EL 30 de abril de 1865 se inauguraba la residencia de ancianos de Balmaseda situada frente al entonces convento de Santa Clara. En el archivo municipal se ha conservado el programa de actos: procesión de la banda de música a la iglesia de San Severino, comida con discurso del alcalde incluido y la bendición de la capilla del nuevo edificio, donde se colocó una escultura de Nuestra Señora de los Remedios cincelada con mármol de Carrara. 150 años más tarde, aquel asilo ha dado paso a una infraestructura moderna y amplia. Ahora se llama Fundación León Trucíos, pero mantiene objetivo de mejorar la calidad de vida de los mayores.

La mismísima Isabel II donó mil pesetas para que pudiera construirse el edificio, quizás convencida por “los dos balmasedanos que eran ministros por aquella época: Martín de los Heros y Ramón Gil de la Quadra”, cuenta Ricardo Santamarina, administrador de la residencia, que ha rastreado la historia del lugar en innumerables documentos. Sin embargo, su origen se remonta siglos atrás, según expone al conmemorar esta fecha que coincide con otras efemérides, “el 375 aniversario del precedente de esta residencia y el siglo de la puesta en marcha del otro pabellón”.

Un arco gótico que puede verse en la calle Pío Bermejillo, en pleno casco histórico, señala el lugar que ocupó el hospital de Nuestra Señora de los Remedios, que atendía a los peregrinos que realizaban el Camino de Santiago y a los menesterosos, es decir, los pobres. “Los pudientes recibían cuidados en casa”, apunta Santamarina. “Financiado a través de donaciones, lo gestionaba el Cabildo Eclesiástico de la villa”.

Las pesquisas saltan al siglo XIX, cuando “en 1849 se constituye la Junta de Beneficencia de Balmaseda con el fin de recaudar fondos para los más necesitados, que en 1856 se fusiona con el antiguo hospital”. Las autoridades se plantean reformar el edificio, pero ante su grave deterioro apuestan por construir nuevas instalaciones. “Entonces se preguntan ¿dónde?, ¿cómo? y ¿quién lo paga?”, expone Ricardo Santamarina. Tras frustrarse la compra de un terreno en la calle de La Magdalena se elige la que sigue siendo su ubicación, en la calle El Cubo. La generosidad de los vecinos con posibilidades económicas soluciona la cuestión financiera. Entre ellos, destaca “Felipa de la Quintana y Osante, que lega 20.000 pesetas” y el propio León Trucíos, vecino de Balmaseda, que se distinguió por su colaboración con la residencia a la que acabaría dando nombre, contribuyó con 200 pesetas del siglo XIX. La venta del antiguo hospital completó la cifra necesaria para que el proyecto echara a andar.

Así, el 6 de julio de 1862 se colocó la primera piedra y el 30 de abril de 1865 se inauguró oficialmente el asilo. Cinco años más tarde llegan las Hermanas de San Vicente de Paúl, la primera congregación religiosa al frente de la residencia. El 25 de junio de 1914 comienzan las obras del segundo pabellón y en la década de los sesenta se adopta oficialmente el nombre de León Trucíos en sustitución del más arcaico Santo hospital asilo y casa de misericordia. Pero deberá cerrarse en 1970 de forma provisional, ya que el 23 de octubre de 1975 -festividad de San Severino- vuelve a acoger residentes y entran las Josefinas Trinitarias, que permanecerían en Balmaseda hasta 2006. Finalmente, el 11 de abril de 2008 la residencia se convierte en fundación “para adecuar lo que era un establecimiento particular regido por una ley del reinado de Isabel II”.

Evolución La trayectoria de la residencia de Balmaseda -concertada con la Diputación Foral de Bizkaia- enseña que “cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino anterior y que esta institución ha sabido evolucionar y adaptarse”, sostiene su administrador, también con la ayuda de “voluntarios que invierten aquí parte de su tiempo”, según agradece el teniente de alcalde del Ayuntamiento, Alfonso Zugasti.

Entre los cerca de cien residentes actuales, atendidos por 65 personas, se encuentra Rosario Frías, de 95 años, la única descendiente de León Trucíos que vive en la villa. “Mi abuela, Nicolasa de Trucíos y Careaga, y él eran primos hermanos, así que esto es un poco mío” bromea.

Recuerda que “cuando era niña las patatas que se recolectaban en la huerta se guardaban en el ático, justo el mismo sitio donde estamos, me encantaba venir de visita”. Poco imaginaría entonces que llegaría a vivir en el edificio de forma permanente. Algo que le alegra porque “esta es mi casa y así puedo quedarme en Balmaseda”.