VISTO el trato que reciben en un sinfín de rincones de la tierra, estamos condenados a darle la razón a Antoine de Saint-Exupery, padre literario de El principito: los niños han de tener mucha tolerancia con los adultos. Lo que voy a contarles sucedió en la presentación de la nueva sede de Unicef en Bilbao, allá en el número 9 de Iparraguirre, puesta en pie merced al trabajo ímprobo de los voluntarios de Unicef y al gran corazón de Acción Social, el brazo armado del corazón de la Diputación Foral de Bizkaia, con Andoni Rekagorri al frente, y a Ikea Barakaldo (José Antonio Traverso al aparato...), una empresa que lleva Unicef tatuado en su piel. Ambos actores propiciaron que la nueva sede levante su persiana sin escatimar un recurso para quien más lo merecen: los niños.
Y viendo cómo actúa la gente de buena voluntad, dolió aún más escucharle a Carmelo Angulo, presidente del comité español de Unicef. Tras recordar a los presentes que la entidad que representa es una de las pocas organizaciones que están presentes en los 194 países que pertenecen a la ONU, Carmelo lanceó el corazón de los presentes al recordarles que hay más de 12.000 niños soldados, más de diez mil que han quedado huérfanos en el terremoto de Nepal, casi un millón de niños sirios que no conocen otra ciudad que un campo de refugiados; niños víctimas de catástrofes calientes y de catástrofes olvidadas, niños cuyas familias están condenadas a vivir (¿es eso vida...?) con menos de un euro al día. Carmelo acercó el foco: en nuestro propio entorno uno de cada niño está en riesgo de exclusión social, “aunque Euskadi está a a cabeza de las políticas sociales con los más pequeños.” El presidente remató la triste historia pidiendo voz para los más pequeños y recordándonos que ellos no son el futuro, son el presente más rabioso.
No pasaba saliva por la garganta de los presentes, desde el presidente del comité del País Vasco, Carlos Epalza, hasta el del presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Juan Luis Ibarra, pasando por Koldo Aguirre y José María Argoitia (en el café previo contaban que acababan de visitar residencias de ancianos en una jornada que recorrió las edades de la vida de cabo a rabo...); Enrique Thate, María Loizaga, Jorge Aio; el presidente de la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo, Unai Aizpuru; Iñigo Pombo, Mariano Gómez, Jone Unzueta, Itziar Urtasun, Oihane Agirregoitia, Nekane Alonso o Beatriz Marcos entre otras voces solidarias.
A la cita tampoco faltaron Garazi Barriuso, de acá para allá en las nuevas instalaciones para que todo fluyese, Ana María Arriola, presidenta de la coordinadora de ONG de Euskadi; Gemma Escapa, miembro del Colegio de Abogados de Bizkaia, Patxi Zabala, Maite Amezaga, el joven masterchef Aimar San Miguel, Paco Alcolea, Felipe González, a quien recuerdo como profesor en mis lejanos tiempos de universidad, un hombre erudito en las complejas relaciones internacionales; Esther Gomezo, Teresa Molina, Merche Andia, Lola Gortazar, Amaia Laforgue, Irene Rodríguez, Marino Montero, Koldo Campo, Maite Beltrán, Cristina Blanco, Javier Aranguren, Iñigo Urrutia, Olga Madariaga, Idoia Martínez y un buen número de asistentes que se estremecieron al oírle a Carmelo, sí. Pero que también asentían con la cabeza al oírle las cifras del bien frente a los números del mal. No en vano, comentó que Unicef vacuna al año 2.700 millones de personas y que crece el número de aliados con Unicef por todo el mundo. Las sonrisas se dibujaban en sus rostros, conscientes de la gran verdad que dijo el clásico: en cada niño nace la Humanidad. Dando por buena la idea, la conclusión es clara: hay futuro para este presente.