"AQUÍ está la vuestra". Una lluviosa tarde de noviembre, Abel Portilla, presenta en su taller de Gajano (núcleo de población del municipio cántabro de Marina de Cudeyo, cerca de Santander) ante integrantes de Orexinal la campana destinada a la ermita de Kolitza gracias al crowdfunding emprendido en verano por la asociación cultural de Balmaseda y la parroquia de San Severino.

Fundida en bronce, pesa 42 kilos, mide 43,32 centímetros de diámetro en la base y ronda los cuarenta de altura. Orexinal calculó las dimensiones en base al fragmento que halló un vecino asiduo al monte, obnubilado por un haz de luz, casi como en un relato bíblico. A lo que hay que sumar el yugo de madera. Como no va a voltear y no tendrá compañera, Abel se guía “un poco por estética: que entre y luzca bonita”. En cambio, “si hubiera más de una, deberían hacer juego musicalmente”. El hueco en la espadaña vacío desde, se cree que una tormenta destrozara la anterior, ocupa 75 centímetros de ancho por 95 de alto.

“¿Cómo queréis llamarla?” Y al seleccionar de una plantilla del abecedario las letras en cuestión, el heredero de una larga estirpe de artesanos bautiza San Roque a la campana número ochenta que firma en 2023. Escucha atentamente el por qué: se trata de la principal advocación de templo, reconstruido en los años cuarenta tras resultar dañado durante la Guerra Civil. La instalación no resultará sencilla, dos laterales prácticamente se asoman a un precipicio, como le explican con todo lujo de detalles.

Sus manos atesoran la sabiduría aprendida “en casa” y no mienten, sostiene Abel, hábil observador: “Es lo primero en lo que me fijo. En los oficios, las manos decantan si has trabajado”. A él le ayudan a transmitir la historia en objetos que “pueden perdurar siglos”. En este sentido, Balmaseda le evoca los recuerdos de su abuelo y maestro. “Siempre le oí que allí subieron una campana de más de mil kilos y, cuando la habían alzado uno o dos metros se cayó, en aquella época tiraban con bueyes”, describe.

Proceso de Un mes

Reconocido en junio con el premio Richard H. Driehaus de las Artes de la Construcción en la categoría de metal y vidrio por su huella única en más de 5.000 campanas y carillones, invierte aproximadamente “un mes” en el proceso. Antiguamente, “paraban en invierno porque con la humedad no se secaban y las fundían a pie de torre”. Una cruz que acostumbran a grabar en la cara orientada hacia el exterior la reviste de un halo de pararrayos que ahuyenta “presagios, tormentas, demonios, detiene todo”. Y es que las campanas “se bendecían”.

El procedimiento llamado a la cera perdida arranca diseñando una plantilla. Con ella “armamos un molde de ladrillo refractario en forma de bóveda, dejando unos dos centímetros de margen en el borde inferior”. “Con una barreta de hierro cruzada giro como un compás y aplico una mano de barro con paja y boñiga” y cuando seca “le vuelvo a dar hasta que esté fina”. En este punto “ya he conseguido el macho; es decir, el interior de la campana”, que recubre de ceniza. “Venid, que en esta lo podéis apreciar, es importante entenderlo”, enfatiza, antes de proseguir: la ceniza “con agua” persigue “separar un molde del otro”. La tercera mano “de barro y paja va bastante fina”, paja que ejerce un efecto “hormigón”. Es la hora de tornear: “limpio la plantilla, caliento sebo de vaca con resina que lo endurece”. Tras añadir inscripciones y elementos decorativos, “le damos hasta diez manos de barro y docena o docena y media de claras de huevo batidas”. Turno de “la boñiga con barro y después cáñamo que se abraza para armar una estructura que configura un molde de tres o cuatro centímetros”. Introduce calor que “derrite la cera y se graba en este molde”. Después, se cerciora de que “el barro esté seco y se haya ido la cera, colocamos el asa, echamos tierra y le acoplamos una hembrilla donde engancha el badajo”. Levantando la campana por el tercer molde “rompemos el segundo, para liberar un vacío, la bajamos, arrojamos tierra y abrimos dos huecos: por uno entra el bronce y por el otro sale aire”. Con la misma pasión, Abel defiende lo artesano frente a las campanas industriales que “fabrican y abrillantan en apenas dos días” pero carecen del alma con la que él, su hermano y su hijo cuidan de que el mínimo paso en falso no arruine el esfuerzo por completo.

Castillo y Horcasitas

“El problema del patrimonio reside en mantenerlo”, ahonda cuando en Orexinal le relatan cómo surgió la asociación con el fin de poner en valor el Cerro del Castillo y en lo que ha derivado: tres campañas arqueológicas hasta la fecha que redefinen la Balmaseda medieval y carlista.

Han abanderado otras iniciativas de amplio eco dentro y fuera de la villa. Por ejemplo, el rescate de mobiliario y objetos personales del marqués de Buniel para una exposición el año pasado en el palacio Horcasitas que habitó. Mediante un acuerdo con el Ministerio de Cultura y Deporte, el Gobierno vasco subvencionará la catalogación de su biblioteca, de 11.000 libros publicados entre los siglos XVII y XX. La información se guardará en las bases de datos del Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español y se enviará una copia, de consulta en la Red de Lectura Pública de Euskadi. Sintetizado en pocas palabras: sic parvis magna o lo grande nace de lo pequeño, una de las frases que han querido inmortalizar en la campana de Kolitza.