún así, se lo llevaron. Lo busqué, lo busqué y lo busqué. Sin éxito. Lo único que supe es que le atendieron unos paramédicos de la Cruz Roja. Al mes, recibí una llamada. Me dijeron que estaba muy mal y que lo habían trasladado a un hospital. Tan solo tenía 24 años –solloza– era un niño completamente sano. A mi hijo no se lo llevaron enfermo. A partir de ese momento, caí en un bucle de ansiedad y depresión. Perdí 125 libras –cerca de 60 kilos– en menos de tres meses y tuve que ser internada en la unidad de psiquiatría.

Pero, aún así, mantuvo su militancia, incluso redobló su compromiso con el movimiento opositor. —

Mi vida se paró cuando Bukele encarceló a mi hijo. Dejé de trabajar, ya no tenía fuerzas, pero jamás dejé de pelear por él. De hecho, mientras sucedía todo esto, los policías empezaron a buscarme. Primero, en mi lugar de trabajo. Después, en mi casa. Más tarde, en todas partes. Querían ficharme y meterme en la cárcel. Vivía perseguida y, por eso, tuve que escapar. Yo dejé mi casa o, más bien la abandoné. Regalé los perros de mi hijo, cerré mi negocio y me fui a la casa de mi madre a dormir a un sofá abandonándolo todo porque no podía parar ahí. Cuando tenía que salir me disfrazaba. Cubría mis ojos con unas lentes oscuras y el resto de mi cara con una mascarilla para que no se me pudiera identificar.

¿Cómo terminó recalando en Bilbao? Descríbame ese proceso.

En septiembre de 2022, pedí a mi hija que regresara de Estados Unidos, donde vivía, para cuidar de la familia. Yo corría peligro. ¿Qué podía hacer por mi hijo si me apresaban? Nada, morirme en la cárcel. Por esas fechas, mi madre tenía un viaje planeado a Europa. Iba a Italia y, después, a Bilbao, donde viven dos de mis primas. Cuando llegué al aeropuerto, me presenté en la Policía para explicarles mi situación. Solicité el asilo, para lo que tuve que volver a juntar un montón de documentos. Acabo de recibir la resolución –positiva– ahora.

¿Cómo fue su proceso de integración en Bilbao?, ¿a qué dificultades tuvo que enfrentarse?

Después de haber sido jefa, tuve que encontrar trabajo. Y fue difícil, porque en un primer momento estuve viviendo en la ciudad de manera alegal. El clima tampoco me ha ayudado. Llueve, llueve y llueve. Para una persona que está atravesando un episodio de depresión, la lluvia no es buena compañera.

¿Y en quiénes encontró apoyo?

—En mis primas y en sus maridos. Sobre todo, en uno de ellos.

Me consta que, desde Bilbao, ha desplegado un auténtico arsenal jurídico para que su hijo quede en libertad. ¿Qué avances ha conseguido llevar a cabo?

Ninguno. Estoy en constante contacto con la abogada, pero no hemos conseguido nada. La hija está ahorita viendo lo de su hermano. Se encarga de llevarle sus cosas personales y ciertos alimentos a la cárcel. Pero nadie puede ver a los presos, lo único que sabemos es que sigue vivo.