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Veneno de abeja para combatir el dolor

La apiterapia cuenta cada día con más pacientes que, hartos de la medicina tradicional, prefieren sesiones de picotazos

Veneno de abeja para combatir el dolorFoto: Oskar Martínez

JOSÉ Luis Figuero experimentó la apiterapia en sus propias carnes tras sufrir “una crisis de artrosis y artritis”. Dice que “ya no podía hacer nada con las manos”. Así que recurrió al veneno de las abejas, algo a lo que su cuerpo estaba acostumbrado ya que desde hace más de 35 años ha tenido colmenas y, por lo tanto, había sufrido más de una picadura. Pero lo que nunca había hecho era llevar a cabo un tratamiento terapéutico con la apitoxina, el veneno de las abejas. “Lo hice a mi aire, sin conocimientos, y los resultados fueron espectaculares”, afirma orgulloso. Eso le animó a formarse y, tras finalizar el periodo de aprendizaje, a montar una pequeña consulta en Bilbao. Desde hace dos años trata a sus pacientes con los picotazos que dan las abejas que cuida y mima en las colmenas que tiene en Sopeñano de Mena (Burgos). Y cada vez tiene más clientes. Asegura que llegan a su despacho “desesperados” y hartos de haber probado todas las terapias, tanto de la medicina tradicional como alternativa. Eso explica que nadie tenga miedo a los aguijones, que en una sesión normal, para curar una tendinitis, por ejemplo, no serían más de tres. “No duele, sólo es ligeramente molesto”, advierte. Los beneficios que proporciona la apiterapia, según José Luis, “son muy buenos”. Y cita el slogan que se puede leer en la placa del portal del edificio de Bilbao donde tiene la consulta: “La mejor solución para combatir el dolor”.

Colmenas José Luis siempre ha sido un enamorado del campo y de los animales, sobre todo “de los insectos sociales: abejas y hormigas”, confiesa. “Habría que aprender mucho de ellas”, dice. Guiado por esa “fascinación”, con apenas 22 años se trasladó a vivir a un pueblo de Burgos desde su Basauri natal. Llegó a tener 130 colmenas. Gracias a ellas elaboraba una miel que posteriormente vendía en los mercados. De la apiterapia únicamente sabía que existía, que países de Sudamérica y de Europa del Este la aplicaban como terapia sanadora de dolores y males. “En los países del Telón de Acero, así como en China o Cuba”, señala José Luis, “es donde ha estado más extendida porque las empresas farmacéuticas no pudieron entrar”.

Su interés por la apiterapia se acrecentó el día que su cuerpo no soportaba ya los dolores que le producía la artrosis. “Las manos me dolían muchísimo y los tobillos y las rodillas se me hinchaban; y me asusté mucho”, recuerda José Luis, que actualmente tiene 53 años. Así que decidió autoaplicarse la apitoxina que portan las abejas en su cuerpo. Y como los resultados fueron tan buenos, siguió “aprendiendo para poder tratar a la familia y conocidos”. Acudió durante varios años a los cursos que imparten los especialistas hasta que se vio con los suficientes conocimientos en la materia como para abrir una consulta.

Dolor Por esa consulta pasan pacientes que, según él, “vienen rebotados de otros tratamientos”. “Lo normal es que hayan probado de todo”, dice José Luis, “acupuntura, masajes, medicina alopática... así que vienen desesperados”. Llegan dispuestos a someterse a los picotazos de las abejas. “Duele menos que un pinchazo de aguja”, dice, aunque reconoce que “molesta un poco”, y deja claro que “cada persona tiene un nivel de sensibilidad diferente”. De todas formas, a todos los pacientes les aplica hielo antes y después de que pique la abeja, “que actúa un poco de forma anestésica”. El número de aguijonazos depende de la enfermedad o de la dolencia que trate este experto apicultor. José Luis explica que una sesión puede variar desde tres aguijones para curar una tendinitis hasta un máximo de quince, que serían para tratar una enfermedad grave.

Alergia Antes de iniciar cualquier tratamiento, lo primero que hace José Luis es realizar una prueba de alergia al paciente. “Yo les doy un listado de laboratorios de análisis clínicos para que se hagan la prueba”, señala, “y si los resultados son favorables y no hay contraindicaciones, iniciamos las sesiones”. El tratamiento con la apitoxina es tan sencillo como poner un abeja en la zona afectada hasta que pica. “Pero ¡ojo¡”, advierte José Luis, “cuando la abeja mete el aguijón solo la dejo dos segundos, los suficientes como para que el veneno actúe de forma terapéutica”. Porque si estuviera más tiempo y descargara todo el veneno, “el sistema inmunitario del cuerpo reaccionaria expulsándolo”. Eso hace que tenga que estar muy atento durante las sesiones para que, efectivamente, solo se inocule en el cuerpo del paciente el 10% del veneno”. Según la hoja informativa que José Luis reparte entre sus pacientes, “la apitoxina contiene diferentes componentes farmacológicos que crean un antibiótico natural muy potente, tienen un gran poder antiinflamatorio y como analgésico es ochenta veces superior a la morfina, y no tiene efectos secundarios para la salud”. Según él, todo eso “está comprobado científicamente por muchos estudios de diferentes universidades”.

Hasta su consulta se acercan personas de todas las edades, pero sobre todo “a partir de los 40 años, que es cuando la gente empieza a estar cascada con reúma, problemas de columna, lumbago, artrosis...” El veneno de abeja está indicado “principalmente para combatir el dolor, pero también para curar enfermedades autoinmunes como la soriasis o la fibromialgia”, señala José Luis. Desde que puso en marcha la consulta está contento porque cada vez tiene más pacientes “gracias al boca a boca”, aunque reconoce que “la apiterapia todavía no es muy conocida”. Lo único que no le gusta de esta terapia es que en cada sesión se mueren tres abejas como mínimo, “y las abejas son fundamentales para nuestro bienestar”. Recuerda que “las abejas son las que polinizan nuestros alimentos, y como decía Einstein, si las abejas desaparecen, los días de la humanidad están contados”. Para que eso no suceda José Luis cuida y mima sus colmenas en el Valle de Mena.