Un mes después todavía está aterrizando, como si hubiera sido un sueño del que no quiere despertarse. Y no es para menos. Desde su academia en Urduliz, la bailarina de tango Marina Alcalde observa con orgullo los dos premios obtenidos en el campeonato mundial de baile de tango en pista, que se celebró en Buenos Aires del 23 de agosto al 3 de septiembre.

Llevaba cuatro años sin pisar la capital argentina, ese Río de la Plata donde se encuentran los orígenes del tango. Entre medias, una pandemia. Pero la ilusión seguía intacta por las ganas de recuperar el tiempo perdido y retomar esos abrazos pendientes que se construyen en el tango para marcar el tiempo del baile.

Este verano fue el del regreso, nada más y nada menos que para participar en el mundial, el encuentro tanguero más importante del mundo, que además celebró su 20 aniversario. Buenos Aires le recibió a lo grande. En la competición tomaron parte 450 parejas de todo el mundo y Marina y su pareja de baile Carlos Estigarribia destacaron obteniendo un doble premio: el tercer puesto y el de favoritos del público. “Creo que tiene incluso más peso la votación del público”, esgrime agradecida por ese respaldo popular procedente de personas de todo el mundo que votaron a través de internet en la página oficial del festival.

Marina y Carlos demostraron en poco tiempo su complicidad en el escenario emplazado en la Diagonal Norte de la Ciudad con el marco del Obelisco porteño. “A Carlos le conocía de una participación anterior en el mundial, cuando cada uno competimos con otras parejas. Da la casualidad que este año le traje a mi escuela en Urduliz para impartir un seminario e hicimos una exhibición sin ensayar”, relata Marina, que llevaba cuatro años sin competir, desde 2019, cuando también fue finalista en el mundial.

La complicidad fluyó desde el primer momento entre ellos en un ejercicio en el que la improvisación es predominante y ahí radica, precisamente, su mayor dificultad. Ambos se quedaron con buenas sensaciones y, posteriormente, el pasado mes de mayo a Marina le sonó el teléfono. Al otro lado estaba Carlos, desde Italia, con una propuesta arriesgada. “Me dijo: ¿Marina harías una locura? ¿te presentarías al europeo conmigo?”. En un primer momento, Marina tuvo sus dudas. “Le dije que apenas habíamos bailado dos veces juntos”. Sin embargo, acabó volando al país transalpino, donde se disputaba la competición, y finalmente quedaron en novena posición. Al acabar el campeonato, Carlos le volvió a proponer una nueva locura. “¿Y si vamos al mundial?”. Marina no se le pensó dos veces y accedió. Estuvieron entrenando intensamente durante mes y medio para preparar la cita mundialista en Buenos Aires. “A nivel individual ya tenemos una trayectoria, pero lo que es la pareja se consigue con los años”, explica Marina.

La academia Abrazándonos se ubica en Urduliz. M.A.

El trabajo conjunto, breve pero intenso, acabó dando sus frutos. “Cuando hay un cuidado hacia el otro, un respeto y una admiración, las cosas se consiguen”, indica.

Durante la competición tuvieron que bailar varias rondas delante de distintos jurados. Primero se clasificaron para semifinales, donde se citaron 130 parejas. Su habilidad y desempeño les permitió superar una nueva criba y accedieron a la final junto a otras 40 parejas. Una vez que se sacudió los miedos iniciales, Marina disfrutó de la experiencia de volver a vivir una competición tan importante. “Lo viví con mucha ilusión y con una gran motivación”, relata. Tenía además el apoyo de Carlos, que ha sido subcampeón del mundo en dos ocasiones. “Tenía mucha confianza en mí y la verdad que entre los dos hemos formado un gran equipo”, agrega.

Una experiencia que, en cierto modo, fue una liberación. Volver a vivir ese sueño latente le permitió olvidar el periodo de inactividad por la pandemia y la pospandemia en la que tuvo que centrarse en “volver a levantar” su academia, Abrazándonos, que abrió hace siete años en Urduliz, y donde da clases a diferentes grupos. “La gente tenía ganas de volver a bailar, pero había otras personas que tenían miedo. Por eso ha costado un tiempo que vuelva todo a la normalidad”, indica. Precisamente, debido a las restricciones derivadas de la crisis sanitaria, puso en marcha una nueva modalidad de baile, el tango en barra, en el que no se necesita pareja. “Fue de las pocas cosas positivas de la pandemia. Bailaba todos los días en la ventana de mi casa y subía los vídeos a redes sociales. Cuando ya pudimos salir compré unas barras para la academia y entonces vi que había muchas mujeres que se animan a bailar el tango en barra porque o bien no tienen pareja para bailar o quieren perfeccionar su técnica. Creo que darles esa opción, aunque sea diferente, fue una propuesta muy positiva”, apunta.

Inmersa ya en el nuevo curso y las clases, así como en los nuevos compromisos que van saliendo, Marina se siente “en paz” tras haber vivido un verano muy intenso. “El año que viene nos gustaría volver a competir a ver si logramos ese puesto que tantas ganas tenemos”, desvela. Sin embargo, hasta entonces quiere seguir disfrutando de esta pasión por el baile que entró en su vida hace dos décadas y que le ha llevado a instalar la cultura tanguera en Urduliz a más de diez mil kilómetros de distancia de sus orígenes. “Carlos muchas veces me pregunta a ver cómo ha podido llegar hasta Urduliz el tango”, sostiene.

Y la respuesta no es otra que la perseverancia de Marina, su amor por este baile y su pasión por compartir su conocimiento que le han llevado a superar todas las dificultades que se iban poniendo en su camino. “Pese a todos los contratiempos nunca he bajado la cabeza porque me encanta bailar”, concluye.