Pero, ¿qué tienen en común una selfie y cuatro bombillas? Pues que pueden llegar a consumir lo mismo. Como si el ser humano no hubiese hecho lo suficiente para destruir el medio ambiente, ahora resulta que subir una selfie puede generar un consumo energético equivalente al encendido durante una hora de tres o cuatro bombillas de bajo consumo. Al final, resulta que las populares fotografías que rondan los mares de las redes sociales no son tan inocentes como parecen. Y es que, si se parte de la anterior idea como medida de consumo, la cantidad de energía desgastada es inimaginable. A pesar de que no es una botella de plástico, gasolina o petróleo industrializado, estas pequeñas imágenes sí logran generar un impacto en la energía del planeta.

La primera jornada de la Green Digital Conference que se celebra en la capital vizcaina reveló dichos datos sobre las llamadas selfies que representan una gran parte del contenido publicado en redes sociales. “Parece algo inocuo, ‘la nube’ parece que está ahí, sin más, pero son cientos y cientos de procesadores que consumen cantidades ingentes”, declaró el analista y escritor Andrés Ortega Klein durante el encuentro. “Colgar un selfie supone una información que circula por miles de kilómetros” —agrega Ortega Klein— “bien implementada, la digitalización podría ahorrar 1 de cada 5 toneladas de CO2”.

Si se piensa en consumo, sin duda, vienen a la mente aquellas grandes corporaciones que se rigen a lo alto del esquema de daño medioambiental. Pareciera que cada vez que se investiga sobre los efectos de éstas en el ecosistema, las consecuencias devastadoras de sus acciones no tienen fin. En ocasiones, ni siquiera son medibles. En este caso particular, la experta en ética tecnológica, Gemma Galdón, dejó claro su lamento a que “a una empresa o institución se le pueden pedir cuentas sobre las bombillas que tienen instaladas”. Sin embargo, no se les puede exigir información de “dónde tiene sus servidores”. “Aún no se ha acordado cómo medir este impacto ambiental”, concluyó.

En el día a día, quizás haya ayudado a disminuir las cantidades de papel utilizadas, pero la realidad es que el sector digital, según estudios realizados entre los años 2018 y 2020 constatan que este consume alrededor del “3% de la energía primaria global, un 7% de la energía eléctrica global y que, además, ha generado un 5% de las emisiones de CO2”. Los datos anteriormente expuestos por la consejera de Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente del Gobierno Vasco, Arantxa Tapia, ayudan a enmarcar el alcance de la digitalización en el proceso de contaminación. Lo que se ve en la pantalla de un móvil, de un ordenador o de una televisión sí tiene un costo en la realidad palpable, la misma que hace meses generaba olas de calor que registraban más de 40º en el mercurio.

Y en la extensa conversación del consumo, la energía y la contaminación, siempre debe estar el activismo. Este va en todas las direcciones, incluso hacia la tecnología. Un ejemplo de ello es la activista por los derechos digitales en la European Green Foundation, Narmine Abu Bakari, afirmó que “es necesario regular la tecnología, incluyendo una visión sistemática sobre ámbitos como la Inteligencia Artificial”. “El impacto de la tecnología” —añadió Abu Bakari— “no está solo en su consumo de energía, también en la forma en la que consumimos recursos y vidas humanas en países de África y Asia, en donde adquirimos las materias primas para producirlas”.

La conferencia dejó claro que hasta pequeñas acciones como pulsar ‘compartir’, tienen consecuencias.