Brindis zallarra en memoria de Montxo
El Ardo Eguna rinde homenaje a José Ignacio Aretxaga, pionero en la modernización de la elaboración de txakoli
Mientras nos acordemos de una persona, seguirá viva”. Embargado por la emoción, Iñaki Aretxaga solo pudo pronunciar estas palabras antes de que se le escaparan las lágrimas en recuerdo a su padre, José Ignacio, fallecido en 1993, al recoger el premio que le otorgó el Ayuntamiento con la hija y nietas del homenajeado. Quien en la localidad llamaban con el cariñoso apelativo de Montxo fue precursor en la modernización de la elaboración de txakoli en Zalla. Ayer se brindó en su honor en un Ardo Eguna solidario que cambió de ubicación y contó con la participación de quince productores locales que condimentaron su caldo con productos de la tierra.
Las obras en la calle Nuestra Señora del Rosario aconsejaron sacar la feria de la plaza Euskadi. El recinto alternativo fue la calle Luis Sesé, completamente peatonal desde principios de año. “Estamos contentos con el cambio, aquí estamos más cobijados a la sombra”, aseguraron sin dejar de servir copas Juan Manuel García, José Andrés Otxoa y Fernando Rodríguez sobre la temperatura más propia del verano que saludó al Ardo Eguna, ya asentado en el tercer domingo de mayo.
Desde su puesto asistieron en primera línea al acto en memoria de José Ignacio Aretxaga. “En su caserío y continuando la tradición familiar, empezó cuidando las parras heredadas de su padre, Matías Aretxaga, y elaborando sus primeras botellas de txakoli en barricas de madera. Las guardaba al fresco de la arena recogida de la chopera de Loredo, escondidas en el antiguo pesebre del caserío, desde principios de la década de los 80”, rememoró la concejala Estíbaliz Elguezua. La familia cuidaba la vid “ya desde los tiempos de mi bisabuelo”, precisó Iñaki Aretxaga, cuando “organizaban la txarriboda y después vendían chacinería con el caldo como en muchos baserris”.
El padre de Iñaki incorporó la tecnología a la producción sin perder su identidad. “Plantó toda la finca con vides y adecuó la planta baja del caserío dotándola de maquinaria y depósitos de acero inoxidable”, añadió la edil. Nacía Aretxaga, “la primera bodega profesional de la zona, que colocó a Zalla en el mapa junto con lugares de más tradición en el sector, como Bakio o Getaria”. Además de la fuerte inversión que requirió, por aquella época el txakoli no gozaba de buen cartel, así que “mi padre y su socio, Manu Calera, lucharon para que no fuera considerado vinagrilla”. Galardones en ferias y certámenes especializados que labraron su prestigio: en 1988, cuando Aretxaga recogió en Barcelona el premio Laurel de oro. A la muerte de Juan Ignacio en 1993 “producíamos unas 20.000 botellas al año”. A los 17 años entonces, su hijo veía inviable coger el timón, por lo que vendieron la marca. Así, de Aretxaga prendió la semilla de la actual Virgen de Lorea de Otxaran, adscrita a la Denominación de Origen Bizkaiko Txakolina. La familia se reinventó abriendo un restaurante que sirve alimentos salidos directamente de la huerta zallarra y otras plantas ocupan el espacio de las viejas parras. Y hay vida más allá de la cebolla morada: “pimiento de asar, pimiento choricero, habas y tomates enanos”, entre otros manjares.
Un delicioso menú que como los kilos de chorizo y morcilla que preparó la cuadrilla de cocineros comandada por Iñaki Saratxo maridan con los caldos que se probaron ayer en el Ardo Eguna en copas conmemorativas fabricadas para la ocasión. Una docena de voluntarios del proyecto de cooperación municipal se encargaron de ponerlas a la venta a tres euros por unidad para sumar recursos a la iniciativa con la que colaboran en Mozambique. Reunieron fondos al entonar los cánticos de Santa Águeda, en un desfile de ropa africana y con pintxos solidarios y ya disponen de 3.000 euros. Los jóvenes unirán fuerzas con la ONG Haurralde en la ayuda que prestarán de forma directa en dos viajes con cinco participantes cada uno para verano. Con el dinero enviado desde Enkarterri “han construido una unidad de salud básica y letrinas” en la escuela donde focalizarán su ilusión por mejorar la calidad de vida del núcleo de Chimoio, indicó Mónica García Encinillas, una de las voluntarias que cuenta los días para volar a África.
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