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El fabuloso e invisible poder de la ciencia

El fabuloso e invisible poder de la ciencia

EL derecho humano a la ciencia fue incluido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en los Pactos de Derechos Humanos que la desarrollaron. Es algo comprensible y justo y necesario, si se juzga, tal y como comentaba ayer el propio Mikel Mancisidor, miembro del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas, que vivimos en un mundo donde la ciencia y sus resultados son cada vez más decisivos en el bienestar económico, social y personal de las personas. Esta cuestión debiera cobrar mayor relevancia en las mesas de las decisiones nuestras de cada día. Y, sin embargo, da la impresión de que no es así. Es más, se diría que ese fabuloso poder de la ciencia pasa desapercibido, que casi tiene el superpoder de la invisibilidad.

Fue el propio Mikel Mancisidor quien ayer habló de esta cuestión en una conferencia pronunciada en la Universidad de Deusto bajo el paraguas del programa Deusto Forum. Explicó el hombre, de vasta inquietud social, que la complejidad teórica y la amplitud de sus implicaciones prácticas hicieron que este derecho se desarrollara poco, y sea, aún hoy, un gran desconocido. Defendió la necesidad no solo de airear sino de aplicar esa prebenda el experto en una conferencia titulada La ciencia, la gran desconocida de los Derechos Humanos que cautivó a los oyentes y puso los puntos sobre las íes. Lo agradeció el centenar largo de oyentes que acudió la cita.

En no recuerdo ahora qué ocasión, leí una reflexión de Michio Kaku, uno de los científicos más relevantes del siglo XXI, coautor de la revolucionaria Teoría de las Cuerdas (los quarks, electrones, neutrinos, fotones o el bosón de Higgs no son cosas puntuales sino que son cuerdas vibrando y depende de cómo vibre la cuerda nos parece ver una partícula u otra, viene a decir...), que decía algo así como que en muchísimas ocasiones se ha asegurado que algo es imposible, pero una o varias décadas después la ciencia ha demostrado su viabilidad. Ese es uno de sus poderes.

De regreso a la conferencia, digamos, hablando en plata, que la ciencia es una vaca. Y que no es de recibo restringir el consumo de su leche a según qué sociedades, a según qué pueblos. No en vano, Mancisidor recordó que “en los últimos años los derechos culturales, a cuya familia pertenece el derecho a la ciencia, han vivido un gran impulso teórico y político, con consecuencias políticas y judiciales innovadoras”. Ahí es donde cobra más relevancia su defensa.

De todo ello tomaron nota los presentes, entre los que se encontraban el diputado foral Imanol Pradales, José Luis del Val, Ana Oregi,Ruper Ormaza, Miren Onandia; la directora de Unesco Etxea, Arantza Acha; Txabi Anuzita, Eva Armesto, el irlandés Eoin Mc Girr;Virginia Gómez de Retana, directora del proyecto BBK Behatokia en Deusto Business School; Juan Manuel Sinde, presidente de la Fundación Arizmendiarreta, Monika Hernando, Iñigo Iturrate, Jon Gil, junto a su padre, Federico Gil, Rosa Gutiérrez, Teresa Casado, Juan Carlos Irigoyen, José Luis Olabarrieta y un buen número de creyentes en la ciencia y sus benéficas aportaciones.

Se sumaron a la reflexión el presidente de Unicef en el País Vasco, Isidro Elezgarai, Helena Orella, Javier Armentia; quien fuera rector de la UPV/EHU, Juan Ignacio Pérez, director de la Cátedra de Cultura Científica de dicha universidad y miembro de Jakiunde, la Academia de las Ciencias, las Artes y las Letras de Vasconia (hombre de ciencia, como pueden ver...); quien fuera consejero de Empleo y Políticas Sociales Ángel Toña, profesor de la Universidad de Deusto, Javier Herrera y así hasta poblar el auditorio del salón de grados de la Universidad con ancha curiosidad, uno de los requisitos mayores del tema escogido, la mismísima ciencia.