NADIE sabe, a ciencia cierta, qué llevó hace un par de semanas a una mujer de 79 años a matar presuntamente a su hijo -un hombre de 60 años con una discapacidad intelectual- para posteriormente suicidarse en Bilbao. Pero Antonia Blanco, que tiene 87 años y una hija en similares circunstancias, puede hacerse ligeramente una idea. “Pudo ser que se viera sola. Es una cosa muy dura para diario y hay que tener mucha paciencia para llevarlo. Que tengas una persona con discapacidad en casa y no tengas a nadie que te apoye o que te quiera... Eso puede llevar a la persona a hacer malos juicios a veces sin querer hacerlos. Se querrían como quiero yo a las mías, pero en ese momento...”, se hace cargo esta mujer, que vive con su marido, de 89 años, y su hija Berta, de 60, en Sondika.
La otra hija del matrimonio, Concha, que ejerce de tutora de su hermana -con una discapacidad intelectual del 45%- también está “convencida” de que “esa señora se ha sentido sola”. “Igual luego objetivamente no era verdad que lo estaba, pero lo ha tenido que sentir y decir: Si tengo 80 años, voy a durar poco, esto es lo que más quiero yo en mi vida...”, se pone en su lugar Concha, para quien la mujer, que al parecer ya no se veía con fuerzas para cuidar de su hijo, pudo creer equivocadamente que así “lo protegía”.
La angustia que transpira el trágico suceso le es ajena a Antonia, que enfila el último tramo de su vida sin que Berta, “la pequeña”, como la llama cariñosamente pese a ser ya sexagenaria, le suponga ningún quebradero de cabeza. “Estoy orgullosa de tenerla porque es una chica que con 60 años todavía no nos ha dado un mal rato. Es algo caprichosa, pero por lo demás...”, comenta satisfecha.
Tampoco cuando mira hacia el horizonte le asaltan los miedos, pese a que tanto ella como su marido son ahora dependientes. “Con respecto a Berta nunca he tenido temores porque estamos muy unidos y a esta chiquita hasta el pueblo mismo la quiere más que su madre, como digo yo. La aprecian porque es muy sociable y agradable. En Sondika háblale a cualquiera de Berta y te dirá: Menuda chavala más maja”, cuenta. De hecho, Berta no quiere ni oír hablar de irse a vivir a Areatza con su hermana. “Se lo he propuesto muchas veces y me dice: A mí de Sondika no me sacas ¿eh? Allí se siente segura y hasta a su novio, Patxi, lo conocen todos”, dice.
La “tranquilidad” de Antonia se sustenta en su hija Concha, que los visita casi a diario para atenderlos a los tres, pero el respaldo del “entorno donde hacen la vida también es muy importante”, señalan desde Gorabide, asociación a la que pertenecen desde sus inicios. “Los temores son menores cuanto más grande es el entorno social que apoya a la familia o a la persona. En el caso de Antonia puede ser menor ese miedo de qué pasara cuando no estén porque está la otra hija y luego el entorno”, explican.
Tampoco Concha, que lleva las riendas de la familia, alberga “ningún miedo” porque tener siempre tendida la mano de la asociación le da “seguridad”. “Termina siendo tu segunda casa”, reconoce, agradecida, su madre. “El lugar adonde recurres cuando tienes dudas, problemas o angustias, cuando dices: ¿Y ahora qué hago? ¿Y cómo?”, añade Concha, a quien le han brindado información y asesoramiento tanto a nivel jurídico como asistencial. “No sé si el chico fallecido iba a un centro o estaba muy protegido, pero cuando existe una asociación que acoge problemáticas parecidas a la tuya no te sientes solo porque el de al lado, de una forma o de otra, es como tú”, considera Concha, aliviada porque si mañana mismo no pudiera hacerse cargo de su hermana, le facilitarían las posibles alternativas.
“Me gustaría vivir con mi novio” A Berta le detectaron su discapacidad intelectual los profesores, cuando acudió al colegio, con 6 años. “Dijeron que tenía que ir a algún centro de educación especial porque no podía seguir el ritmo de los otros niños”, relata su hermana. Tras su paso por el colegio Cervantes y La Ola, donde cumplió la mayoría de edad, trabajó diez años en un taller haciendo interruptores y posteriormente, hasta su jubilación el pasado mes de enero, en la brigada de limpieza de Lantegi Batuak. Todo ello compaginado con sus actividades de ocio y su pareja, Patxi, que ilumina su sonrisa desde hace doce años.
De momento Concha está “en buenas condiciones” para sobrellevar el peso de la familia, pero el reloj corre para todos. “Ya vamos siendo mayores y llegará un momento en el que, aunque siga siendo su tutora, pediré que vaya a un piso tutelado, porque Berta puede vivir con otra gente como ella con un monitor. Necesita que la orientes sobre el dinero o el horario, pero por lo demás hace una vida muy independiente”, asegura su hermana.
De hecho, las aspiraciones de Berta, que sigue con interés la conversación en la sede de Gorabide, son algo mayores. “Me gustaría vivir con mi novio. A él también, pero quiere que vivamos los dos solos, sin nadie más. Yo también quiero”, reitera para que no quede lugar a dudas. “¿No necesitaréis a alguien que os ayude?”, se le pregunta por ver si es consciente de sus limitaciones. “No te digo que no, pero...”. Y ahí deja la cosa. La asociación, de nuevo, sugiere una posible solución. “Hay proyectos de vida semiindependiente, gente que vive en su propia vivienda y a la que se le ofrece un apoyo puntual. Va una persona unas horas y les ayuda a organizar el día a día, el tema económico...”, explican. “Eso es lo que ella quiere y yo, como hermana, intentaré que se haga. Llegado el momento, veré cómo se puede conseguir que viva de la forma más independiente posible en su casa. Le gustaría vivir con Patxi y hay que intentarlo, porque están encantados de estar juntos, aunque no sea posible hacerlo como quieren”, señala Concha, para quien “todo es mucho más sociable y menos trágico que el suceso”. Lo único que lamenta Antonia es que Berta haya dejado el grupo de tiempo libre. “Cuando empezó con Patxi, resulta que ya no hay más que Patxi. ¿Verdad, Berta?”.