Sestao- Delgado pero altivo, como los juncos que crecen junto a su huerta en el barrio zierbanato de San Mamés, Jesús Díez Ruiz es uno de los testigos de aquel emporio siderúrgico que llenó de vida las orillas del Nervión entre Barakaldo y Sestao. Nacido en diciembre de 1939 en Bilbao -aunque con apenas unos días se trasladó al caserío familiar de Zierbena-, Jesús dejó 32 años de su vida entre las paredes del alto horno, ese que aún permanece erguido junto a la calle Txabarri de Sestao y la acería -hoy reconvertida en la ACB- junto a la dársena de La Benedicta. Emocionado por el reencuentro con el horno sestaoarra, Jesús -deportista nato que aún hoy sigue con cariño la historia del bolo a Katxete como armador- representa a los cientos de hombres que desde la zona minera vizcaina cambiaron huertas y ganado por la transformación de la vena de Somorrostro, el oro rojo de Meatzaldea, en todo tipo de productos férricos y acerados.

¿Cómo llega un joven crecido en un ambiente de caserío rodeado de verde a trabajar a los altos hornos de Bizkaia marcados por el rojo fuego y el humo gris?

-Para mí fue un pequeño shock, aunque es cierto que en mi familia, como en tantas de la zona minera, había antecedentes relacionados con la profesión.

¿Ah, sí?

-Mi abuelo tuvo bueyes con los que trabajaba para baserritarras y para el acarreo de mineral. Mi padre trabajó antes de la Guerra Civil durante más de 20 años en el lavadero de mineral en Campomar en Pobeña. Tras al guerra se dedicó a la huerta y al ganado de leche. Por eso no dudé en seguir la pista del hierro aunque nunca dejé del todo la huerta ya que yo era el menor de 4 hermanos -tres chicos y una chica- y seguí en el caserío hasta que me casé.

¿Cómo fue su ingreso en AHV?

-Una familiar estaba casada con un facultativo de AHV y por mediación de ella entré. Me presenté en Barakaldo, en El Carmen, en julio de 1964 y empecé con un contrato de seis meses para hacerme cargo de la limpieza de máquinas y en el horno pendiente de todo lo que se caía de las coladas: hierro, escoria... Además de llevar desde el molino los ladrillos y el galipó al horno. Era un trabajo duro.

Supongo que el cambio de uno a otro mundo fue enorme.

-Es cierto que no tenía nada que ver aquello con el trabajo en el caserío, el ganado y la huerta, pero yo me amoldé enseguida. Otros trabajadores de la zona, incluso familiares míos, no se acostumbraban a ese trabajo y acababan dejándolo.

Había que tener pasta especial...

-Uno de esos familiares que había entrado a trabajar al mismo tiempo que yo me decía: ¿yo voy a estar aquí viendo cómo vienen las máquinas, viendo cómo salen las chispas cayendo al suelo, que con el agua explotan, que te coge una y te mata? !Qué va¡ Había mucha gente que no se amoldaba porque, si bien es cierto que el trabajo podía estar bien pagado, también era duro y peligroso.

¿Tuvo usted algún accidente?

-Una vez, trabajando de escoriero en el horno, a punto estuve de caer al canal por donde iba el caldo. Yo estaba corriendo la escoria entre los conos, metí la pala y no me entró en la arena con los restos de polvo de coque. Pegué fuerte y se me fue la pala y yo con ella para adelante. Iba de cabeza para el caño y puse la mano en el borde exterior y rebote hacia atrás. El ayudante que me vio salió corriendo pidiendo auxilio pensando que me había caído al caño.

¿Resultó herido?

--Solo del calor del borde me quemé parte de la mano derecha. Otros no tuvieron tanta suerte. La primera muerte de la que tuve constancia fue a la salida de la colada por la planchada que reventó una botella de oxígeno. La explosión de una de las bombonas partió a un trabajador.

¿Cómo era Sestao entonces?

--La cuesta de la calle La Iberia era un hormiguero a la hora de los relevos porque entraban y salían cientos de trabajadores. Desde la parte de debajo de la Iberia mirabas hacia arriba y no se veía la carretera, solo cabezas. A la entrada de los relevos por allí pasaba gente del horno alto, del tren de laminación, el tren de redondos, el tren de alambre, el slabi, baterías... todo entraba por La Iberia.

Y venía gente de fuera también.

--Por aquella estación del tren de La Iberia venía gente de Portugalete, Santurtzi y de la zona minera. Tenía compañeros que venían desde Galdames en el tren de Muskiz y que se jubilaron allí. Cogían en Galdames un autobús que le llamaban la Gilda hasta Muskiz donde cogían el tren como los de Pobeña, de Abanto, de Ortuella, de Trapagaran y de varios barrios de Zierbena. La gente que venía de Barakaldo entraba por la zona del dispensario de Rivas donde estaba otra parada de tren y por la escuela de aprendices en Txabarri.

¿Y cómo se las arreglaba usted para llegar desde San Mamés?

--Cuando entré en la empresa no tenía problemas con el transporte ya que tenía autobús día y noche para ir y venir desde Santurtzi. Cuando me quedé fijo empecé a trabajar a relevos. De tarde y de noche tenía autobús para ir a Santurtzi y allí cogía el tren y viceversa para volver. La semana que estaba de mañana, venía a partir de las dos de la tarde a casa a trabajar en el caserío y luego por la noche iba a dormir a casa de mi hermano en Santurtzi. Así estuve varios años hasta que me casé con 31 años y me instalé en Trapagaran.

extrabajador del horno alto de AHV en sestao’