COMPARTEN fecha de cumpleaños: 22 de abril, pero “él nació en 1837 y yo en 1948”. Él, George Alexander Dick, recorrió una Bizkaia de chimeneas humeantes que comenzaban a alterar la fisonomía y sociedad y que plasmó en dibujos a lápiz en los cuadernos de viaje que siempre le acompañaban, cuenta su bisnieto, Nicholas Bray. Aficionado a la pintura, recaló en Barakaldo para trabajar en la floreciente industria, concretamente en la fábrica Nuestra Señora del Carmen, “predecesora de Altos Hornos y considerada la primera siderometalúrgica”, explicó la presidenta de las Juntas Generales, Ana Otadui. El Museo de las Encartaciones exhibe hasta enero del próximo año 29 de sus creaciones, centradas sobre todo en “lo que conocemos como Gran Bilbao”, pero que también incluye instantáneas de Gipuzkoa que muestran paisajes y construcciones que en muchos casos no se conocían, ya que entonces la fotografía no se había desarrollado.

La familia localizó este valioso legado por casualidad en el desván de la casa inglesa donde George Alexander Dick falleció en 1903. La pandemia demoró los contactos de su bisnieto y su esposa, Josette Acosta, residentes en Iparralde, con el Museo de las Encartaciones por medio de Joseba Agirreazkuenaga, que había participado en una exposición anterior sobre Antonio de Trueba “y Javier Barrio reaccionó con entusiasmo”.

No era para menos. A través de los ojos de George Alexander Dick cobran vida “fantásticas imágenes de las cuales en algunos casos carecemos de fotografía”: el único testimonio gráfico conocido del molino de viento llamado Esazerrota que hubo en Las Arenas, el convento de San José de la Isla o un Barakaldo que elevaba el término fabril a la máxima potencia.

Nacido en Alemania, fruto del segundo matrimonio de su padre con una inglesa, George Alexander Dick continuó la estela de su progenitor, que gestionaba “una fábrica de carrozas”, detalló su bisnieto, quien trazó su biografía tras agradecer el respaldo institucional en un correcto euskera. Demostró una notable “capacidad” que llamaría la atención de la familia Ibarra, que le contactó “cuando tenía 23 años para que ayudara a montar la fábrica Nuestra Señora del Carmen”. Modernizó las técnicas de producción de hierro y acero en calidad de jefe de laboratorio en los años que vivió en Bizkaia hasta que abandonó el territorio por las convulsiones políticas de las guerras carlistas. Como despedida, sus anfitriones le regalaron una escribanía para depositar tinteros y plumas. En París, le sucedió otro tanto con el conflicto franco-prusiano. “Declarado persona non grata por ser alemán”, se instaló finalmente en Inglaterra. Amasó una fortuna con la segunda de las empresas que allí fundó, Delta, al inventar un nuevo material.

El Museo de las Encartaciones ha editado un libro sobre la trayectoria de este hombre polifacético.