Corría la década de los 90 cuando un grupo de agricultores y ganaderos, en contra de la opinión general que reinaba a finales del siglo pasado, decidió apostar por la producción ecológica. Eran veintitantos y no tenían nada a su favor, ni apoyo de las instituciones ni del resto de agricultores o baserritarras de su entorno, que les miraban como si fueran bichos raros.

Sin embargo, su tesón y convicción les hizo seguir adelante y, hoy, son ya 658 operadoras las que trabajan una superficie certificada de 6.790 hectáreas, fundamentalmente producción vegetal y explotaciones ganaderas de vacas, ovejas, cabras, gallinas y caballos, según datos de Ekolurra.

Román Sodupe es uno de aquellos veintitantos en los que nadie creyó, salvo los consumidores. “Al principio, nos llamaban de todo, locos y mentirosos nos decían, que eso no puede funcionar..., pero van pasando los años y, al final, luego resultó que todo el mundo era ecológico; la gente se va dando cuenta de que es una forma de producir alimentos más sanos y, al mismo tiempo, se mantiene la fertilidad de la tierra, pero ha costado mucho”, asiente. Aun así, hoy más que nunca, sigue convencido de que “el futuro del sector primario está en lo ecológico”, asevera.

De la noche a la mañana, harto del del taller de estampación metálica, dejó su empleo y se instaló en la agricultura ecológica, en Berriz, allá por 1992. “Me dio la chavetada”, reconoce. Para entonces, otros ya eran baserritarras convencionales antes de cambiarse a lo ecológico: “Tomás, Pello... fueron abriendo camino”, dice. Román, en cambio, tenía claro que iba a apostar por el sello ecológico desde el principio ya que, sin saber muy bien lo que era, al menos era diferente a lo que había en el mercado. La mayoría se dedicó a verduras y hortalizas, como Román.

Los principios fueron duros. Se dieron de alta en el registro estatal Crae, se asociaron y pusieron en marcha la federación Ekonekazaritza. Les llamaron hippies y hasta misioneros. Fruto del tesón de aquel pequeño grupo, entre los que estaban Pello Rubio, Gonzalo Sáenz de Samaniego, Ramón Mugerza, Inés Méndez, Tomás Larrañaga y Koldo Lizarralde, el 29 de diciembre de 2006, el Parlamento Vasco aprobó la Ley de Agricultura y Alimentación Ecológica de Euskadi. Quince años después, el Gobierno vasco eligió Chillida Leku este pasado mes de diciembre para la puesta de largo del sello ecológico Ekolurra, que distingue la producción ecológica de Euskadi.

“Ha costado, pero tampoco tengo recuerdos desagradables; los consumidores nos aceptaron muy bien desde el principio, nos acogieron con los brazos abiertos; más problemático fue que las instituciones no creían para nada en la agricultura ecológica; su apoyo fue nulo, aunque, bien mirado, resultó una ventaja que nos dejaran andar nuestro propio camino, nos vino bien para salir adelante”, reflexiona Román.

En la actualidad

Incluso a día de hoy, tampoco ve un respaldo administrativo demasiado entusiasta. “Siguen diciendo que todas las opciones y sistemas son necesarios, pero no sé hasta qué punto porque cuando se habla de la industria no se opina eso, a nadie se le ocurre montar ahora un Altos Hornos como el de los años 80, con todo lo que contaminaba; no todos los sistemas son iguales, ni viables a largo plazo; la agricultura ecológica tendría que tener un apoyo más explícito. Esperemos que deje de ser solo una moda y se haga una apuesta seria por este modelo de producción”, considera.

Y es que, “cuesta salir adelante; va despacito, como todo lo relacionado con el sector primario, puesto que la agricultura y la ganadería, en general, van perdiendo peso en la sociedad, falta relevo generacional, etc”. Pese a ello, “el cultivo ecológico es el único que crece dentro del sector, y creo que aún subirá más; es el futuro, todas las directivas de la UE caminan en esa dirección y cada vez se restringe más el uso de productos químicos”, opina este baserritarra.

Román Sodupe empezó con un invernadero y ahora tiene cuatro, más 3.000 hectáreas de huerta y más de un millar de invernadero y frutales, fundamentalmente manzanos, pero también nogales y avellanos.

Parte de su producción colinda con su casa, otra está a tres kilómetros, en un terreno que le dejó un amigo porque, “esa es otra, conseguir tierra es muy difícil, y no porque no haya, que hay, pero mucha está abandonada”, se queja. Comercializa sus productos gracias a un grupo de consumo que varios productores tienen en Bilbao y en el mercado de Durango, donde “vendo al mismo precio que los productores de agricultura convencional”, dice. También acuden a su casa a por pedidos.

En un par de años se jubila y, probablemente, sin relevo. “Cuando empezamos era más fácil vender, los mercados funcionaban mucho mejor y había más tiendas pequeñas; en cuanto llegaron las grandes superficies, se fastidió; lo que sí notamos es que gente más joven se va acercando a los mercados; cuesta, claro que cuesta, pero lo importante es que tengamos una oferta constante”, explica.

A pesar del esfuerzo y trabajo de los productores ecológicos, piensa que Euskadi está por debajo de Europa, tanto en compra, como en comercialización. “Al principio hubo un movimiento bastante importante, por ejemplo, venían desde Cantabria para conocer cómo trabajábamos, pero luego ya...”, lamenta.

No obstante, de aquellos comienzos se queda con la ilusión, las ganas y el convencimiento con el que se dedicaron a lo ecológico. “Ahora es más por interés comercial; es lógico -puntualiza- porque si el producto tiene salida...”. Sin embargo, “cuando empiezas de cero, hay otra motivación, y eso que teníamos que trabajar un montón, pero sí, ya me gustaría ver ahora la ilusión y las ganas que ponía todo el mundo entonces”, añora. “Futuro tiene, pero hay que empujar; además, sin agricultores, mal vamos”, advierte Román Sodupe.