Alazne Olabarrieta, txupinera aquel 1983; Txema Carrero, que cumplía nueve años ese 26 de agosto, y dos comparseros que estuvieron al pie del cañón, José Mari Amantes y Salus San José, recuerdan cómo vivieron aquellos días aciagos.

José Mari Amantes

Comparsero de Moskotarrak

“El barrio que más me impactó fue el Peñaskal”

En 1983, José Mari Amantes era el representante de Moskotarrak en la Comisión de Fiestas. Todos los días, sus componentes se reunían para comer en el Casco Viejo y repasar las tareas de cada uno. Pero aquel viernes, Día de Disfraces, se quedó en su casa, en Fernández del Campo. El teléfono sonó a media tarde. “Baja porque puede haber una riada”, le trasladaron. Serían como las seis de la tarde y salió sin darle demasiada importancia. Empezó a preocuparse cuando, pasando por Hurtado de Amezaga, vio agua salir de las cristaleras del muro de la estación de Abando pero fue al alcanzar el puente de El Arenal cuando fue consciente de la gravedad. “El agua venía muy revuelta, muy fuerte, arrastrando muchísimas cosas. No era solo agua, era ya una cosa rara”, ilustra. “Nadie sabía lo que teníamos que hacer. Fue pura improvisación; según se iban sucediendo las cosas se iban tomando decisiones. La gente se organizaba como podía”. A José Mari le tocó ir a la estación de La Naja, donde la gente se estaba reuniendo para ver cómo bajaba el agua. “El mirador de la estación estaba repleto y era muy peligroso, porque el agua estaba muy arriba y arrastraba de todo. Imagínate unos chavales de 20 años diciéndoles a aquellas personas que se tenían que ir...”.

José Mari Amantes, comparsero de Moskotarrak. Pablo Viñas

Llegada la noche, le tocó volver a casa a descansar para volver a la mañana siguiente, yendo de zona en zona de la ciudad intentando ayudar en todo lo que estuviera en su mano, a medida que les informaban de que se necesitaba esto o aquello en una área o en otra. “Las comparsas teníamos mucha capacidad para movilizar gente, no solo comparseros. Hacían falta palas, picos, buzos, escobones... El dueño de un taller de la calle Egaña dio permiso para intentar forzar la cerradura y, si no podíamos, la tiráramos abajo. Alguien donó palas pero no había palos; sacamos nosotros los que teníamos de Santa Ageda. Si hubo algo que destacó fue la solidaridad y cómo se volcó la gente. Todo el mundo hacía lo que estaba en su mano”. Estuvo en el Ayuntamiento, repartiendo agua potable en una ciudad que se había quedado sin suministro; en la Sociedad Bilbaina, intentando conseguir generadores con los que suplir la falta de energía eléctrica; en el colegio de los Jesuitas de Indautxu, donde se había montado un hospital de campaña, se habilitaron aulas como dormitorios y cocinas donde se repartía comida a las personas que lo habían perdido todo... “Muchos vecinos acogieron en sus casas a familias que se habían quedado en la calle”, ensalza. Pero entre toda aquella tragedia, una de las imágenes que más impactaron al ahora veterano comparsero fue el Peñascal. “Fue la situación más dramática que vi; en el Casco Viejo había mucha gente ayudando pero allí solo estaban los vecinos. Vi salir de una chabola a un matrimonio mayor angustiado detrás de un inodoro que se llevaba el agua... Me impactó muchísimo; el barro y la piedra llegaba a los tejados de algunas casas. No se veían los portales”.

Alazne Olabarrieta

Txupinera 1983 Mamiki

“En cuanto amaneció salimos a ayudar”

Para Alazne Olabarrieta, 1983 es un año para recordar. “Con sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas, pero con experiencias positivas”, afirma. Comparsera de Mamiki, era la txupinera aquella Aste Nagusia del diluvio, “los txupines estaban húmedos y tuve que empujar más de uno”. “Todo un honor”, asegura, en aquellos años en los que las fiestas de Bilbao echaban a andar recuperando su carácter popular y participativo. Aunque fuera en una edición que terminó de la peor manera inimaginable. “Acabó muy, muy mal pero luego tuvimos la capacidad de unirnos, hombro con hombro, y hacer el trabajo que había que hacer: echar una mano al comercio, las viviendas, los barrios... No hizo falta más que amaneciera para que todos saliéramos a la calle a ayudar”.

Alazne Olabarrieta era txupinera aquella Aste Nagusia Oskar González

“Nadie se esperaba lo que ocurrió”, comienza echando la vista atrás. Alazne solía hacer el turno de noche en la txosna, tiraba el txupin de las 7 de la mañana y se iba a casa a descansar. Pero cuando bajaba aquel viernes, a eso de las cinco y media de la tarde, empezó a escuchar que la ría amenazaba con salirse y habían desalojado ya todo el recinto festivo. “En ese momento no me hice a la idea de que podía ocurrir lo que luego pasó. De hecho, había gente que, mojándose, eso sí, estaba con la fanfarria por el Casco Viejo...”, relata. “Estaba en el triángulo que forma el Bizitza y el Ormaetxe; salí con el agua por los tobillos y en la calle Cinturería me llegaba ya por la rodilla y se levantaban las arquetas. Fue todo muy rápido”. Allí, dice, le dieron “asilo. Me tuve que quedar en la casa de unas amigas toda la noche, junto a una decena de personas. Desde ese cuarto piso se veía el Portal de Zamudio, Santos Juanes, Somera... Las imágenes que tengo en la retina fueron impresionantes, muy fuertes”. Vieron cómo el agua arrastraba bultos que no eran capaces de identificar. “Veías cosas que no sabías si eran un coche, un colchón o una nevera industrial”, relata. En una época en la que toda la comunicación pasaba por el teléfono fijo, la incertidumbre sobre lo que estaba ocurriendo en otros lugares era extrema. “Sin móviles, solo sabías lo que oías en la radio”. Y al cortarse el suministro eléctrico, “todo el Casco Viejo se quedó en silencio y a oscuras. Es difícil gestionar esa sensación”. Para romper, si quiera levemente, esa penumbra, utilizaron una de aquellas lamparitas de aceite de las capillas portátiles. Nadie durmió aquella noche. “Las que nos acogieron acababan de empezar con el Bizitza y estaban muy preocupadas. Cuando bajó el agua intentamos salir pero el fango nos llegaba a la ingle”, cuenta. Cuando llegaron hasta el bar, “que se fue al carajo, como todos”, allí estaban comparseros también de Txomin Barullo. “Uno de ellos, Heidi, se acordó de Madriles, que solía dormir en un bar del Casco Viejo. Fueron a buscarle pero ya no se pudo hacer nada por el buen hombre”.

