Esta semana el Puente Colgante era noticia como consecuencia de una hipotética rotura de la estructura de su travesaño superior que se enseñorea sobre la ría de Bilbao. Una campaña de concienciación con respecto a la economía responsable por parte de BBK ha supuesto que el transbordador sea protagonista de algo que nadie quiere que ocurra pero que sí sucedió, y de forma mucho dramática, durante la Guerra Civil. Así lo atestigua esta imagen tomada desde el tradicional mirador, todavía en servicio, ubicado a la entrada de la localidad jarrillera accediendo por la vieja carretera general desde Sestao.

La imagen la recoge un blog local, monografiashistoricasdeportugalete, y la fecha en la que la data es 1940. Una gran explosión abatió sobre el agua en la madrugada del 17 de junio de 1937 el tablero del transbordador para evitar que las tropas fascistas cruzaran el cauce quedando como testigos tan solo sus pilares erguidos en ambas márgenes.

Fueron más de cuatro años los que se tardó en sacar los restos retorcidos del fondo del cauce y reconstruir el emblemático paso de hierro hasta que el 19 de junio de 1941 se reinauguró el servicio. Los franquistas no perdieron la ocasión de lucir su victoria y, como se observa en la imagen, durante una buena temporada dos banderas con el aguilucho colgaron de un cable enganchado en ambas torres. Pero esta vieja fotografía cuenta muchas más cosas.

Muestra cómo ha evolucionado la villa portugaluja en estas ocho décadas largas, cómo ha crecido todo el frente que se asoma en altura sobre la ría incorporando nuevas construcciones, pero también manteniendo varias edificaciones que atestiguan su historia. La más evidente es la presencia de la basílica de Santa María, referencia religiosa para los fieles de la localidad, que aparte de unas reformas de mantenimiento necesarias por los años transcurridos presenta el mismo perfil que en la actualidad.

También continúa dando servicio esa escalinata que conectaba entonces y ahora la parte alta de la actual calle Sotera de Mier con la zona ribereña del municipio, salvando la boca del túnel de tren que conecta con Santurtzi. La casa residencial colindante, con esas ventanas tan estrechas que parecen saeteras, continua mostrando esa fachada a los curiosos que contemplan desde el mirador el horizonte del Abra Exterior. Son varios los bloques de viviendas que surgieron a caballo entre los dos siglos, el más alto, esa torre de doce alturas pegada el viejo edificio referido. Otros, enfilados por debajo de la endiablada pendiente que queda a sus espaldas y hoy referente de alto standing jarrillero. Una urbanización surgida de la desaparición de los usos portuarios y ferroviarios que mandaron en la explanada durante décadas. En la instantánea, en el viejo muelle, destaca la plataforma que se usaba de embarcadero de las gabarras en las que los vehículos y las aldeanas pasaban de una orilla a otra. Una estructura que ahora continúa con muchos más metros de longitud y pantalanes para embarcaciones deportivas.

También sobresalen los pabellones ferroviarios y el tendido de vías que llegaba hasta la estación, que fue terminal del servicio de ferrocarril de cercanías con la capital. Incluso destaca uno de los trenes cuya parte final de su composición se asoma por detrás del muro del mirador camino de Bilbao. Y si se atina mucho la mirada, se descubre una pequeña garita donde se guarecían los vigilantes para que no hubiera asaltos a las vías ni a las dependencias colindantes. Todo ello ha desaparecido ya hace muchas décadas para disfrutar ahora de un espacio abierto y amplio con el gran parque de La Canilla que marca mucha de la actividad de ocio de la villa.

El que sí permanece incólume es el edificio de la vieja estación ferroviaria. Construida en 1888, con el tiempo se ha convertido uno de los edificios más representativos de la localidad y tras su reforma, que se prolongó durante casi una década, en 2009 fue recuperada para albergar la oficina de turismo y otras dependencias municipales.

Virado a sepia

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