Quizás por la imagen que la premiada película La misión –protagonizada por Jeremy Irons en los 80– cinceló en el imaginario colectivo, cuando se menciona la figura de un misionero, la mayoría visualiza a un sacerdote. Y los hay, por supuesto. Es el caso del bilbaino Xabier Eskauriatza, que vivió 12 años en la comunidad ecuatoriana de Los Ríos. Pero en el perfil del misionero también encaja una mujer joven y laica, como la elorriarra Jaione López. Tras una breve incursión de seis meses en una tribu de Kenia, en julio partirá a Quezón City, una suburbio de la capital filipina, para desarrollar su tarea misionera durante dos años. Con motivo del 75 aniversario de las Misiones Diocesanas Vascas, ambos comparten una experiencia junto a aquellos que más lo necesitan. “Ponemos en valor a las personas, las empoderamos y las acompañamos de una manera discreta”, reflexiona López.

¿Vas a las misiones huyendo de alguien o de algo? ¿Vas como misionero o conquistador? ¿Vas a enseñar o a aprender? Estas fueron las preguntas nada insignificantes a las que Xabier Eskauriatza encontró sentido nada más poner un pie en Los Ríos. Después de estar varios años en la Diócesis de Zeanuri y Arrigorriaga, fue en 1996 cuando unos compañeros los convocaron en Urkiola para buscar el relevo en Ecuador. “Fue una llamada al corazón y a la responsabilidad que recibí con gozo”, asevera el sacerdote, para quien ha sido “una suerte” poder vivir la experiencia misionera. La asamblea lo mandó a Ecuador como podrían haber enviado a otro. “Todos los sitios eran parecidos, con gente muy sencilla y humilde, en una situación política complicada. En 12 años conocí a siete presidentes de la república. En ese contexto, los pobres siempre son los más desfavorecidos y manipulados”, explica el bilbaino.

Xabier Eskauriatza, durante su estancia en Ecuador rodeado de miembros de la comunidad de Los Ríos.

En ese contexto, el cometido de un misionero es una moneda de dos caras. “Por una parte está el aspecto evangelizador, con todo lo que lleva la figura del cura: la vida sacramental, catequética, de asistencia a los enfermos”, detalla. Y en otro lado está la dimensión social. “Nosotros pusimos en marcha farmacias populares, una comisión de derechos humanos, promovimos huertos y trabajos comunitarios, descentralizamos la parroquia central...”, enumera Xabier Eskauriatza, de 69 años, sobre su paso por el país latinoamericano, donde lo acogieron con cariño. “Tienen la viveza criolla, pero siempre demuestran un gran corazón y consideran al misionero una figura intocable, inviolable, casi santa”, indica este sacerdote.

Esa estima tan palpable, sobre todo en comparación con los prefectos o los alcaldes, no es en absoluto casualidad. “No quiero echar incienso a nuestra figura, pero éramos los que protegían a esas comunidades. Lo que a veces suponía enfrentarte a una autoridad civil”.

Eskauriatza recuerda un conflicto que hubo en un territorio de Los Ríos, donde un coronel de la policía ecuatoriana llegó a decir que no dormiría hasta “ver a un vasco entre rejas”. Fue a raíz de un enfrentamiento serio que hubo, en el que los misioneros se pusieron de parte de los desalojados. “Tratábamos de que cada comunidad, por ellos mismos, tomase conciencia de su situación. De que se empoderasen, una palabra que hoy está muy definida, pero no en aquel entonces”, explica el sacerdote bilbaino, quien detalla que de aquella idea de que generasen sus propios líderes para poder autogestionarse nacieron los cursillos para agentes pastorales ecuatorianos.

