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Una vivienda para recuperar la dignidad

Así funciona ‘housing first’, el novedoso método con el que la Diputación quiere atender a las personas sin hogar

Una vivienda para recuperar la dignidadDEIA

Libia llevaba muchos años, viviendo en la calle, demasiados. “Olvidé que se puede vivir como vivo ahora”, reconoce ahora en su pequeño piso de Barcelona. Cuenta ilusionada que en breve recibirá la visita de su hija y su nieta, algo con lo que ni siquiera se atrevía a soñar cuando dormía entre cajas de cartón. Desde que llegó a España hace 15 años nunca había tenido una casa. Ella es una de las 38 personas que participan en el Estado en el programa Habitat, una aplicación del sistema housing first que la Diputación quiere implantar en Bizkaia para atender a las personas sin hogar. “Están dando unos resultados asombrosos en el caso de las personas que están en peor situación, que más tiempo llevan en la calle, que han sido expulsados de otros recursos. Debemos cambiar de un modelo asistencionalista a un modelo que dé soluciones duraderas, que sea correspondiente con la dignidad y los derechos de las personas”, defiende José Manuel Caballol, director general de Rais, la fundación que ha puesto en marcha esta iniciativa en Madrid, Barcelona y Málaga.

La institución foral quiere probar una innovadora iniciativa para dar una respuesta a las 175 personas que viven en la calle en Bizkaia y a las 729 que se hacinan en chabolas, coches o habitaciones compartidas. El sistema actual funciona como una escalera, explican desde Rais: de la calle al albergue, del albergue al centro de noche, del centro a una pensión? Un proceso demasiado largo y ligado a exigencias -abstinencia, seguimiento de tratamientos...- que no todos consiguen culminar.

El modelo, creado en 1990 por el psicólogo de una ONG de Nueva York, plantea otro enfoque: la vivienda es lo primero que se debe facilitar a las personas. Si la vivienda es un elemento clave en la mejora de la situación de las personas, ¿por qué no empezar por ahí?, plantean desde la fundación. Una vivienda no solo facilita muchas cuestiones administrativas -empadronamiento, tarjeta sanitarias, prestaciones económicas...- sino que implica otros elementos que resultan determinante. “El más importante de todos es la seguridad”, explica José Manuel Caballol. “Cada 20 días muere una persona sin hogar en España como consecuencia de una agresión directa y el 50% de ellas dicen haber sufrido vejaciones e insultos. Con una casa, ese problema desaparece; se acabó. Tener un lugar desde donde iniciar un proceso es un cambio definitorio”. Ofrecer una casa desde el principio es lo que distingue a este proyecto, pero housing first propone además un método de intervención distinto: el piso se ofrece con carácter permanente y de forma incondicional. “Las personas no tienen que someterse a ningún tratamiento ni conseguir ninguna meta para conservar la casa”, explica Caballol. Ello no significa que no existan condiciones para tomar parte en el programa: contribuir al alquiler si se dispone de ingresos, recibir la visita semanal de un trabajador social para realizar un acompañamiento y respetar las normas mínimas de convivencia. La persona se convierte en el protagonista de su propio proceso de inclusión. “Hay un equipo de apoyo profesional de mucha intensidad que les visita como mínimo una vez a la semana, pero con una dinámica de intervención diferente: en lugar de plantear soluciones ante los problemas que surjan, les plantean ahora, ¿qué vas a hacer?”.

El modelo se ha ido extiendo por Estados Unidos y Europa. La Comisión Europea ha impulsado pruebas piloto en cinco ciudades europeas -Amsterdam, Budapest, Copenhague, Glasgow y Lisboa- y también se han puesto en marcha proyectos en Italia, Francia y Dinamarca. En el Estado, el proyecto arrancó hace un año a través de Rais, bajo el nombre de Habitat, en Madrid, Barcelona y Málaga. En él participan 38 personas, con un perfil similar: un promedio de 48 años, con una media de 9 durmiendo en la calle, con problemas de salud mental, dependencia al alcohol y las drogas, y discapacidades físicas. Las personas que peor están, a las que generalmente no se logra ayudar por los métodos tradicionales. “Las que vemos durmiendo entre cajas, con un cartón de vino en la mano”, ilustra el director de la fundación.

Un año después, los resultados son asombrosos: las 38 personas que iniciaron el proceso siguen residiendo en sus casas, un dato nada banal teniendo en cuenta que su perfil tiene grandes dificultades para acceder o mantener su plaza en los recursos tradicionales. Y es que, tal y como explica Mario, de 54 años, una casa es “el primer paso para poder dar el segundo”. Él vive ahora en un pequeño piso de Málaga, donde, admite, “he recuperado la autoestima. En la calle te sientes inferior al resto; yo he llegado a no mirar a los ojos a la gente porque así piensas que ellos no te miran a ti”.

Su calidad de vida ha mejorado notablemente en poco tiempo, muchos han recuperado las relaciones familiares... Ramón reconoce que la calle le hizo perder toda esperanza. “Siempre he vivido pensando qué iba a pasar mañana”, recuerda. A sus 69 años, admite que su piso “le ha alargado la vida. Me ha abierto hasta el apetito, como más. Estoy más libre”, afirma mientras juega con su periquito. “Aquí he ganado la dignidad”. Explican, además, que con este modelo se reduce el uso de los recursos de emergencia, desde las urgencias médicas a los comedores sociales. Libia recuerda que, cuando vivía en la calle, su vida era un ir y venir a Urgencias. “Antes estaba siempre enferma: una semana en el hospital, tres en la calle. Siempre más enferma. Ahora, en este año, desde que tengo este piso, no he estado ningún día en el hospital”, relata con orgullo. Josep María, de 64 años, lo tiene claro: “Siguiendo en el cajero o en la calle, ya la habría palmado”.

También ha incrementado su participación en programas de reinserción como talleres formativos, de atención psicológica o rehabilitación. Slavey, de 38 años, lleva seis meses sin beber. Pasó dos años viviendo en la calle antes de entrar a formar parte de Habitat; ahora tiene su tarjeta médica, sigue un curso de carpintería interior y lleva tres meses cobrando la renta mínima. “Con eso me puedo comprar comida, algo de ropa y permitirme alguna cosita. Esta casa me ha ayudado a salir hacia adelante, a dejar de beber y a ver un futuro como el de la vida que tenía antes de estar en la calle”, relata desde Madrid.