Barakaldo - Los hijos no vienen con un libro de instrucciones. Ni siquiera los que llegan a casa con algunos años y de un país extranjero. Aún así, son muchas las familias vizcainas que se aventuran a adoptar o a acoger a un niño nacido en tierras lejanas. Es el caso de José Ignacio Armentia, un vecino de Barakaldo de 58 años que desde hace casi una década es el padre de acogida de Anastasia Kharchevnikova, una pequeña rusa cuyo recuerdo enciende su mirada y de su esposa, Blanca Arana.
El proceso para acoger a la pequeña “fue muy rápido”. “Tomamos la decisión cuando quedaban quince días para cerrar el plazo de inscripción para hacerlo”, recuerda José Ignacio. Él, junto a Blanca, comandó esta determinación que contó con el apoyo de sus otras hijas, las biológicas, Irati y Haizea de 23 y 22 años respectivamente. El papel de la asociación Bikarte fue crucial como intermediaria para que un niño ruso -finalmente la afortunada fue Anastasia- pudiese pasar los meses de verano en el hogar de los Armentia Arana de Barakaldo. “Antes de que viniese a nuestra casa, no sabíamos nada de ella, de hecho, hacíamos quinielas de cómo sería”, recuerda Blanca.
Llegó el día crucial, la jornada en el que el avión en el que Anastasia llegaba a Bizkaia junto a otros compañeros de experiencia. “Recuerdo que nos impresionó verla. Venía muy delgada y no hacía más que llorar”, apunta José Ignacio. Anastasia tenía ocho años y, para ella, todo aquello que estaba viviendo era nuevo, hasta lo más esencial. “La primera vez que montó en un coche fue cuando la recogimos en el aeropuerto, la primera vez que vio un baño fue cuando llegó a nuestra casa”, rememora este cariñoso aita.
La situación era inédita para todos pero, sobre todo, para la pequeña que además contaba con otra gran barrera: el idioma. “En diez días empezó a controlar el castellano. Nosotros, ocho años después, apenas sabemos cuatro palabras de ruso”, señala José Ignacio. La facilidad de Anastasia con la lengua hizo que la adaptación fuese tremendamente rápida. Todo es más divertido con ella”, describe Blanca.
Así han pasado ocho veranos. “Lo más bonito es ver cómo crece, ahora ya es toda una mujer”, explica José Ignacio. El contacto cara a cara se da solo en el periodo estival, pero los Armentia Arana no pierden la conexión con su hija rusa durante el resto del año. “Todos los domingos hablamos con ella por teléfono”, aseguran. Además, las nuevas tecnologías han facilitado sobremanera el hecho de que Anastasia y su familia barakaldarra mantengan el contacto. “Habla con sus hermanas por Facebook. Las redes sociales sirven para afianzar y fortalecer los vínculos”, indica Blanca quien opina que “la relación que tenemos no se va a romper nunca”.
Aunque hace ocho años no titubearon en absoluto a la hora de tomar la determinación de convertirse en una familia de acogida, ahora, pasado el tiempo, ven claramente que la decisión fue totalmente acertada. “Si volviésemos atrás, obraríamos igual que hace ocho años, acertamos de pleno”, reconoce José Ignacio.
Por eso, en el seno de esta familia desean que los veranos de excursiones, visitas por Euskadi, viajes y convivencia con Anastasia se repitan año a año, empezando por el que se avecina. “Ojalá pueda venir. La niña siempre tiene las puertas de nuestra casa abiertas para crearse aquí un futuro si así lo desea”, concluye José Ignacio, el ejemplo de que se puede ser padre de muchas formas. Él lo ha hecho dando la vida y criando a Haizea e Irati y acogiendo cada verano a Anastasia.