Dicen que Miguel Ángel imploró a su Moisés que hablara, satisfecho del resultado final. Luis Yerbes podría ordenar: ¡relincha! a su última escultura, de un caballo a escala real, con sus brillantes crines y ojos que impulsan a dar un paso atrás por si obedece y arranca. El confinamiento le ofreció el tiempo para llevarlo a la práctica, aunque por sus dimensiones casi se le fuera de las manos. Cuando el polifacético artista zallarra, también pintor, se disponía a sacarlo de su casa para transportarlo a su estudio una vez se habían relajado las restricciones “casi no cabía por la puerta”. Le gustaría exponerlo en la calle durante las fiestas patronales, que regresarán en septiembre, para que los vecinos puedan admirarlo en todo su esplendor. Como pasan a menudo delante de otro de sus trabajos en su municipio natal: el arcángel de la iglesia de San Miguel, que restauró con su amigo Beloki.

Escogió el sobrenombre artístico de Bortedo por un barrio de Zalla, que estampa como firma en sus cuadros. En 1967 estudió dibujo en la escuela de Artes y Oficios de Atxuri y en 1972 en el Museo de Reproducciones de Bilbao, en 1978 se formó en pintura en la academia de Txupi Sanz. En 1981 junto con Pepe Camiñas fundó la escuela de dibujo y pintura Formas, en Zalla. Cuatro años más tarde, el antropólogo Barandiaran recibió una escultura suya durante un homenaje en Karrantza. Otra de sus obras resultó elegida para un trofeo que representara a Lucía de Aretxaga, la bruja inseparable de la identidad de Zalla. Exposiciones o la asociación de artistas encartados, Enkarte, cincelan una trayectoria polifacética con inquietudes que le movieron a acudir a Deba para aprender cómo se trabaja el bronce y repetir el proceso en León, pero con vidrieras. “Cuando algo me gusta, me fijo, pregunto y aprendo. El autodidacta no existe porque siempre bebes de alguien”, sostiene.

Desde las primeras muestras “hace cincuenta años en los locales de la iglesia” ha volcado su arte hacia su localidad natal con un cabezudo de Juanito, el querido y recordado vecino que era el alma de las fiestas de Aranguren o la recuperación del arcángel que bate sus alas en la fachada de la iglesia que mira a la plaza de las Madres Irlandesas con su compañero Beloki. La pieza “de chapa de hierro” se encontraba “muy deteriorada en un pabellón”, pero se intuían “los colores de la base que le devolvieron añadiendo “anclajes que faciliten la subida y bajada y una ventana en la parte trasera para introducir un producto antioxidante”. Le queda, de momento, la espina de dar forma a gigantes para las fiestas de Zalla, algo que le rondó después del cabezudo de Juanito, y el dúo de artistas había pensado para coronar un árbol seco próximo a la estación “una cebolla grande, en referencia a la cebolla morada de Zalla, que se iluminara por dentro”.

Desde siempre había querido moldear un caballo y un basajaun. El primero ya está terminado, con una lamia como amazona que ensambla la conexión mitológica. Antes de ponerse manos a la obra midió el caballo de un amigo desde todos los ángulos posibles. En el suyo, que creció “desde las patas hacia arriba” y está elaborado a base de “madera, hierro, poliuretano de alta densidad y fibra de vidrio de poliéster”, las crines en realidad son “fardos de paja a los que apliqué una imprimación”. La cola se funde con el cuerpo con hierros para evitar que la arranquen”. Confeccionó los ojos “con huevos Kinder” a los que la pintura ha dotado casi de vida. Maite Trueba ha cedido la ropa que viste una lamia que “se va a destruir este año” para sustituirla por otro jinete imitando el espíritu de las fallas de Valencia. Finalizada “la escultura más grande que he hecho hasta ahora” le aguarda basajaun.