"Los menores tienen una capacidad de adaptación increíble, pero si no apuestas por ellos y les dejas un poco aparcados, se acaban marchitando", advierte la psicóloga Itziar Irastorza, para quien los niños y las niñas son "los que mejor están llevando" la pandemia.

Les han hecho la PCR, han confinado a algunos de sus compañeros... ¿Cómo viven los menores que la pandemia se les acerque?

—Lo llevan bien, con tranquilidad, aunque yo sí he visto el caso de un chaval al que le hicieron la PCR, dio negativo, fue a clase, los chavales pensaron que no le habían dado el resultado y lo trataron como un apestado. Los adultos no podemos permitir que se rechace a un niño por haberse contagiado porque eso no es signo de mal hábito, mala actitud o mala higiene. Es algo que nos puede pasar a todos.

¿Sobrellevan mejor, por ejemplo, por el cierre de su aula, un segundo confinamiento?

—Ahora se está haciendo mucho mejor porque van confinados, pero se mantiene el contacto con el profesor. Estamos más preparados y ya hay menos brecha digital. Si volviéramos a confinarlos, no les haría gracia, pero ya se les ofrecería una respuesta un poquito diferente con más aportes.

Si las situaciones familiares son más problemáticas, la cosa cambia.

—Si te vas confinado a casa en un ambiente horrible, es más duro obviamente porque tú vas compensando eso con otros apoyos, que se pierden durante el confinamiento. No es solo el colegio, sino las extraescolares, los psicólogos, los educadores... Estamos por el teléfono, pero no es lo mismo.

¿La pandemia puede dejar una huella emocional o psicológica en esta generación a medio o largo plazo o no tiene por qué?

—Ese es el miedo, pensar que en el futuro va a haber una repercusión y que los niños no se van a relacionar, que van a ser fríos, que van a tener menos amigos, pero está en nuestra mano, como adultos, como padres y como profesores, el transmitir que ahora vivimos con mascarillas, medidas de higiene e incertidumbre, pero no tenemos por qué perder ni la espontaneidad, ni la expresividad, ni el afecto, ni la comunicación, ni la interacción. Es muy importante reinventarnos, buscar maneras de que eso siga, no perder nuestra forma de ser.

¿Cómo podemos ayudarles para prevenir esas posibles secuelas?

—Hay que cuidar sobre todo la parte emocional, la expresión del afecto, las relaciones, la autoestima, el disfrute, el aprendizaje y ofrecer un entorno seguro y tranquilo que les permita expresarse y aportar.

En las actuales circunstancias no siempre es fácil transmitirles esa seguridad y tranquilidad.

—Para cuidar a los menores hay que cuidar a los adultos. La situación laboral y económica es muy mala y la gente lo está pasando muy mal. Es muy preocupante y repercute en los núcleos familiares.

¿Qué impacto causó el primer confinamiento en los menores?

—Depende de la situación familiar, pero sí ha habido muchos desajustes emocionales. He visto mucha preocupación y miedo. ¿Me voy a morir si toco algo? ¿Tengo yo la culpa de que se haya muerto mi abuelo? ¿Qué va a pasar con el familiar que tengo en Perú? Hay muchos críos que han tenido dificultad para dormir, pesadillas, mucha confusión, momentos de ansiedad o de más irritabilidad, regresiones, porque ha sido una situación inesperada y de muchísimo cambio.

¿Les han transmitido sin querer padres y madres sus miedos?

—Si los adultos han estado muy ansiosos, nerviosos, con mucha confusión e incertidumbre, les influye mucho. No se trata de no manifestar que tenemos miedo, porque eso es normal, sino de transmitir que tenemos nuestras fortalezas y vamos a salir adelante.

¿Destacaría algún caso en especial?

—El de una niña, con una situación familiar tremenda, que proponía envolver el balón con papel transparente para poder jugar al fútbol. A pesar de que podía estar hecha polvo, es capaz de reinventar formas de poder disfrutar y relacionarse.