Ondarroa intenta volver a una rutina que cada día parece más difícil de lograr. Con un ojo puesto en la ladera de Kamiñalde, ayer les sacudió la explosión de la fábrica de hielo. Conviviendo con todo ello, como otro lunes cualquiera, la gente volvió al trabajo, centrándose en sus quehaceres habituales aunque no todos pudieron hacerlo como siempre.
“Casi mejor que me hubieran cerrado el negocio, hasta aquí no se acerca nadie” se quejaba amargamente Ana María Richard, propietaria de Ultramarinos La Riojana. Ana María ha sufrido las consecuencias del desprendimiento de tierras por partida doble. Fue una de las vecinas desalojadas el viernes por la tarde al ser inquilina del portal número 59, y actualmente convive con sus suegros. En un primer momento no se dio cuenta de la gravedad de la situación: “Pensé que el desalojo era solo por una noche y cogí poca ropa”. Por lo menos tuvo suerte de poder volver el fin de semana a recoger más enseres. Pero como las desgracias no vienen solas, el negocio que regenta también se ha visto afectado por la situación. “He podido volver al trabajo pero aquí no se acerca nadie”. Su local está justo al final de la calle que permanece cortada, fuera de la restricción, pero como la mayoría de sus potenciales clientes ya no está, ayer apenas había hecho caja.
Justo delante del ultramarinos se encuentra el negocio Iñaki Harategia. Pequeño establecimiento de barrio, ayer abría las puertas como un nuevo lunes, aunque sabiendo que la situación no era la habitual. Iñaki mostraba su preocupación por el futuro: “Hay muchos negocios en esta calle y los únicos clientes suelen ser los vecinos” detallaba. Unos vecinos que ya no están. Pero Iñaki también tenía en mente la cercana ladera desprendida. “Como vuelva a llover de nuevo aumentará el peligro”, comentaba mientras miraba al cielo nublado. Iñaki echaba de menos el tráfico que ya no pasa por delante de su establecimiento, “hasta la parada de autobús paraba cerca”, en una calle donde ahora solo se ve el coche de la Ertzaina que custodia las casas abandonadas.
Otra de las vecinas afectadas que está intentado hacer una vida normal es Arrate Gaztiain. Su casa fue de las primeras viviendas desalojadas y desde entonces habita en el hostal Arrigorri. Todo lo que está viviendo la última semana lo describe como “una pesadilla” y, cuestionada sobre qué es lo que más echa de menos, lo tiene claro: “Tener tu rutina”. Ella, su pareja y su hija han vivido muchos cambios en poco tiempo y lo peor es que lo que está ocurriendo no tiene una fecha de finalización. “Echas de menos hacer tu vida” y sobre todo, según cuenta, “el simple hecho de tirarte en tu sofá o hacerte un bocadillo cuando te apetezca”. Su hija, por ejemplo, no ha tenido problemas con el material escolar, ya que “sacamos todo lo que necesitaba el primer día y ahora, con las nuevas tecnologías, lo más indispensable es el ordenador”.
Casa en Ondarroa Una de las mayores preocupaciones que tienen los vecinos que se encuentran fuera de sus casas es la futura vivienda que les aguarde mientras no puedan acceder a la suya. En total han sido 176 familias, 176 pisos vacíos que harán falta para responder a la demanda. Y aunque los pueblos de alrededor quieran ayudar, los desalojados no quieren alejarse de su rutina. “Tu vida esta aquí y si te mandan a otro pueblo es mucho cambio”, relata Arrate Gaztiain.
El Ayuntamiento ondarrutarra se reunirá con todos los afectados a lo largo de esta semana para analizar los casos individualmente. En el orden de prioridades, las familias con hijos tendrán preferencia a la hora de realojarse, para alejar lo menos posible a los menores de sus centros escolares.