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El bar Huevo Frito homenajea a Félix Amezaga

El bar Huevo Frito homenajea a Félix Amezaga

DE vez en cuando la vida, tan severa en sus exigencias y a menudo rácana en sus regalos, abre de par en par la puerta a la alegría. Ese es el fenómeno ocurrido ayer en el Huevo Frito, uno de la bares clásicos de García Rivero donde gobierna José Pereda, que se desmelenó en una fabulosa carambola de billar francés; un juego a tres bandas donde lo mismo se presentaron los miércoles solidarios -por 3 euros podrá el parroquiano beberse un txikito en el vaso clásico de culo gordo y comerse un pintxo para saciar su apetito solidario, habida cuenta que uno de los tres será destinado al comedor social que en breve abrirá sus puertas en el Casco Viejo...- que se homenajeó a Félix Amezaga, el cliente más veterano de la casa (95 años le contemplan, acompañados por un espíritu que se quedó atrás a la hora de envejecer...) o se presentó la tortilla euskaldun, hecha con patata alavesa, cebolla roja de Zalla, huevos ecológicos de Luciaren Etxea, sal de Añana y aceite de la Rioja Alavesa. Los comensales no la encontrarán siempre que acudan porque al prodigio le sucede como a los hermosos eclipses: les hace falta la colaboración de la naturaleza. Vamos, que hacen falta los productos de temporada.

Para darle color a la tarde, los organizadores contaron con las sagradas voces de Juan Miguel García, Iñaki Olano, Mitxelo Terrón, Ricardo Corulla, Toño Prieto y Ángel Estévez, o lo que es lo mismo, el legendario grupo Indarra.

lágrimas vertidas Al tiempo en que le sirvieron un txikito en el vaso, Félix hizo esfuerzos por no verter un puñadito de lágrimas sobre la tarde. El hombre ama el local al que es asiduo (los trabajadores María Ramírez, Inma Sánchez, Steven Estrada, Judys Matos y Miren Aberto, acompañados por Silvia Pereda lo saben bien: por eso le regalaron una txapela conmemorativa...), las bilbainadas que acompañó al compás y al Athletic por encima de todas las cosas. Quizás por ello le tembló el pulso cuando Joseba Etxeberria y Dani Aranzubia le impusieron otra txapela, esa corona del pueblo.

Testigos de cuanto les cuento fueron Óscar Cavia, Ainara Legarreta-Etxebarria, Guillermo Bustamante, Óscar Sanz, Mónica Pereda, Asier Atutxa, toda una autoridad portuaria; Txema Olano, Susana Tierra, Marian Pereda, Javier Amezaga, Mirian Nishida, Jesús Amezaga, Gonzalo Gandarias, Gonzalo Arbaiza, Xabier Etxebarria, Izarra González, José Antonio Cayón, Sergio Etxebarria, presidente de BilbaoCentro; Naomi Amezaga, Adolfo Lorente, Enrique Arcero, Javier Arriaga, Begoña Iturriaga, Carmen Alonso, quien se dio de bruces con la alegría sin esperarlo -canturreó, sotto voce, las bilbainadas de rigor...-, Txema Carreto, Joseba Muguruza, Izaskun Mendizabal, Cristina de las Heras, Gonzalo Martínez, Sandra Benguria y un buen número de asiduos del local.

La tarde, ya digo, fue todo un desahogo. Esa es una de las virtudes cardinales de un bar: servir una copa de distracción y vida social, alegrarse con los amigos y dar rienda suelta a un mundo que, puertas afuera, suele ponernos las cosas peliagudas.