Se llamaba Josefa Sáez San Juanes y tenía 24 años. Casada, para más señas. Y su identidad también forma parte de la historia de Bilbao, aunque sea de esa otra que no se enseñorea en libros y enciclopedias. Suyo es el recuerdo de haber estrenado el cementerio de Vistalegre. Corría el 12 de mayo de 1902 y una tuberculosis pulmonar se la llevó por delante. Así lo contaba ella misma esta pasada noche.

La luz de las velas –de led, para evitar riesgos innecesarios– dejaba entrever un rostro joven, pálido y tembloroso. La narración de los hechos a cargo de la artista Sahara Vicente –caracterizada de Josefa y luego como criada de doña Casilda de Iturrizar– fue la primera de las sorpresas que cautivaron y emocionaron al centenar de asistentes a la visita teatralizada celebrada en el camposanto de Bilbao, compartido entre Derio y Zamudio.

Y el vivo, de visita nocturna al hoyo

Los fogonazos de realidad, muerta pero tan viva como la memoria, se fueron sucediendo a lo largo de la noche a través de la ruta de hora y media por una necrópolis habitada por más de cuatrocientas mil almas, más que el olímpico Bilbao. La siguiente parada, de hecho, fue una de las más sentimentales e inquietantes. La cadencia suave de la nana Loa, loa rompía el silencio de la noche limpia. Niños. Cementerio. Un mausoleo con una gran cruz sobre el suelo y relieves de rostros infantiles tallados en piedra preludian la tragedia: la muerte de 44 chavales en el Bilbao de 1912 en una avalancha cuando asistían a un espectáculo en el Teatro-Circo del Ensanche, entre las calles General Concha y Licenciado Poza. Las voces de Florencio Moreno y de Keni Orue, metidos en la piel de esos niños –que estaban allí como premio por sus expedientes académicos para ver ¿Quién ha robado el millón?– no eran tranquilizadoras. Inocentes sí, pero turbadoras también por el recuerdo de aquel episodio trágico desatado tras una falsa amenaza de incendio.

Y el vivo, de visita nocturna al hoyo

Y es que, como explicaba José Antonio Fernández, director gerente de Bilbao Zerbitzuak –organismo municipal que gestiona los cementerios– la memoria colectiva se activa de una manera especial cuando tiene conocimiento de este tipo de sucesos. Porque un camposanto, más allá de tumbas y elementos religiosos, constituye un universo paralelo ideal para poder entender la historia de un lugar a través de las vidas –y muertes– de sus moradores, famosos o anónimos.

RIQUEZA ARTÍSTICA

Solo en este de Vistalegre tienen localizados hasta 40 hitos que merecen una visita cualquier día, más allá de las obligadas por el calendario. Hace unas semanas, él mismo atendía a un grupo de franceses, sorprendidos por la riqueza artística de las instalaciones pero también por la escasa presencia de turistas y paseantes autóctonos. Por eso, actividades lúdicas y didácticas como esta visita teatralizada –y meses atrás hubo un concurso de pintura y otro de fotografía– pretenden despojar a estos espacios de esa naturaleza sombría y siniestra. “Intentamos que el cementerio también sea un espacio para ser disfrutado por los vivos”, resumía para DEIA.

En una línea similar se expresaba Yolanda Díez, concejala de Salud y Consumo del Ayuntamiento de Bilbao, quien no quiso perderse esta iniciativa que huye del morbo y la banalización de la muerte. “Queremos inculcar en la sociedad una forma de entender la muerte de manera más natural y sosegada”, decía. De hecho, numerosas ciudades europeas llevan años organizando proyectos de este tipo con el noble propósito de desterrar tabúes y huir de convencionalismos. Como vino a decir José Antonio Fernández, acercar a los vivos al cementerio para disfrutar en vida del patrimonio cultural y, de paso, contemplar la evolución de la sociedad.

APARICIÓN DE PICHICHI

Por ejemplo, con la aparición de Rafael Moreno Pichichi se repasan los momentos de gloria del Athletic Club. Gabriel Rodrigo –edil del PP en el Ayuntamiento de Bilbao– encarnó al delantero rojiblanco retratado para la inmortalidad con su pañuelo blanco. Y con Yolanda Barroso en el papel de la escritora y periodista Juana Mir se cerraron los ojos para escuchar y despreciar la barbarie de todas las guerras. Fue fusilada con 44 años junto a 537 personas más contra un muro del cementerio. Justo antes se había escudriñado en la labor humanitaria de Casilda de Iturrizar (Elena Rodríguez). La visita terminó delante del Memorial del accidente aéreo del monte Oiz, donde Feli del Fresno recordó este luctuoso pasaje: 148 víctimas.