Bilbao - “Bizkaia no es un destino del todo surfero, pero son muchos los alumnos que se pasan por nuestras costas la temporada de verano atraídos por las mareas vivas, las playas y los paisajes”, relata Floren Isla, presidente de Bizkaiko Surf Federazioa. En concreto, según datos recogidos por la federación, entre los meses de marzo a septiembre pasan habitualmente por las escuelas de surf vizcainas unas 3.000 personas. “El verano es nuestro punto fuerte, nuestras mareas vivas y nuestro clima no permite hacer surf aficionado durante el invierno”, añade Isla.
Lo cierto es que en los últimos años numerosas escuelas de surf han abierto sus puertas en los arenales vizcainos. Y es que domar las olas se ha convertido en el deporte de moda. Así, actualmente, en las veintiocho playas que tiene Bizkaia, los aficionados que quieran introducirse o perfeccionar su técnica sobre la tabla pueden elegir entre el medio centenar de escuelas que ofertan cursos. De hecho, prácticamente todos los arenales tienen una, y algunas de ellas disponen de hasta cinco. Pero no todos los centros están en la red de Bizkaiko Surf Federazioa, ya que para formar parte de la misma “es necesario ser parte de un algún club de la federación”. Actualmente Bizkaia dispone de 35, de los que derivan once escuelas de surf: Erauntsi Surf Eskola, en Muskiz; Acero Surf Eskola, en Getxo; Alder Surf Eskola, en Gorliz; Bakio Lokal Surf Eskola y Bakio Surf Taldeko Eskola, en Bakio; Centro de Escuela de Surf La Arena, en Zierbena; La Salbaje Surf Eskola, Surf Eskola Sopelana y Peña Txuri Surf Eskola, en Sopela; Mundakako Surf Eskola, en Mundaka, y Ogoñope Surf Eskola, en Laga. Las restantes hasta llegar al centenar son privadas. “Las escuelas de la federación llevan siendo las mismas prácticamente veinte años, las que están creciendo últimamente son las de las empresas privadas”, explica Isla.
El presidente asegura, además, que la diferencia entre ambas es notoria. “Mientras que las privadas simplemente ofertan cursillos y no tienen socios, nosotros intentamos que los chavales se queden enganchados y cojan afición al surf, trabajamos con el deporte escolar y cooperamos con los ayuntamientos y la Diputación”.
Otra gran diferencia que apunta es que asegura que cuando hay alerta naranja tienen terminantemente prohibido hacer ningún tipo de actividad ya que los fuertes vientos o corrientes pueden provocar “que un niño termine con la nariz rota porque al venir una ola le ha dado la tabla a una velocidad de cincuenta kilómetros por hora”. Aún así, lamenta que fuera de la federación siempre hay algún “pirata” que mete a los surfistas al agua haga el tiempo que haga porque “lo único que buscan es hacer negocio”.
Por otra parte, también admite que en comparación con otros territorios, en Bizkaia la “compenetración” entre escuelas es muy buena. “En Cádiz hay playas en las que en kilómetro y medio hay hasta 35 escuelas”. Aquí, sin embargo los ayuntamientos se encargan de regular el número de escuelas por playa dependiendo del tamaño para no colapsar los arenales. Aún así la demanda es muy amplia y están obligados a organizarse en horarios y turnos con las demás escuelas.
Distintas procedencias Los campamentos de surf también son testigos de cómo aumenta la demanda en verano. Moana Hostel Surf se encuentra en Urduliz y ahora mismo tiene completo el cupo de 75 personas por turno del que dispone. Entre ellas, Patxi Pardiñas, responsable de Moana, destaca el gran número de catalanes que acude cada año: “En Barcelona, aunque no tengan olas, tienen mucha afición por el surf, y supongo que por cercanía deciden venir a nuestras costas y no a otras”. Relata, que con tan alta demanda, incluso organizan autobuses desde Barcelona para hacerles más cómodo el desplazamiento.
De algo más lejos llegan las jóvenes Miren Eguiara, Eve Valentinova y María Díaz para pasar una semana en el campamento. Son españolas, pero residen en Londres. Las tres jóvenes eligieron Urduliz como destino atraídas por los alrededores: “Teníamos interés en el surf, y tras mirar en diferentes sitios, nos pareció muy interesante todo lo que ofrecía la zona de la costa vasca”, cuenta María.
Nunca antes habían practicado este deporte, y aunque “no paren de tragar agua”, dicen que “no van a parar de intentarlo”. Para ellas el día comienza a las siete de la mañana. Se duchan, toman el desayuno, y para las ocho una furgoneta acude a buscarlas para llevarlas a las playas de Sopela, en las que toman clases de surf con los monitores de la Salbaje Surf Eskola, y Gorka Yarritu Surf Eskola Sopelana. Uno de los monitores que se encuentra allí para dar clases se llama Martín. Forma parte del grupo de instructores de la Salbaje desde principios de la época estival, y éste, además de los catalanes, también destaca la cantidad de franceses que acuden a Sopela. Asimismo, apunta que “el surf no entiende de edades”, ya que observa cómo se animan a tomar clases alumnos de todas las edades , aunque también admite que “el 50% tendrán entre 8 y 16”. Pardiñas también afirma que en Julio la mayoría son niños “quizá porque los padres aún no tienen vacaciones y prefieren que estén entretenidos”. Solo un mes más tarde, sin embargo, la situación cambia por completo. “En Agosto acuden a Moana muchas familias al completo. Ven la oportunidad de practicar deporte, a la vez que pueden visitar sitios nuevos, ya que también les ofrecemos excursiones a San Juan de Gaztelugatxe o Bilbao”.
Inconvenientes Al otro lado de la balanza surge una duda. ¿Para qué voy a ir a una escuela pudiendo aprender por mi cuenta? Ignacio Salagre es uno de ellos. A sus 21 años, lleva practicando surf como aficionado desde que tiene 14. “Creo que para aprender la base del surf no hace falta apuntarse a una escuela, otra cosa ya es que quieras perfeccionar para ser profesional. Para eso necesitas que te entrenen”. Aún así admite que “para los chavalillos están bien. Les facilitan el material y además se entretienen”.
Por otra parte, opina que hay demasiadas y que a veces puede ser dificultoso para los que acuden por su cuenta a disfrutar de las olas sin esperar a que empiece a hacerse de noche: “En Sopela vas al agua y no tienes ni sitio, tienes que andar pegándote con mil”, concluye.