El 30 de abril publiqué aquí un artículo que titulé igual que la conferencia y el libro que el profesor y arqueólogo cántabro, Manuel García Alonso, tituló El patrimonio etnoarqueológico de nuestras montañas. Fue un tanto técnico y me propuse revisar la bibliografía que tengo y contar de nuevo algo sobre estos duros pastores vecinos nuestros. En la Vega de Pas, lugar muy frecuentado por montañeros vascos, destacan tres municipios: San Pedro del Romeral, San Roque de Riomiera y Vega de Pas. Este año he acudido dos veces para estar con pasiegos y visitar Brañas, recogiendo información etnográfica.

En uno de los viajes en compañía del retuertarra Koldo Zuloaga, nos hospedamos por casualidad en la Casa de Don Guzmán, en Vega de Pas. Javier Gómez Arroyo, además de ser su propietario, es historiador y un gran investigador de los pasiegos y en tanto nos cruzamos cuatro palabras ya estábamos sentados y por mi parte cogiendo apuntes.

Me regaló y dedicó tres libros de los que ha editado. El primero, Pasiegos emprendedores, su huella en la historia (Librucos, Santander 2018) El segundo, Crónicas pasiegas, retazos de una gran historia (Librucos, Torrelavega 2021) y, el tercero, La colección de grabados pasiegos (Museo Etnográfico de Cantabria, Santander 2019). Con anterioridad habíamos estado con Sandalio, Luis Campuzano, un eterno hijo de Dios dedicado en su vida a atender a los pobres y necesitados, acogiéndoles y enseñándoles un oficio. Luis instauró la Pasión Viviente de Castro Urdiales cuando era párroco de la villa. Tengo la suerte de ser amigo de Sandalio desde hace 40 años y sólo con su mirada, aprendo. En Lloreda de Cayón nos presentó a Antonio Fernández Cobo (87 años) y a su hija María Ángeles Fernández Fernández (50 años). Su madre se llamaba Rosario Fernández Cobo. Los tres pasiegos nacidos por supuesto en su cabaña correspondiente.

Antonio vio la luz en el barrio de Riaño, en el pintoresco pueblo de Esles. Su hija, en otra cabaña en Roscario a 600 metros de altitud. Nos montamos todos en el vehículo de Koldo y subimos a la montaña a ver las cabañas, que ya las pobres en muchos casos están en ruinas.

Pero éramos cinco, falta por citar el majete de Santiago Gutiérrez Pérez Cobo (67 años), que como el mismo nos contó, tiene ocho apellidos pasiegos. Su madre, Victoria Pérez Ortiz (1921–2007) también pasiega.

Fue una gozada estar con ellos unas cuantas horas escuchando su sabiduría montañesa y, además, les hizo ilusión que alguien se preocupara por la durísima vida que han llevado sin comodidad alguna y con demasiado frío.

Los pasiegos son gente muy reservada. Son fuertes y duros. Sus animales conocen las sendas y caminos y no hace falta llevarlos de las riendas. El uso del cuévano era muy frecuente antes, los prados eran de mucha pendiente y un animal con carga podía matarse. Trabajaban las laderas de maravilla, no hacían bancales o terrazas, lo suyo no era el cultivo, sino la leche, la magnífica mantequilla y los quesos.

El uso de la vara alta de avellano bien curado era común. Con ella iban donde hiciera falta. Saltaban arroyos, cavidades del terreno, cualquier obstáculo, pozas, y, si era preciso, muretes de piedra, que separan cada finca. Con el palo avanzaban mucho y en poco tiempo bajaban donde hiciera falta.

En el precioso Santuario Mariano de Nuestra Señora de Valvanuz hay un extraordinario museo de las amas de cría, pasiegas que iban a Madrid y alimentaban a los niños de familias muy ricas, para que el bonito pecho de sus madres no se estropeara con la lactancia. Con los primeros sueldos de estas pasiegas compraron las primeras vacas frisonas que llegaron a Cantabria a mediados del XVIII.

Pueblo muy laborioso, se casaban entre ellos. Tenían muy poca comunicación exterior y una vida aislada. Algunos fueron excelentes contrabandistas de tabaco. Eran reconocidos pastores, traficantes y nómadas. Sobrios y dando gran valor al honor, callados y reservados. Tenían su propio medio de comunicación por silbidos y un ayayay muy curioso, en el que metían chillidos y palabras para comunicarse de cabaña a cabaña.

Por último, cabe destacar que las brañastambién, llamadas brañizas, son zonas de montaña donde pasta el ganado en alturas de mil a miltrescientos metros, normalmente comunales, en la práctica de la trasteminancia del ganado vacuno.