BARRIKA - Cuando uno entrega su vida a los demás, con pasión y dedicación, el reconocimiento y el cariño llegan por sí solos. Esto es lo que le sucede a Juan Mari Markaida (Gatika, 1926), sacerdote diocesano que ha ejercido como párroco de Bermeo, Bakio y Plentzia a lo largo de más de seis décadas. A punto de cumplir 89 años, se ha retirado con la satisfacción del trabajo bien hecho. Una labor centrada especialmente en ayudar a los jóvenes. “En Bakio y Plentzia, que es donde estuvo más tiempo, le quieren y recuerdan mucho”, reconocen los responsables de la residencia Elorduy de Barrika, encantados de que sea su nuevo hogar. “Oficia misa en la capilla todos los días a las 10.30 horas”, destacan.

Coraje y energía nunca le han faltado. Abrazó la fe en Dios muy joven, apoyado por su madre, -“una gran devota”, apunta- y mirándose en el espejo de su tío, también sacerdote. Desde el caserío familiar Uribarrena, en Gatika, partió con apenas 13 años al seminario de Bergara, donde estuvo dos años. Luego prosiguió con sus estudios en Gasteiz, donde se ordenó sacerdote y acudió al Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona, celebrado en 1952. “Fue una gran satisfacción”, recuerda.

A partir de entonces empezó su etapa como párroco y su dedicación en cuerpo y alma a los demás. Su primer destino fue la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en el barrio de Mañu, en Bermeo. “Una parroquia muy bonita en las faldas del Sollube. Tengo muy buenos recuerdos de allí. Los feligreses se portaban muy bien e hice muchos amigos”, reconoce con cariño.

Su labor comenzó a ser apreciada hasta el punto de que vinieron a buscarle para que se encargase de la capilla de la parroquia de Santa María de la Asunción, en Bakio. Corría el año 1956 y en la localidad costera estuvo durante más de medio siglo. Su carácter amable le procuró numerosos requerimientos para oficiar bodas. Además, durante ese periodo, su inclinación por la docencia le llevó a estudiar Filosofía y Letras en Deusto, para posteriormente ejercer como profesor en el Instituto de Enseñanza Media de Mungia. “Siempre he tenido la ilusión de vivir de mi trabajo y no de la limosna de la Iglesia”, sostiene.

MULTA

Más adelante, el cariño del pueblo de Bakio quedó patente cuando los vecinos pagaron entre todos una multa de 25.000 pesetas que le impusieron por un problema con la bandera española. “El alcalde entraba con la bandera en la parroquia y yo era partidario de separar a la Iglesia del Estado. Quería alejar la política de la fe y me quisieron llevar a la cárcel”, desvela con amargura. Con el recuerdo de la Guerra Civil aún presente, -“cuando el frente estaba entre Gatika y Gondramendi, al salir a la huerta a por patatas me pasaban silbando las balas”, describe-, le sugirieron que después de aquel polémico episodio era mejor trasladarle.

Fue así como recaló en Plentzia, su penúltimo destino, en el que estuvo más de 35 años. Sin embargo, en la villa marinera los inicios no fueron del todo fáciles. “Pasé de Bakio, donde me conocía todo el mundo, a Plentzia, donde era el desconocido. Al principio se me hizo duro”, explica. No obstante, gracias a su carisma pronto se ganó a los vecinos que incluso le rindieron un homenaje hace siete años. Un tributo al que asistió el por aquel entonces obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez.

“Acudió muchísima gente”, recuerdan los familiares de Juan Mari, quienes le siguen llevando a Plen-tzia a pasear para que visite a sus amigos y feligreses, aliviando así el gran vacío que ha dejado para llenar otro, el de su nueva residencia en Barrika.