Jose Ángel Tejero tiene una teoría sobre la vejez y la vida. “Las personas somos como los yogures”, dice, “ tenemos fecha de caducidad, y a esa fecha puedes llegar un poco bien o a rastras”. Y él ha optado desde que se jubiló, hace ahora siete años, por intentar llegar lo mejor posible. Por eso, no para, sigue estando activo. Pinta, hace Tai Chi, va al monte y, cuando le llaman, colabora con el Banco de Alimentos. El martes de la semana pasada tuvo el honor de inaugurar con sus cuadros el nuevo centro municipal de Santutxu, que permanecerán expuestos hasta el próximo miércoles. Gracias a ese protagonismo dice con sorna que “me he hecho famoso... en mi calle y los amigos ahora me llaman maestro”. Jose Ángel no pretende ser ejemplo de nada, pero sí quiere lanzar un mensaje a los que se jubilan: “Que no se queden en casa”, dice. Que hagan como él, que tiene la semana ocupada y disfruta con todas las actividades que realiza.
Jose Ángel no perdió ni un minuto tras pasar a la reserva. “Me jubilé tal que en el mes de abril y en mayo ya me metí en el estudio Unzalu de pintura”, recuerda. Lo hizo porque tenía una espinita clavada. “A mí siempre me hubiese gustado dedicarme profesionalmente a la pintura, pero nunca pude hacerlo porque no tuve tiempo”, señala. Todo su tiempo lo dedicó al trabajo como delineante en una empresa, donde estuvo 38 años, y a su familia. “Los fines de semana llegaba tan cansado del trabajo que no podía ni pintar”, dice. Se iba al monte, que era uno de sus hobbies. Pero llegó el día de cumplir su viejo sueño. “Primero empecé con el óleo, porque no conocía nada sobre la pintura, pero un día, sin querer, descubrí otra forma de pintar”. Cuenta que pintó un cuadro y una de las profesoras se le acercó y le dijo: “Pero si parece que has hecho puntillismo”. A partir de ese momento empezó a interesarse por esta técnica pictórica que consiste en realizar dibujos a base de puntos. “Es más minucioso”, asegura, “y más laborioso. Si un óleo te lleva tres semanas pintarlo, uno con puntillismo cuesta bastante más de un mes”. Además dice que se decantó por este estilo porque “todo el mundo pintaba óleo”. Él quería hacer algo diferente. Y lo ha conseguido. Gracias a los consejos de Unzalu y a los libros que le cedió una de las profesoras del estudio, Jose Ángel ha creado una pequeña colección que ahora está colgada en las nuevas dependencias municipales de Santutxu. La casualidad ha hecho posible que se expongan sus obras porque Jose Ángel nunca pensó en esta posibilidad. Relata la historia: “Como yo vivo en el mismo edificio en el que han habilitado este centro, los de Ayuntamiento nos invitaron a los vecinos a verlo antes de que se abriera, y en un momento dado mi señora les dijo que yo pintaba; entonces me dijeron que podría ser estupendo que lo inaugure una persona del barrio con algo, y que mejor que una exposición de pintura”. Dicho y hecho. Jose Ángel explicó al alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, en qué consiste su obra.
Una obra que se alimenta de grandes pintores como Darío de Rego-llos, que tiene cuadros colgados en el Museo Bellas Artes de Bilbao, o de simples fotografías de paisajes que ve en libros de pintura. Porque él se define como un pintor “paisajista y puntillista”. Pero no es su única afición. Con esa filosofía de que “hay que seguir activo aunque estés jubilado”, Jose Ángel alterna la pintura con el Tai Chi. “Ahora me he apuntado a esas clases porque dicen que son muy buenas para las articulaciones”. Así que los lunes y miércoles va al estudio de Unzalu y los martes y jueves al Tai Chi.
Cabeza
Pero tras la puesta en marcha del centro municipal de Santutxu, Jose Ángel espera poder disfrutar de más actividades culturales. “Como vivo en la misma casa”, dice, “espero bajar por las tardes un par de horas para escuchar alguna charla interesante o lo que sea, porque así se aprenden muchas cosas”. Para este jubilado “hay que mantener activa la cabeza, aunque el cuerpo te diga que no y vaya por otro lado”. Él puede decir que goza de buena salud. Lo ha conseguido a través de su otra afición: la montaña. Ahora va menos porque su mujer “anda un poco delicada” pero en cuanto puede se escapa a la naturaleza para ver las noches estrelladas. “Es que en Santutxu, como hay tantas casas, parece que no hay firmamento”, dice. Aun así, le gusta el barrio donde siempre ha vivido tras criarse en el Casco Viejo bilbaino. Ahora tiene un aliciente más a añadir a la pintura, los paseos y las colaboraciones con el Banco de Alimentos. Todo por seguir activo.