cada vez que subía al monte, le acompañaba el txistu. Cuando esperaba a que la comida estuviera lista, tocaba el txistu. Cuando salía de casa por la tarde -dotore, dotore-, tocaba el txistu. Eduardo Arnaiz, vecino de Portugalete, es el único componente con vida de la Banda municipal de txistularis; una agrupación que desapareció en 1994 y que, ahora, un grupo de txistularis de la villa reclama al Ayuntamiento que vuelva a poner en marcha. “Me gustaría mucho que volviera a existir”, asegura Eduardo con la txapela bien colocada. “No podemos dejar que muera ese sonido que tanto ha animado las calles de Portu”, reclama.
Hay quien nace con un don. Y el de Eduardo fue el de la música. Sus primeros pinitos con un instrumento se remontan a la Banda de Cartón del Resbalón, que antaño recorría las calles de Portugalete haciendo sonar aquellos instrumentos fabricados por un hojalatero portugalujo. “Nos íbamos todos los fines de semana de fiesta en fiesta”, recuerda Eduardo, esbozando una sonrisa pícara. “Donde nos llamaban, íbamos: La Rioja, Bermeo?”, enumera. Por aquel entonces, este simpático jarrillero no tendría más de 16 años.
El destino quiso que la vida de Eduardo se cruzase con la de Celes Bergara. De familia de reconocidos txistularis -“son generaciones y generaciones”-, Celes le enseñó el sonido del txistu y del atabal. Y ahí se forjó una amistad que culminó en la Banda Municipal de Txistularis. “Éramos cinco”, cuenta Eduardo, “Celes Bergara, Koldo Bengoa, Ángel Alberdi y José Ramón Eguía”, enumera con una memoria de hierro. “Tocábamos los domingos y las fiesta de guardar”, continúa con el relato. Las dianas, el día de la Virgen de La Guía, Olentzero, en Reyes?. “Todas las fiestas salíamos a la calle”, rememora. De hecho, fueron los txistularis municipales quienes recuperaron la bajadilla en la Virgen de La Guía. “El ambiente se perdía un poco al mediodía, así que los txistularis empezamos a quedarnos tocando y cantando a la Virgen. La gente empezó a quedarse con nosotros”, recuerda.
Eduardo aún tiene colgada del armario la chaquetilla azul con botones en forma de lira: el uniforme que lucían en la banda. “Cuando hace frío por las mañanas aún me la pongo. Oye, que para algo la tengo”, apunta. La txapela con el escudo del Ayuntamiento bordado también está guardada en casa de Eduardo como un pequeño tesoro que le recuerda cada día las anécdotas que ha vivido a lo largo de su larga vida. El traje de gala de la banda, ese que se ponían solo el 15 de agosto -día de la Virgen-, y por San Jorge, lo recuerda de color rojo. “Era una levita y llevábamos puesto un tricornio”, describe el txistulari.
El sonido de la banda municipal era el despertador de muchos vecinos. “Subíamos hasta todos los barrios, también al de Repelega, ¿eh? Tocábamos por la calle y la gente salía a las ventanas y los balcones a vernos. Y eso que subíamos para las nueve de la mañana”, dice, divertido. Y así, acudían de fin de semana en fin de semana a cada una de las actuaciones que les proponían desde el Ayuntamiento.
Con el paso del tiempo, los txistularis municipales comenzaron a jubilarse. “No teníamos relevo, no porque no hubiese gente que quisiera tocar en la banda, sino porque el Ayuntamiento ya no adjudicaba las plazas”, explica. Y un día, se quedó él solo. La banda desapareció en 1994, una fecha que Olga Gómez, mujer de Eduardo, guarda en la memoria con claridad.
Ahora, 21 años después, un grupo de portugalujos, también txistularis, lleva tiempo demandando al Ayuntamiento que vuelva a poner en marcha la banda municipal. La hija de Eduardo es una de ellas. Mari Mar Arnaiz aprendió a tocar el txistu desde bien pequeña. Ella y su aita ensayaban cada día en casa. Mari Mar ha vuelto a la escuela de música a perfeccionar lo que ya había aprendido. “Lo que no puede ser es que el Ayuntamiento contrate en las fiestas a txistularis de fuera cuando en el pueblo hay tantos dispuestos a comprometerse”, reivindica. Ayer, los impulsores de recuperar la banda municipal homenajearon a Eduardo por su trabajo. Y eso que el txistulari no es amigo de los homenajes. “No me hace mucha gracia eso y mira, han puesto mi foto por el pueblo”, bromea. De repente, sus ojos de 86 años se humedecen. “Me gustaría poder nombrar a todos mis compañeros, a esos que ya no están”. Guarda silencio. “Todos éramos la banda”.