"SED buenos, vamos a Dios. Os esperamos en el cielo". Es la inscripción de la sobrecogedora escultura que se erige hacia el cielo en el panteón de la familia de Emilio Basagoiti (1918) en el cementerio de Getxo. Son las palabras de un padre y de una madre, tras morir por la gripe española, que van dirigidas a sus dos pequeños hijos. Este es uno de los grandes detalles del camposanto getxotarra, donde yacen ilustres apellidos como el propio Basagoiti, De la Sota, Mac Mahon, Echevarrieta... Donde hay arte, donde hay historia... Donde se sitúa el escenario central de la visita guiada llamada Los ritos funerarios, que organiza la Oficina de Turismo de Getxo durante todo el año y que este mes está enmarcada en las Jornadas de Patrimonio. DEIA asiste, junto a la guía Ainhoa Maritxalar y a una veintena de mentes curiosas, a este recorrido por los principales lugares de difuntos del municipio: el actual cementerio y el primitivo, es decir, la iglesia de Andra Mari.

El recinto donde descansan los fallecidos en la actualidad contiene piezas escultóricas impresionantes, como la aludida en el encabezamiento de este artículo. En ella hay tres figuras de bronce que representan el ascenso al cielo de un ataúd que dos mujeres/musas alzan hacia un ángel que lo reclama en las alturas. Abajo, dos estatuas de piedra de un niño, con el brazo hacia arriba señalando, y una niña. Están abrazados y de espaldas sobre una lápida. “En bronce, los padres que ya no están; en piedra, los hijos huérfanos”, matizó Ainhoa. La obra nació de las manos de Miguel García Salazar, y para muchos este es su trabajo más relevante y uno de los conjuntos escultóricos funerarios más destacados de Euskadi.

El panteón de Salvadora Cortina (1914) es otro de los que atrapan la mirada en el cementerio. El mausoleo está conformado por una gruta, en piedra arenisca, que tiene en su interior una tumba. “Su acceso está custodiado por un ángel hacia el que se dirigen tres mujeres que representan las tres Marías, quienes van a buscar el cuerpo de Jesús y se encuentran una losa movida”, apuntó la guía de la visita. Es, en efecto, una alegoría de la resurrección en figuras de mármol blanco que surgió también de la creatividad de García Salazar –enterrado en este cementerio–.

De la Sota y Echevarrieta

En el camposanto se hacen eternos los restos de enormes empresarios getxotarras, como Ramón de la Sota o Cosme y su hijo Horacio Echevarrieta. No reposan, sin embargo, en imponentes mausoleos o junto a esculturas de poderosa belleza. Sus espacios son grandes, pero nada ostentosos. Eso sí, la familia Echevarrieta cuenta con una cripta que en el subsuelo sí presenta elementos artísticos y que, además, cobija un tesoro. “Un mosaico romano original”, desveló Ainhoa. “Lo trajeron desde Málaga porque apareció en unos terrenos que pertenecían a Cosme Echevarrieta”, añadió. El diseño se puede apreciar desde fuera.

No muy lejos de ahí, solo una lápida sobre un rectángulo nutrido de diminutas piedras. Unas letras: Sir Ramón de la Sota. “La única persona con ese título que no es de Reino Unido. Y se lo concedieron porque a Inglaterra le hacían falta barcos para la guerra y se los pidió personalmente a Ramón de la Sota, que les cedió 127”, indicó la guía de este itinerario con viajes al pasado.

Otro punto llamativo del cementerio de Getxo está nada más entrar. Color ante la creación gris y blanca de otros rincones: el policromado de un lateral de la capilla de la familia Galdiz y Hormaechea (1909). En él, aparecen varias mujeres en torno a una cruz. Fue realizado por la casa de azulejos Bayarri sobre un diseño atribuido a Aureliano Arteta.

Pero para localizar los primeros ritos funerarios de Getxo hay que trasladarse a la iglesia de Andra Mari en el barrio que fue el germen de la localidad. Entre los siglos XIII y XVIII se generalizaron los entierros dentro de las iglesias y, con el fin de mantener la secuencia tradicional, cada familia tenía su sepultura en un espacio denominado jarleku. Hoy en día, en una de las fachadas de la iglesia permanecen grabados 166 nombres de baserris de Getxo por orden alfabético, el escudo del municipio y una inscripción en euskera: “Esta casa son las raíces de nuestro ser. Ahora nuestros huesos yacen en paz esperando la resurrección”.

Ahí mismo, en la hierba, hay dos lápidas, una de ellas con símbolos masónicos. “Llegó un momento en el que fue necesario un recinto mayor y más lejos de las casas por cuestiones de salubridad, así que se decidió construir un cementerio como tal”, repasó Ainhoa. Pero fue en Algorta en 1863, en lo que hoy es la plaza Lehendakari Agirre. Fue clausurado en 1907, si bien no fue derribado hasta 1925, y para muchos sigue siendo La campa del muerto. El actual camposanto, el de Nuestra Señora del Carmen, empezó a ser el hogar de los fallecidos getxotarras en 1908.