Iñaki Pardo: “Si sales a trabajar con miedo, no vives”
Iñaki Pardo, que retiró la mampara por tener “muchas desventajas”, admite que los primeros días sintió nervios
Bilbao - Iñaki Pardo había trabajado toda su vida en una oficina hasta que en 2006 se compró una licencia. “Cuando dije que iba a salir con un taxi y encima de noche, mi mujer se puso a temblar”, confiesa. Para paliar la preocupación instaló una mampara, que le costó 1.000 euros, la mitad subvencionados. “La ventaja es que nadie te puede agredir, pero si te piden montar delante y les dejas, estás igual”, señala y reconoce que él era de los que se “quería fiar de la gente” y respondía que sí. No en vano, da fe, “el 99,9% de los clientes no es problemático”.
Pronto se dio cuenta de que aquel parapeto tenía “muchísimas desventajas”, como la dificultad para comunicarse con los clientes. “El trato es muy frío. No les hablas porque no les oyes”, asegura. Y eso que él solía llevar abierta “la ventanita” de la mampara. El pasajero, además, “va más incómodo”. De hecho, “no te permite reclinar ni mover el asiento para atrás para llevar, por ejemplo, a una persona escayolada”. También, añade, repercute negativamente en la sensación de limpieza. “A nada que pongas la mano se quedan las marcas de los dedos y parece que el coche está sucio”, admite. Eso por no hablar de la instalación. “Te desmontaban medio coche y te taladraban por todos los sitios. Yo la verdad que fatal”, resume categórico.
“Llevas a tus hijos encerrados” Cuando transportaba a su familia, cuenta ahora que ha dejado el volante y ejerce de vicepresidente de Radio Taxi Bilbao, la cosa no mejoraba. “Un coche vale un dineral y la mayoría de los taxistas solo tienen uno, que usan también para su casa. Vas con tu mujer y tus hijos en el coche y parece que llevas a tus hijos encerrados. Mi experiencia era mala. Le veía incomodidades más que otra cosa”, subraya.
Cada seis meses los taxistas prestan servicio una semana en el aeropuerto y durante ese tiempo se solían desprender de la mampara. “Una de esas semanas que fui al aeropuerto la quité y no la volví a montar nunca más. Luego tuve un accidente, el coche fue al desguace, compré uno nuevo y ya no la puse. Aparte del coche, tenía que pagar otros 1.000 euros por la mampara”, ya que, por ser la segunda, no estaba subvencionada.
Acostumbrado a ir con las espaldas cubiertas, Iñaki se lanzó a la calle a pelo. “Los primeros días estás un poco más nervioso, más pendiente del de atrás, de si te va a agarrar por el cuello, pero si sales a trabajar con miedo, no vives”, advierte y aboga por esgrimir la palabra como arma para neutralizar agresiones. “Si ves a una persona conflictiva, es mejor dialogar e intentar convencerla. Vale más una palabra que la mampara”, afirma. Sobre todo porque “si te dice que quiere meter algo en el maletero, ya estás fuera del coche, a expensas de lo que te quiera hacer”.
Aunque él prefería “el trato directo con el cliente”, sabe de una compañera que aún hoy lleva esta medida de protección. “Trabajaba por la noche y no salía sin mampara. Tiene la sensación de que va más segura, incluso trabajando de día como trabaja ahora”, cuenta Iñaki, que insiste en que hay que “asumir los riesgos” de su profesión y “llevarlos lo mejor posible”: “Como salgas con miedo, mejor dedícate a otra cosa. Es lo mismo que si un soldador tiene miedo a quemarse”.