El lenguaje de nuestros días es un arte
La exposición retrospectiva del neoyorquino Bill Viola en el Museo Guggenheim atrajo y fascinó a los presentes, invocados por Iberdrola
TANTO tiempo, tantos sudores, esfuerzos y maquinaciones como aquel esperanto de vocación universal pero de comprensión extraterrestre, para que llegue el siglo XXI en plena expansión y lo esclarezca todo: nada hay más abierto y comprensible para la humanidad que el lenguaje audiovisual, el idioma más poderoso y certero no ya solo de nuestros días sino de todos los días que en la historia han sido.
Inspirado en artistas clásicos de Grecia y Roma e incentivado por aquel accidente en un lago que estuvo a un paso de costarle la vida (desde entonces se sumerge en la profundidad de las cosas...) cuando apenas tenía 6 años, el artista Bill Viola, rey de reyes es un erudito a la hora de contar historias a través de la videocreación, todo un juglar de su tiempo cuyo trabajo puede admirarse desde ayer en el Museo Guggenheim que preside Juan Ignacio Vidarte, gracias al patrocinio de Iberdrola, que ha contribuido a tener junto a las orillas del Nervión 27 instalaciones que tienen mucho que ver. Asís Canales, delegado institucional de la compañía eléctrica, y Rafael Orbegozo, jefe del gabinete de presidencia, recibieron, junto a la comisaria Lucía Agirre, curator del Guggenheim, y los consejos de Kira Perov, esposa de Bill y directora del estudio que lleva su nombre, los parabienes de los presentes, entre ellos los del consejero de Cultura, Bingen Zupiria; Lorea Bilbao, José Antonio Ardanza, Gloria Urtiaga, Mónica Gortazar, Carmen Gomeza, Pilar Aresti, Montse Chirapozu, Javier Zalbidea, el crítico de arte parisién Zuquiang Lin, la presidenta de la Asociación de Empresarias y Directivas de Bizkaia (AED), Carolina Pérez Toledo; Ibon Areso, Vicente Reyes, Patxi Ortuzar, las historiadoras Begoña y María Jesús Cava, Arantza Díaz, Sol Panera y Roberto Sáez de Gorbea entre otras gentes a la que la curiosidad les hizo ¡clic!
un mundo variopinto A la hora de revisar la nómina de presentes se dibujaba todo un arcoíris de nombres propios, un mundo variopinto en el que lo mismo aparecían el galerista de Casablanca Hassan Moujahid, que la fotógrafa Erika Barahona, pasando por Begoña Bidaurrazaga y Alberto Ipiña; dos amantes empedernidos: del arte y entre sí...; Anton Hurtado, Silvia García, el arquitecto César Caicoya, Agustín Ramos, Almudena Ros, Tomás Uribe-Etxeberria, Luis Ramon Arrieta, Julio Alegría, Mariapi Alza, Carlos Gómez-Meñaca, Maite Lastra, los diplomáticos Juan Álvarez, Alicia Stuber y Giorgio Baravalle; Yolanda Muñoz, Andrea Mendieta, ya por delante de su padre, Lander; Elier Goñi, Berta Longas, Julia Diéguez, Isabel Bátiz, Pepa Gandarias, Vicente Ruiz de Erentzun, Gonzalo Elorriaga, Izaskun Garate, Carlos Mendiguren, Olatz Zudaire, Mikel Zulueta y un buen número de invitados que disfrutaron de una muestra legible, bien legible. Una exposición que no precisa de traductores y que entra por los ojos para llegar al alma.
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