Salus San José

Comparsero de Txomin Barullo

“Aquello era un desastre, todo lleno de barro”

Salus San José era compareso de Txomin Barullo Borja Guerrero

Salus San José, comparsero de Txomin Barullo, esperaba la tarde de aquel 26 de agosto en casa de sus suegros a que parara de llover para ir a los toros. “Llovía muchísimo y a las cinco dijeron por la radio que se suspendían. Llamé a la taberna a ver cómo estaba la cosa”, retrocede cuarenta años. “Es curioso porque en aquel momento la gente estaba todavía de cachondeo; se veía el agua por el Casco Viejo pero seguían bailando”. Nadie se imaginaba lo que estaba a punto de ocurrir. “Llamé al de un rato, a ver si había que bajar, y me dijeron que ni se me ocurriera, que la cosa estaba ya muy fea”. Al día siguiente, sábado, la realidad lo golpeó en toda su crudeza. “El Casco Viejo estaba totalmente arrasado. Aquello era un desastre; la ría bajaba a una velocidad tremenda y arrastraba de todo. Era increíble; hasta el Arriaga estaba de barro hasta arriba y pasaban máquinas con palas, carretillas... Fue como esas imágenes que ves en la tele cuando hay inundaciones en algún sitio, algo dantesco. La comparsa tenía una especie de tractor que hacía las veces de tren chu-chú y lo arrastró. Todas las txosnas se fueron al traste; la nuestra estaba en la trasera del Arriaga y no quedó nada”, dibuja. Salus formó parte de los grupos que ayudaron a los comercios a salvar lo poco que se podía salvar entre aquel lodazal. “Era la mercería pequeña de una señora mayor; no hacía más que llorar, con todas las cajas en el suelo llenas de barro. Lo había perdido todo”, rememora. Guardó durante años las botas que les dieron para colaborar en aquellas labores, que han utilizado posteriormente para los turnos de limpieza de la txosna. También les tocó reconstruir la taberna de las Siete Calles, “que quedó destrozada. La bodega, en el subsuelo, estaba completamente llena de barro. Tardamos año y pico en adecentarlo de nuevo, pero como a nosotros les pasó a todos los comercios y locales del Casco Viejo”. En la General Eléctrica, donde trabajaba en aquellos años, “se pidieron voluntarios para ir el siguiente fin de semana a Llodio”.

Txema Carrero

Vecino de La Peña

“El agua llegó al primer piso de mi portal”

Txema Carrero cumplía nueve años aquel 26 de agosto. Borja Guerrero

Txema Carrera nunca olvidará el día de su noveno cumpleaños; soplaba velas el mismo día en que la ría anegó el Casco Viejo pero también La Peña, donde él vivía, en la calle Zamakola, justo al lado de la ría. El entonces pequeño, hoy comparsero de Uribarri, salió con su aita a comprar su regalo aquella mañana, nada más levantarse. “Fuimos al Sabeco que había en la plaza de los Santos Juanes. Yo elegí un kit de Playmobil, cómo no”, sonríe. Pasaron todo la mañana en la calle, pese al aguacero que no dio tregua, pero para la hora de comer regresaron a casa. Txema recuerda que aquella fue una Aste Nagusia pasada por agua. “Un par de días antes fuimos a una cervecera que había en Uribarri y nos tuvimos que meter debajo de la tejavana porque no dejaba de llover”. Vieron cómo la ría empezaba a coger altura a media tarde y, a partir de ese momento, nadie pudo parar el desastre. “Los vecinos del primer piso de mi portal tuvieron que realojarse en otras casas del edificio porque el agua llegó hasta esa altura. No había escapatoria”. Asomado a la ventana, vio cómo la riada se llevaba los vagones que descansaban en la estación de Atxuri. “Fue una pasada. Venía con tanta fuerza que arrastraba de todo; tengo la imagen de cómo un depósito de hormigón de los que colocan en las obras golpeaba la casa de enfrente. No le hizo nada al edificio pero fue algo muy peligroso”. Sin luz ni teléfono, solo podían conocer las dimensiones de la tragedia a través de lo que contaba la radio. Con un barrio completamente arrasado por la riada, recuerda cómo tenían que ir a por agua potable al Casco Viejo; finalmente, sus aitas enviaron a Txema y a sus dos hermanos unos días con unos familiares en Burtzeña. Incluso las escuelas de Atxuri, donde él estudiaba, quedaron destrozadas. “Nos llevaban a estudiar a Basauri en autobús, a unos barracones”.