SI portaban tocado, casadas. Si no, solteras. Y depende de qué tipo de tocado se podía adivinar dónde vivían. En teoría iguales ante la ley, en la práctica cuando había bienes en litigio era preferible que heredara un varón. Ciertos oficios les estaban vedados, a pesar de que demostraron su valía sosteniendo la economía cuando los hombres se ausentaban al campo de batalla. Y, cuando llegaron a ostentar el poder intentaron arrebatárselo, como le sucedió a María Díaz de Haro, La Buena (1270-1342) Señora de Bizkaia en tres periodos diferentes y la fundadora de Portugalete, Lekeitio y Ondarroa y que tuvo que aguantar como su tío Diego López de Haro (1250-1310), el padre de Bilbao, le quitó el mando con la promesa de restituírselo a la muerte de él. Los asistentes al taller navideño del Museo de las Encartaciones se colocaron ayer las gafas moradas para adentrarse en la Edad Media con perspectiva de género y detenerse en biografías de mujeres, tanto nobles como anónimas, olvidadas entre los grandes acontecimientos de la época.

A las que venían al mundo en cuna de oro les estaba destinado un matrimonio casi con toda seguridad concertado para elevar el estatus de la familia. Por ejemplo, a principios del siglo XI, el enlace de Ticlo Díaz con el hijo del primer conde de Bizkaia permitió que éste expandiera su patrimonio con la adquisición de tierras en lo que hoy es Enkarterri. El tipo de rutina difería en función del de su lugar de nacimiento. “Los concejos eran municipios pequeños cuyos habitantes se dedicaban fundamentalmente a labores agrícolas y ganaderas. ¿Qué tipo de trabajos creéis que realizaban las mujeres?”, preguntó Isabel Díez, que digirió la actividad, a los menores de 12 años que se inscribieron acompañados por familiares. Respondieron al momento que asumir las tareas domésticas y cuidar de sus hijos, pero “también se hacían cargo de las huertas y los animales si sus maridos estaban luchando”. Las villas, “como Portugalete, Bilbao o Balmaseda, funcionaban como ciudades donde existían comercios, tiendas y otro tipo de ocupaciones”. En estos entornos ellas también debían aprender a desenvolverse. Las que contaban con menos recursos económicos “se empleaban sirviendo en las casas de los linajes acaudalados” otras “ejercían como comadronas que ayudaban a traer a los niños al mundo y se aseguraban de que no faltaran provisiones”. Así, había mujeres “artesanas, panaderas, horneadoras o intermediarias en las ventas”, aunque con limitaciones. Una normativa “especificaba en Portugalete que no podían ser carniceras” y a la vez “en localidades costeras cargaban con las mercancías para llenar los barcos”. Este trabajo “físicamente duro y no especialmente bien remunerado se adjudicaba a las que no tenían esposo”. El tiempo máximo que podían pasar en él “se regulaba mediante ordenanza”.

Tras conocer la otra cara de la moneda, labores esencialmente masculinas, constructores de barcos o escribas, los pequeños terminaron la mañana deseosos de profundizar en el pasado. “Ya sé a qué me quiero dedicar: estudiaré Historia”, prometió Jon, de 10 años.