ES una expresión, dicho sea con todo el respeto del mundo y sin ánimo de ofender a nadie, que he escuchado una y mil veces en una mesa de mus: “Hasta que no canta la gorda no se acaba la ópera”. Me temo que se trata de un giro propio del ayer pero ahí sigue, en boca de un sinfín de muslaris que juegan con fe, a la espera de que cambie el viento y con la esperanza de darle en el morro al contrincante cuando, ya lanzado, pregunta: “¿Os rendís?”. Hay todo un lexicón en bares y tabernas de Euskal Herria, donde el mus se ha hecho religión por mucho que digan que las nuevas generaciones son más de póquer que de órdagos; más de cerveza de cerezas que de vino, más de pizzas que de bacalao al pilpil.
Es el reino de la monarquía absoluta, un imperio donde los reyes gobiernan e imponen su dura ley. Cuatro de ellos juntos son invencibles, salvo cuando pisan las pedregosas tierras del juego, ese campo de batalla donde lo mismo se tejen emboscadas que se arma una trepidante carga de caballería. Porque sí, las monturas también pueden jugar un papel decisivo en esta narración. El mus, el viejo juego que ha labrado amistades inmortales y enemistades para toda la vida, nació allá por 1804, cuando se editaron los primeros reglamentos -Reglas fixas que conviene usar en el juego llamado Mus, escritas por J. Ortiz de Zárate...-, aunque nada sea más cierto que la variedad de reglas bajo las que se juega en medio mundo. Así que de reglas fixas, nada de nada.
Al mus se juega la comida o el café y las copas de después, siempre y cuando no se haya organizado un campeonato. Entonces son palabras mayores. Iba a escribir que entonces se juega con el cuchillo entre los dientes, pero tampoco: ¿Cómo iban a pasarse las señas? Les cuento todo esto recién llegado de la sede de la agrupación comercial y empresarial Deusto Bizirik que ayer hizo entrega de las txapelas y otros honores del sexto Campeonato de Mus organizado por Julia Diéguez e Ignacio Aguirre entre otras gentes. Hay que decirlo ya: las txapelas coronaron las cabezas de Aitor Carral e Iñaki Abendibar, una pareja que hizo de la cafetería Bidarte su casa. Ambos manejaron el naipe con soltura y triunfaron en ese duelo a espadas, bastos, oros y copas en que participaron 16 locales -Dena Ona, Lagun Artean, Niza Barria, Eguzki, Bar del Mercado, Bordatxo, Txindoki, Otero 9 Etxea, bar 3T, Ganbara, Ikatz, Egipto Berria, Baiona Taberna, La Parra, Begoña Berria y la propia cafetería Bidarte- y tropecientos jugadores.
Mordiéndoles los talones, acabaron las parejas formadas por Ernesto Santaolalla y José Mari Somoza, de Egipto Berria; Aurelio Sainz y Rafa Sánchez, de Eguzki, el mismo origen que José Luis Forniés y Carlos López, cuartos clasificados. A las rondas finales también llegaron Jokin López, Ernesto Martínez, Alberto Álvarez, Mark Hodson, Sergio Martín, Andoni Castellanos, Iñaki Cabello y Norberto García. He ahí, ya nombradas, las ocho parejas que galoparon por la recta de meta.
Ayer fue el día de la entrega de las credenciales, ya dije. Del campeonato, patrocinado por DEIA y Grupo Belasco-La Navarra, saltaron chispas días atrás pero ayer todo eran saludos y parabienes. A la cita no faltaron Asier Abaunza, Juan Alonso, Yolanda Díez, Beatriz Marcos, Vicky Portugal, Gerardo Maza, Cristina Claver, Jon Aristin, Javier Vergeiony, Iñaki Parrás, Jorge Llarena, José Sancho, José Luis Campo, Lolo González, Aurelio Franco, Marisa López, Félix de los Ríos, Ander Aranguren, y un buen número de asistentes a una cita que se prolongará, a lo largo del mes de julio, con una comida popular en Viana. ¿Dije una comida? Tratándose de lo que se trata ya está claro cuál será el desenlace de la misma: cuatro cartas por barba a la espera de que la fortuna guiñe un ojo o la pareja haga lo propio. No en vano todos ellos son gente perita en el arte de los engaños, una regla invisible pero certera en el mus.