De Kenia a Filipinas

“Mis amigos dicen que estoy loca, pero lo veían venir, es lo que esperaban de mí”, afirma, por su parte, Jaione López, sobre cómo ha gestionado su círculo la noticia de que su tarea como misionera se alargará dos años. Esta elorriarra lleva toda la vida vinculada a la parroquia de su pueblo, con grupos de jóvenes y procesos de monitorado. Una charla ofrecida por una monja que se llama Matilde, llegada de Kaikor, en Kenia, fue el click que motivó su primera experiencia tras realizar el curso de formación Norte-Sur. “Muchas veces pensamos que nuestra cultura está en todas parte y el curso te ayuda a darte cuenta de que no vas a dar y hacer, sino a recibir”, explica López, a quien esa experiencia de un mes, en verano de 2018, se le hizo demasiado breve.

Jaione López, jugando con residentes de Kaikor, en Kenia.

“Cuando empiezas, no ves el fin”, añade esta joven de 25 años, que decidió aprovechar su segunda experiencia con el trabajo de fin de carrera de Magisterio. “Tuve la suerte o la desgracia de que a una semana de llegar, en 2020, me tocó la pandemia. Me iba a quedar tres meses y al final fueron cinco”, matiza. Lo que encontró ahí la marcó. “Kaikor es una de las comunidades más extremas”, expone López sobre esta zona donde vive la tribu turcana. “Hay veces en las que solo tienen una sola comida a la semana, pero aunque no tengan nada, lo comparten todo”, apunta sobre la forma de vida de los locales. “Vas andando y preguntas: ‘¿Qué tal?’. La respuesta siempre es ‘bien’, aunque estén mal”, puntualiza sobre la forma de ser de los kenianos de la zona. “Ahí es donde vi el rostro de Jesús, ahí es donde aterrizas y te das cuenta de que pasan cosas de verdad. Hoy tienes unas cosas que mañana puedes no tener. Hay que disfrutar del día a día”, agrega.

Tras volver a Euskadi, Jaione López ha pasado tres años desarrollando tareas de animación en la comunidad cristiana de Durangaldea. Pero en dos meses alzará el vuelo a Filipinas, en esta ocasión, de la mano de las mercedarias de Berriz. “Lo cojo con muchas ganas, pero no puedo ir con expectativas, lo viviré día a día”, afirma la joven, que parte con una misión triple, afín a sus vocaciones, al país asiático. Por una parte, trabajará en el ámbito de la educación, por otra, en la tarea pastoral en la parroquia y, por último, en la ecología. “Luego nunca se sabe, en Kenia participé en todo”, puntualiza. La joven se instalará en un suburbio de Manila donde se encontrará con una realidad completamente diferente a la del país africano en el que estuvo previamente. “Es un sitio empobrecido, les falta de todo”, afirma. Ahí tratará de aportar su granito de arena. “Dos años parece mucho tiempo, pero para una persona misionera no es nada. Es lo que tardas en amoldarte a la cultura y aprender de ella”, considera la joven vizcaina que rompe con el estereotipo de misionero tradicional.

‘Colgar las botas’

Xabier Eskauriatza, que ya dejó atrás su labor misionera, mira con aprecio a Jaione y admira su valentía. “Hay una época en la que tienes que darte cuenta de que empiezas a ser más un obstáculo que una ayuda”, afirma sobre su retirada. Sin embargo, aunque tras su regreso a Euskadi reemprendió sus labores como cura, cada dos años vuelve a Ecuador de visita. “El reencuentro siempre es festivo. Siempre me dicen: ‘Qué guapo y joven está, por usted no pasa el tiempo’. Aunque no sea verdad”, relata entre risas. “Hay gente que he bautizado y ahora es incluso abuela, ahí no tienen problemas de natalidad, son muy precoces”, expone sobre los reencuentros en los que comprueba la evolución de la comunidad, lenta, pero imparable. “Como dice el evangelio, es la levadura en la masa. No ves cosas espectaculares, pero ves que lo que sembraste con ayuda de otros ha ido germinando. El crecimiento es más cualitativo que cuantitativo”, opina el bilbaino, quien afirma que ver cómo una persona “casi analfabeta” es capaz de “explicar la palabra de Dios” es, cuanto menos, “curioso”.