“Punto de encuentro con caminos que se transitaban, animales que pastaban y hogares” el papel de los montes se limita últimamente a “la separación entre pueblos”. Que la publicación de la investigación de la antropóloga Txaro Lanzagorta sobre los de Zalla en colaboración con Koldo Díez de Mena haya coincidido con la “amenaza” de los últimos parques eólicos anunciados para Enkarterri y la primera conversación entre ambos se produjera la víspera de que el guarda forestal se jubilara solo puede calificarse de “milagroso”, según ella. Las entrevistas a él y otros vecinos sobre moradores, mitos y leyendas de estos paisajes se recogen en la revista Cuadernos de Egüen-Egüengo koadernoak, impulsada por la asociación del mismo nombre a la que los dos pertenecen.

“Espero que vengan más números porque quedan preguntas abiertas para seguir indagando”, asegura Txaro. Todo comenzó “cuando Koldo Gallarreta me subió a la fiesta en la ermita de Zokita”, un enclave “maravilloso” que imaginó “con caseríos, campos labrados y ganado” igual que en el pasado. Al hablar con Ignacio Terreros, quien “a sus 95 años había sido residente y a la vez propietario, cruzó por mi mente la idea y necesidad de que me contase muchas cosas antes de que desaparecieran con él”: su dura rutina sin luz, cómo transportaban el agua en burro y bajaban a vender al mercado de Balmaseda, que su madre cuidaba la ermita, en cuya puerta de entrada no faltaba el laurel a modo de “reducto de algo que había existido”, posiblemente la continuación de todo un sistema heredado “del castro de Bolunburu”. También registró los apuntes que hizo José Ángel Gauna. El hoy alma de San Isidro “compró la antigua ermita y los terrenos adyacentes, restauró el edificio, hizo un pozo, conservó el espacio y se encarga de que no mueran ni Zokita ni la fiesta”.

Con Koldo Díez de Mena, “el monte cobró vida” para Txaro a través de “las claves que me trasladó sobre lo que esconde, desde el castro de la Edad de Hierro a la historia de lo que la gente pensaba plasmada en la toponimia y las leyendas”.

De lamias a brujas

Observarlo todo en su conjunto “nos afirma” en el planteamiento de que “los asentamientos humanos del monte de Zalla “se realizaron en las alturas” y descendieron poco a poco hacia el valle “llevando consigo los mitos que han adjudicado a los habitantes de Zalla el sobrenombre de brujos, pues son sus descendientes naturales”. Lo ejemplifican “las lamias de época romana” que se denominaron “moras en el momento de la reconquista y derivaron en las brujas ligadas a la Inquisición”. Con el paso de los siglos, sobrevuela la misma idea “con atributos y formas distintos”.

El topónimo Monte de Las Brujas aporta otra pista no tan lejana. Txaro reproduce que “una vecina de Codujo le contó hace pocos años a Koldo en una visita guiada al castro de Bolunburu que, cuando paseaba de pequeña por esos enclaves, su madre le decía que las brujas que vivían allí producían el ruido del agua”. Las fuentes orales han conservado el relato de “la mora que habitaba una cueva junto al pico Eguen y solía moverse por los arroyos”. Un poco más abajo, “junto al río encontramos la campa de Las Brujas o Las Culebras, donde se comenta que hacían corro”.

El elevado número de topónimos relacionados con criaturas mitológicas demuestra el arraigo de “creencias mágicas y formas de vida antiguas que la gente vivió y compartió”. Para que los zallarras del siglo XXI las conozcan, Txaro propone acondicionar la casa del guarda del área recreativa de La Brena como “centro de interpretación”.

Y es que “Koldo me trasladó que el monte de Zalla no solo actúa como línea divisoria con Gordexola, Valle de Mena y Balmaseda, sino que aúna varias cumbres representativas. El durante muchos años guarda forestal referenció “la relevancia de la sierra de Celadilla porque allí se libraron batallas carlistas conocidas, pues los liberales consideraban esta sierra la llave de entrada a Bizkaia por Enkarterri. Es más, Koldo remarcó a Txaro que “la antigüedad documentada de topónimos relacionados con este monte nos llevan a pensar en bastiones medievales”.

En Trasmosomos “la arqueología ha situado asentamientos del Neolítico-Calcolítico-Edad del Bronce”. Riqueza patrimonial que la asociación Egüen divulga desde su nacimiento en 2012 con “charlas, colaboraciones, trabajos de campo y visitas guiadas uniendo fuerzas con Gogora, el grupo ecologista Otsoaren Taldea y el club alpino Ubietamendi de Zalla”, apostilla Koldo.

Hace décadas que los caminos “están siendo reemplazados por pistas forestales”. Al menos, “mantienen su trazado como rutas de senderismo o montaña”. Se utilizaron en masa por última vez durante la Guerra Civil “para la huida de personas y soldados que hallaban protección y comida en caseríos de otros barrios y en la casa forestal de La Brena”. Nunca regresaron; marcharon “al valle a trabajar en la industria y otros emigraron”. También la casa forestal cayó en desuso “y solo Zokita parece resistir”, protegido por el espíritu de sus ancestros que nunca abandonará a Zalla.