A Gracia siempre le ha gustado el campo y “vivir los ritmos de la naturaleza”. Desde joven también mostró una inquietud cultural y antropológica por “el conocimiento de los pueblos a través de sus leyendas”. Así que es normal que esta mujer, nacida por casualidad en Castro Urdiales, de hondas raíces asturianas e “hija adoptiva del País Vasco”, como ella misma se define, y casada con inglés, que tiene otra gran historia, abrazara el druidismo en 1987. “Me cogió un poco mayorcita”, confiesa, “pero sí, con 30 años, comencé a estudiar el druidismo”. ¿Y qué es exactamente? “Es una actitud, una filosofía de vida, en la que se honra a la madre tierra y a todos sus hijos”, contesta. “Pero eso no quita para que no comamos carne”, aclara. Esa actitud se plasma en las ceremonias y ritos que dirige en las campas y bosques de Zeanuri. También imparte “enseñanzas” porque por algo es archidruida, la máxima distinción dentro del mundo de la cultura celta. Se la concedió en 2010 la British Druid Orders, “el mismo año que el Reino Unido reconoció el druidismo como una enseñanza altamente beneficiosa para la sociedad”, señala. Gracia lleva 28 años compaginando su trabajo de técnico de radiología, primero en la Sanidad pública y ahora en la privada, con el druidismo, su pasión. Tanto es así que ha escrito un libro, El enigma de la gruta sagrada, que será presentado esta semana en Bilbao, y donde mezcla novela y leyenda.
Gracia siempre ha contando con la inestimable ayuda de Roberto, su marido: políglota, músico y muchas más cosas. Con él se fue a finales de los años 80 a un pequeño pueblo de Inglaterra, en Cornualles, de nombre Tintagel, en busca de información sobre mitos y leyendas de la cultura celta. “Era fantasmagórico, no había nadie”, recuerda, “llegamos un 30 de octubre, la noche de Samhain, nombre gaélico, que ahora se conoce como la noche de Halloween”. Según supieron después, todos estaban en un bosque participando en una ceremonia “muy seria, supermágica”, apunta Gracia. Se quedó tan impresionada y mostró tanto interés que los lugareños le dijeron que estaban dispuestos a enseñarle los secretos del druidismo, pero con una condición: ellos le dirían cuándo tenía que ir al pueblo, y si en alguna ocasión fallaba, que no volviera “porque aquí no se viene por snobismo”, le dijeron. Aceptó el envite. Gracia acudía a Tintagel cuando le requerían. Tuvo que pedir muchos permisos en el trabajo, entonces en el hospital de Basurto, para poder acudir a las enseñanzas. Y así estuvo casi diez años, hasta que le dieron la vara de druida, “una vara de avellano que representa la sabiduría”, explica. Aun así, tuvo que estar hasta el año 2000 “investigando por mi cuenta”. Ya capacitada, desde ese año intenta transmitir sus conocimientos a “familiares y amigos”, y han llegado a formar la Orden Druida Mogor. Comenzaron a reunirse en agroturismos, pero desde hace diez años lo hacen en un caserío de Zeanuri. Su terreno y los bosques de la zona sirven de escenario para los ritos y ceremonias que realizan. Reconoce que al principio “causábamos curiosidad, pero, como nosotros siempre hemos tenido las puertas abiertas, no hemos tenido ningún problema. Al contrario, la gente de Zeanuri es encantadora con nosotros”.
Ceremonias
Más de un vecino habrá podido ver alguno de los ritos. “Puede parecer una representación teatral”, dice Gracia, “pero va mucho más allá”. Según explica “es una recreación de la vida, de la fertilidad y la muerte de la tierra”. Para ello utilizan diálogos y lecturas. ¿Y qué se siente al final de la ceremonia?, le preguntamos. “El bienestar de una conexión completa con la naturaleza”, contesta. Como anécdota curiosa añade que “cuando hacemos un rito, aunque haga malo, el cielo se despeja y vemos la luna y la estrellas, y en el bosque se hace un silencio total, pero cuando terminamos, los pájaros vuelven a cantar; es la magia del druidismo”. Una magia “que no tiene dogmas, pero sí una ley”. La única norma del druidismo es, según Gracia, “No hagas daño a nada, a nadie ni a ti mismo”. Por eso, asegura que “enseñamos para conseguir no hacer daño”. Pero lo que más intensamente viven son “los ritmos de la naturaleza”. Para ello tienen su propio calendario, articulado en base a las trece lunas del año y a los solsticios y equinocios. Panoramix y Asterix ya lo vivieron. Ahora son muchos los druidas y seguidores de druidismo, como Gracia y Roberto, los que disfrutan propagando una filosofía de vida que hace más felices a quienes lo practican.