Uberuaga: “En los 70, Munitibar era pelota o cesta”
Munitibar - José Ángel Uberuaga, más conocido en el mundo del arte como UBE, es un creador que utiliza la provocación como una vía para mostrar su talento. Sus obras plasman la necesidad que guarda de contar historias y eso se nota en sus conversaciones, en las que desmenuza cada idea en pequeños detalles. Tras partir del pequeño municipio de Munitibar, formado tras la unión de las anteiglesias de Arbaiztegi y Gerrikaitz, logró recorrer medio mundo como jugador de cesta punta y destacar en frontones de Barcelona, Miami o México. Tras la huelga que afectó a la modalidad, decidió retomar otra de sus pasiones, convirtiéndose en un artista multifuncional y rodeado de polémica tras unas controvertidas fotografías que hizo en la iglesia del propio Munitibar.
Tiene más de un lugar preferido en Munitibar. ¿Qué significan para usted?
-Hay varios lugares, de hecho. Si menciono el frontón, desde niño fue parte de nuestra educación. Fui pelotari profesional durante unos 18 años y me remonta a la época de mi niñez, porque fue fructífera en todos los sentidos. Además de divertirnos, encauzamos en parte nuestro futuro. Por otro lado, en la actualidad me dedico al arte, y en Munitibar hay dos zonas en las que hay esculturas mías: detrás de la iglesia, donde se aprecian dos bustos, y en el parque, donde diseñé un escenario de música y el puente, algo que me enorgullece, porque me hacen ser parte del día a día de la localidad.
Salió muy joven de Munitibar para marchar a ciudades como Barcelona o Miami. ¿Cómo fue ese cambio?
-Con 16 años me dieron opción de debutar como profesional en Barcelona, donde pude compaginar los estudios con la pelota. El salto a Miami implicaba cambiar el estilo de juego, ya que aquí se disputaban partidos y allí eran quinielas. A los 18 desembarqué en Estados Unidos y el cambio que muchos consideraban brutal de cambiar un pueblo pequeño en una zona rural a una ciudad como Miami a mí no se me hizo tan grande, ya que inicialmente había estado en Barcelona. Pero todo te marca porque es un aprendizaje en bruto.
¿Se da cuenta de ello cuando vuelve al pueblo?
-Sí, no eres consciente hasta que vuelves de nuevo. Ves la gente que te rodea, cómo se comporta la sociedad y vas viendo la diferencia. Y además, aún eres joven, te vas descubriendo y ese proceso te va marcando las pautas a seguir, las direcciones a tomar, de alguna manera sin dejar de ser un aprendizaje constante y continuo.
Guardará buenos recuerdos de su infancia en Munitibar.
-Digamos que en una zona rural había pocas opciones en aquella época. Ahora hay absolutamente de todo. En los años 70 era pelota o cesta punta, porque tenemos el privilegio en Munitibar de tener un excelente frontón que sirvió de cuna para infinidad de pelotaris. El fútbol no era una opción porque ni tan siquiera tenías un campo, aunque recuerdo que los jóvenes solían ir a jugar a las campas que están debajo del monte Oiz. El resto jugábamos a cesta punta en el pórtico de la iglesia.
¿Sus creaciones son obras que se pueden entender tanto en Munitibar como en Nueva York?
-No aseguras al hacer una obra que se pueda entender en Nueva York y en Munitibar, no. De hecho, las polémicas fotos que hice en la iglesia del pueblo las vendí al segundo día a un artista neoyorquino, pero cuando las expuse en la ciudad norteamericana hablé con amigos que se escandalizaron.
Después de vivir por medio mundo, ¿se pierde el arraigo hacia su pueblo?
-Yo no lo he perdido, aunque estuve durante un tiempo en Miami, Nueva York o Barcelona y me encantan las grandes ciudades porque la amplitud de miras es importantísima. Pero a mí me atrae mi pueblo. Si me preguntasen de que estoy orgulloso en mi vida, es de ser vasco y pertenecer a este pueblo. Para mi es lo máximo. Mi vida ha merecido la pena por dos razones: por ser el padre de la hija que tengo y por ser vasco.
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