Bilbao - “No me puedo creer que esto me esté pasando a mí”. “No me puedo creer que se haya resuelto”. Ambas frases, pronunciadas por “una figura parental insertada en la Universidad”, resumen a la perfección la angustia que sienten, en las primeras citas, los padres violentados por sus hijos y el alivio que experimentan cuando, una vez finalizado el proceso, logran encauzar la relación con ellos. “Esto tiene solución”, tranquiliza Luis Miguel Uruñuela, director de la asociación Berriztu. “El éxito del programa es muy elevado. No todos los finales son felices, pero la mayoría de nuestras familias pueden salir adelante”, confirma Alberto Llamazares, responsable del centro Hobetzen.

Las familias, explica Llamazares, tratan hasta el último momento de que su drama no traspase las paredes de su domicilio. “Eso hace que cuando salga para fuera los estadios sean muy avanzados. Por eso es importante la sensibilización, para que la gente solicite ayuda cuanto antes”, apremia. De hecho, asegura, “el mero hecho de romper ese secreto suele hacer que el chico o la chica rebaje la intensidad”.

Una vez reúnen el valor suficiente para dar el paso, se entrevista a los padres para conocer con detalle el caso. En esos primeros contactos, revela el responsable de Hobetzen, los progenitores suelen atribuirse toda la responsabilidad. “Yo sé que he sido el culpable o la culpable de esto, me ha salido mal, él es un buen chico o una buena chica, en realidad no lo quiere hacer...”, reproduce. Superada la fase de observación, cada semana se lleva a cabo una sesión psicoterapéutica en el centro y una o dos citas con el educador o educadora social en el domicilio. Tres contactos semanales durante once meses. “Es muy intensivo y exigente para la familia porque el problema también lo es”, remarca Llamazares. Tras asentar los objetivos logrados, se hace un seguimiento de un año por si fuera necesario reabrir la intervención.

Entre los chavales, explica el responsable de Hobetzen, hay “verdaderos tiranos y tiranas muy ubicados en las ganancias más instrumentales y chicos que lo están pasando verdaderamente mal y tienen una sensación de incontrolabilidad sobre lo que está sucediendo. Me gustaría no insultar, pero me veo en una dinámica con mi padre o mi madre que me aboca a esto”.

No es un camino de rosas, pero unos padres que ya lo han recorrido dicen que merece la pena. “Hay que ser muy firme cuando decimos no es no” y formar “un frente común” con el resto de la familia “porque los disgustos son bastantes”, reconocen. “Es la parte más dura y difícil, pero a nosotros nos ha funcionado”, explican en una carta destinada a ayudar a otras familias en su misma situación. “Las lágrimas de la despedida -atestigua el director de Berriztu- son de un color muy distinto a las del inicio. Son lágrimas de gratitud, de por fin salgo adelante”. - A. Rodríguez