Bilbao - En el gigantesco videowall del centro de control MKZ de Malmasín, una de las operadoras se ha fijado en que un camión circula a una velocidad excesivamente lenta por el túnel de Altamira, en Bilbao. “Tiene algún problema pero lo está haciendo bien intentando salir del túnel”, murmura mientras fija la cámara en una de las pantallas que tiene sobre la mesa. Mientras el camión se detiene en el arcén, acciona varios botones para poner en marcha el riguroso protocolo de actuación que se activa en cuanto ocurre cualquier incidente, por pequeño que sea, en el interior de un túnel. Las señales luminosas de entrada indican que el carril derecho está cerrado y por la megafonía se escucha el mismo mensaje. “Generalmente se refuerza también la iluminación pero como el día es muy soleado, estaba ya hecho, para que al salir del túnel la claridad no deslumbre al conductor”, explica Ainara Uriarte, directora de MKZ, mientras la operadora llama también a SOS Deiak para que movilice los recursos necesarios. Con 40 túneles que alcanzan los 38,7 kilómetros, su seguridad es uno de los caballos de batalla de la Diputación; el dispositivo para garantizarla incluye desde cámaras capaces de detectar de por sí mismas y en tiempo real cualquier incidencia -desde un kamikaze a un incendio-, galerías paralelas para permitir la evacuación y sistemas inteligentes de ventilación capaces de medir la dirección e intensidad del viento para ponerse en marcha y dirigir el humo hacia la boca adecuada.

Los accidentes de tráfico en los túneles de Mont Blanc, Tauern y San Gotardo, entre 1999 y 2001, abrieron un intenso debate sobre la seguridad en los túneles de carretera a nivel europeo. Bizkaia, con un gran paquete de infraestructuras a desarrollar, muchas de ellas en galería debido a su accidentada geografía, adoptó aquella directiva no solo en la red transeuropea, sino en todos los túneles de la red foral de más de 100 metros, que ha pasado de seis a cuarenta en apenas veinte años. A raíz de aquellos pavorosos incendios, en los que fallecieron decenas de personas ante la imposibilidad de los servicios de asistencia de llegar al lugar del incidente, la premisa básica quedó resumida en una: autoevacuación. “Desde entonces, un túnel se considera seguro si cuando pasa algo las personas que están dentro pueden salir por sus propios medios”, explica Carlos Estefanía, subdirector foral de gestión de la red viaria. En los túneles con dos tubos, uno para cada sentido, esto se logra conectando ambos con galerías que se colocan cada 300 metros, como ocurre en los túneles de la Supersur o Malmasín. En caso de accidente, se cortan al tráfico ambas galerías, para que las personas puedan salir por la otra. Estas galerías están, además, presurizadas, para que en caso de incendio el humo no pueda entrar en ellas. ¿Y los túneles de doble sentido, como el de Bermeo? Se construye una galería paralela para poder evacuar a las personas.

Pese a que todos los túneles están monitorizados en los centros de control de Malmasín, Peñaskal, Artxanda, Gerediaga e Iurreta, la amplia red del territorio exige que la detección de cualquier incidente no se deje en manos de que una persona pueda verlo por la pantalla. “Quizá podrías hacerlo cuando había un par de túneles pero con la cantidad de kilómetros que existen actualmente es imposible”, reconoce Estefanía. Son túneles inteligentes. Por ello, 131 cámaras vigilan constantemente treinta de los túneles del territorio, desde Malmasín a los recién inaugurados en Au-tzagane o Ermua. Se denominan DAI -Detección Automática de Incidentes- y son capaces, por sí mismas, de detectar y alertar de cualquier incidente, que luego el operador deberá verificar desde el centro de operaciones y a través de las cámaras: un coche parado, una velocidad anormal, un vehículo que circula en sentido contrario... Incluyen también cámaras termográficas, que detectan temperaturas superiores a lo normal. Se han colocado también sensores de opacidad, que miden la existencia de humo, y de gases.

Protocolos automatizados Cuando se detecta y comprueba cualquiera de estas incidencias, se pone en marcha un plan de emergencias automatizado; cada uno de los túneles tiene un protocolo específico para cada tipo de emergencias. “El operador no se puede poner a leer el manual de cada túnel. Todo está automatizado; en cuanto el operador reconoce la incidencia, aparece un desplegable en la pantalla en el que él solo tiene que ir validando cada actuación”, explica el subdirector de gestión viaria. Además de lanzar ese plan de actuación -que incluye medidas como el corte de carriles, la intensificación de la iluminación, la puesta en marcha de la megafonía...-, se alerta también a SOS Deiak para que desde este centro de control de emergencias se movilicen los recursos necesarios: bomberos, ambulancias, policías...

Los propios túneles cuentan con instalaciones propias para luchar contra el fuego: extintores manuales, depósitos de agua, bombas, columnas secas, hidrantes... No cuentan, sin embargo, con sistema de extinción propio; solo los túneles de San Mamés cuentan con agua nebulizada pero su función no es extinguir el fuego sino mantener una temperatura baja. “Solo se coloca cuando no es un túnel natural; en los túneles naturales, el fuego te puede romper el hormigón pero la roca natural sigue ahí. Pero en túneles artificiales, el hormigón se daña y estructuralmente se puede venir abajo”, advierte Carlos Estefanía.

Todos estos sistemas -ordenadores, alumbrado, ventilación...- no pueden quedar al albur de una hipotética caída de tensión. Para ello, los túneles y los centros de control cuentan, por una parte, con sistemas de alimentación ininterrumpida, baterías que tienen una autonomía de hasta 30 minutos, y, por otra, con grupos electrógenos. Todo el sistema, además, está mallado, para que la corriente y los datos tengan una vía alternativa en caso de ave’ría.