Recuerdo ese día y me emociono; conseguí entrar en la historia de la Plaza de Bilbao, una de las más importantes del mundo de los toros”. Lo decía el maestro lorquino Francisco Ureña el pasado viernes durante su visita a la capital vizcaína con motivo del II Memorial Iván Fandiño. Es el último matador que ha desorejado sus dos astados la misma tarde en la Feria de Bilbao. Nadie lo había conseguido desde Manuel Benítez El Cordobés en 1964. 

A los trofeos y el éxito de ese día hay que añadir que Ureña volvía a pisar el coso bilbaino tras recuperarse de un puntazo tras el que perdió el ojo izquierdo en septiembre de 2018 durante las corridas generales de Albacete, ciudad en la que reside. Ureña sufrió el percance al inició de la faena de muleta; no acudió a la enfermería hasta estoquear a su oponente. Preciso tres intervenciones quirúrgicas y una prótesis para volver a los alberos.

Algo así solo se puede concebir si se entiende el arte de Cúchares como lo hace Ureña. “Para mí el toreo es un ejercicio del alma, un modo de comunicación entre el animal y yo; puedo entrar en el toro a través de su mirada, y el toro puede entrar en mi. Es así como creo arte y puedo transmitir ese sentimiento a las personas que están sentadas en la plaza”, explica. El diestro se muestra tímido y trata de usted a quien conversa con él. A sus 40 años representa lo contrario a la imagen del latin lover con traje de luces. “Casi no conozco las ciudades en las que toreo, llego con el tiempo justo y me marcho lo antes posible. Procuro permanecer lo máximo con mi mujer y mi hija: he tenido la suerte de encontrar a la persona que me complementa y me quiere y yo le devuelvo todo el amor y la felicidad de la que soy capaz. No necesito nada más, al margen de mi pasión por el toro”, dice el espada. 

Ureña

Por eso, la jornada del viernes, con visita a la villa de Don Diego que incluyó paseos por la calle, visita a San Mamés y recorrido por Itsas Museum, fue una excepción. Y una sorpresa. “Bilbao es una ciudad que me transmite mucha paz, me siento increíble, me ha enamorado”, manifiesta.

El triunfo de Ureña sobre la arena negra de Vista Alegre –“que le proporciona una magia especial, un carácter y una personalidad propias”– no fue casual. Dos meses antes de cortar los cuatro apéndices de Bilbao, había cosechado tres y puerta grande en la Feria de San Isidro de Madrid. Casi nada. Fue con reses de Victoriano del Río. El mismo hierro que lidiará junto a los figurones Roca Rey y El Juli el próximo 26 de agosto en Vista Alegre. “No recuerdo aquellos toros en concreto, pero sí conservo en la memoria sus embestidas y cómo pude entenderme con ellos. Creo que, al final tienes que tener algo con el toro para poder crear arte. Y los de Victoriano del Río son animales que me van, que me permiten expresarme; espero que el 26 vuelva a suceder”.

Le impresionó San Mamés en su visita. “Espectacular, aunque no soy futbolero, ahora mismo me siento más próximo al Athletic que a cualquier otro equipo, me gustan el espíritu luchador y el alma guerrera”. Pero hay algo por encima de todo. “La plaza de Bilbao es una plaza que marca y que ha marcado mi vida”. Lo asevera Paco Ureña, el torero de la verdad. “Nadie está en posesión de la verdad absoluta, aunque, para mi, la verdad de la tauromaquia consiste en ofrecerle al toro las máximas ventajas para que pueda elegir entre la tela y el cuerpo. Y, sin duda, resistir y convencerle. Así es como se puede crear una obra de arte que alcance al público. Es una manera de ofrecerte tu mismo”, recalca.

Esa verdad es dura. En junio, un Victorino, terrible como todos sus hermanos, zarandeó a Ureña en la prestigiosa Corrida de la Prensa de Madrid. Ureña continuó a pie firme, sin recurrir a la mentira.