Necesitarían víveres para abastecer una pequeña ciudad con toda la intendencia que implicaba, además, la guerra. Escalarían al Cerro del Castillo “por la cara norte” en carros “que zigzagueaban por lo que hoy día es un pinar” franqueando una de sus entradas. Los guardias esperarían con los sentidos alerta por si el enemigo maniobraba de incógnito. No perderían de vista lo que se contaba del famoso caballo de Troya... Intramuros podrían haber llegado a acantonarse “unos 200 militares”, según calculó el arqueólogo José Luis Solaun. Desde el foso desenterrado en la excavación del pasado verano, las personas que participaron en las visitas a los vestigios de la fortaleza de Balmaseda de origen medieval se sumergieron en la rutina, –si es que se le puede llamar así a los tira y afloja de liberales y carlistas por el control de un punto estratégico entre 1833 y 1839– de este lugar en recorridos guiados también por el arquitecto Urtzi Llano.

Ambos forman parte de la Cátedra Unesco de Paisajes Culturales y Patrimonio de la Universidad del País Vasco que, junto con el Ayuntamiento y la “valiosa” colaboración de la asociación Orexinal de la villa desentraña desde 2021 las capas de la evolución de este enclave cuyas raíces se remontan al siglo X. Como detallaron al nutrido público que se acercó, el siguiente reto pasa por afianzar lo que ahora asoma como “un campo de batalla” de forma que “para verano u otoño de este mismo año podamos marcar itinerarios e instalar paneles para que cualquiera que suba entienda lo que aconteció aquí”. Ya se ha instaurado la tradición de divulgar el balance de cada ejercicio en una charla en diciembre, sin embargo, “sobre el terreno se comprenden mejor” los datos aportados, enfatizó Urtzi Llano.

Varias fortalezas en una

A modo de introducción, Solaun aseguró tajante que “no existen edificios congelados en el tiempo; no hay catedrales góticas, sino catedrales cuya construcción se inició en el gótico y cambian a lo largo de su trayectoria vital”. Las pruebas de carbono-14 practicadas datan el castillo medieval al menos en el siglo X. De aquella estructura saben que se erigía “en lo alto” de la colina que domina Balmaseda y “creemos que una pequeña parte del foso ya se habilitó en la Edad Media”. “Cuando intervengamos en la terraza superior” quizás obtengan más respuestas sobre aquella época. Con el fin de las hostilidades banderizas “posiblemente se abandonaría en el siglo XVI” y los lugareños lo reutilizarían “como cantera; no debemos reprochárselo” porque carecían de la actual “conciencia sobre el cuidado del patrimonio”.

Estallaron las guerras carlistas y la villa volvió a mirar al cerro. “Sobre las preexistencias anteriores” levantaron “dos castillos totalmente diferentes”. Al primero se le denomina “neomedieval porque en 1835 los liberales recuperaron la mayoría de las estructuras mejorándolas: una gran torre y el tramo de un foso, entre otras”. Se ha conservado un exhaustivo plano que “se puede consultar y descargar en la página web www.ondarebizia.balmaseda.eus, al igual que otros detalles del proyecto”, apuntó Urtzi Llano. Recortaron la altura de la torre, reciclaron la piedra “en el foso, que alcanzaba el otro extremo del recinto superior, donde había un puente levadizo”. El 7 de febrero de 1836 los carlistas “abrieron brecha con artillería y dos días más tarde los liberales habían capitulado”, describió José Luis Solaun. Solo un mes después, se invirtieron las tornas. Al regresar, los liberales comprendieron que “ese tipo de castillo resultaba inútil” para un el salto cualitativo del enfrentamiento.

La solución, otro, el conocido como “fuerte a la moderna, ya preparado para lidiar con el fuego de artillería”, Comunicaciones epistolares hablaban de “un Gibraltar español” por la envergadura y calidad de las obras, concebidas “con carácter temporal, mientras durara la contienda”. Mientras que el castillo anterior “mantenía la verticalidad” en el remozado “prevaleció “la horizontalidad en el sentido de que intentaron hundirlo en el terreno” para camuflarse frente a posibles incursiones. “Desmantelaron la torre medieval”, muchos de cuyos fragmentos y “hemos encontrado en otras zonas, acondicionaron una plataforma de 500 metros cuadrados, remataron el recinto superior y ampliaron la antigua terraza”.

Para el equipo supuso “una sorpresa” toparse con “un cuartel, dos barracones a los lados y una calle central que daba acceso a los pabellones” que alojaban a las tropas, en parte “por cuestiones disciplinarias”. “Caballerizas, cocinas, letrinas, habitaciones...” integraban ese universo, “uno de los pocos ejemplos de construcción en la etapa carlista”. Entre los objetivos más próximos para la cátedra figura “excavar más el cuartel” que fue quemado y volado en 1838 cuando los liberales abandonaron Balmaseda camino de Villanueva. Las huellas de aquella “política de tierra quemada” permanecerán “sin reconstruir” , testimonio de los avatares en el Cerro del Castillo.

Al ocuparlo brevemente los carlistas, “el recinto se les había quedado grande, así que “renunciaron a parte de la defensa exterior y se parapetaron dentro”. A partir de su marcha definitiva en el verano de 1839 la vegetación comió poco a poco los restos de las escaramuzas.

Tras sondeos e ideas que no prosperaron más allá, el redescubrimiento y protección del Cerro del Castillo despegó con el nacimiento de la asociación Orexinal y la firma del convenio entre el Ayuntamiento de Balmaseda y la Cátedra Unesco de Paisajes Culturales y Patrimonio de la UPV en enero de 2020, poco antes de la pandemia.

Cata de txakoli y vino local

La puesta en valor crecerá con la plantación a cargo del viticultor Alfredo Eguia de la ladera sur con txakoli tinto con perspectivas de cultivar variedades autóctonas y abrir una bodega comunitaria en un edificio histórico que una a productores locales. Txakoli y vino del propio Eguia, así como de Alfredo Santamaría, Melchor Lucera, Sito Ubieta, Txintxo Rivero, Juan Luis Beraza y Joseba Agirre se sirvieron de la mano de la asociación Orexinal al término de las visitas para paladear la historia en todas sus dimensiones.