Mungia- Le gusta mancharse. Le encanta sentir entre los dedos la arcilla suave y untuosa. Adora ver como esa pasta se deja moldear, dócil, bajo la controlada presión de sus manos artesanas. Ainara Garay es ceramista y tiene su taller en Mungia. Allí, al calor del horno y al runrún del torno, Ainara da rienda suelta a la creatividad para dar forma a bellas piezas que luego se reparten, calladas y elegantes en estanterías y vitrinas a la espera de que alguien se enamore de ellas y las integre en su hogar, en su día a día. Tazas, tazones, teteras, cuencos o platos, son los bellos y delicados objetos que nacen fruto de las caricias de arcilla de esta joven artista de la cerámica.
Ainara tiene 32 años. Hija de un mungiarra y una caraqueña, nació en Venezuela, pero se crió en Mungia y hoy día es en esta localidad donde tiene en marcha su taller. Ama la cerámica. Se entusiasma con la más pequeña de sus piezas, y en cada una de ellas deja un trocito de su alma. Ofrece sus creaciones a tiendas para que estas las integren entre sus productos y ha empezado a acudir a ferias, de manera que ha estado ya en las azokas de Algorta, Mungia y Gatika. Ahora, además se ha sumergido en un proyecto más que ilusionante: elaborar, pieza a pieza, una vajilla para el restaurante Mina, en Bilbao. Toda una responsabilidad que Ainara vive con entusiasmo y emoción. “¡Estoy de los nervios!”, exclama riendo. “Para mí es importante que estén contentos”, asegura esta artesana, feliz de que un establecimiento de ese nivel haya querido probar sus bellas piezas.
Hoy la cerámica, las pastas cocidas a alta temperatura, son su pasión. Pero antes de apostar por esta disciplina, probó con otros ámbitos. De hecho, al terminar bachiller, estudió Química Medioambiental e hizo prácticas relacionadas con este mundo. Se le terminó el trabajo y decidió poner rumbo a Barcelona, atraida por todo el arte que se mueve en esa ciudad y la cantidad de talleres que allí se ofertan. La cuestión es que cayó de lleno en la cerámica, primero con cursos no reglados y luego estudiando Cerámica Artística. “Siempre me interesó la cerámica, porque en Venezuela hay mucha cultura de eso. Me metí en este mundo y me considero una privilegiada por haber encontrado lo que de verdad me gusta”, asegura. Puso en marcha un taller en Barcelona y su proyecto de fin de estudios fue impactante: llenó la plaza del Macba, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, de reproducciones en cerámica de manos de cinco artesanos de diferentes disciplinas para que los viandantes interactuaran con las piezas.
taller en Mungia Finalmente regresó a Bizkaia y fue en 2012 cuando abrió su taller en Mungia. Lo montó desde cero, equipándolo con lo que iba logrando ahorrar trabajando en hostelería. Primero se hizo con el horno, luego con el torno...
La cuestión es que ahí está, en marcha, sumida día tras día en ese mundo preciso y precioso de procesos largos y cuidados. Primero se elabora la pieza -de porcelana, refractaria o gres- y se deja secar. Luego llega la primera cocción en el horno, luego el esmaltado y vuelta de nuevo al calor. “Me gustan los objetos funcionales, que se usen”, dice acariciando un cuenco suave, pálido y depurado.
Abre mucho los ojos claros y expresivos cuando habla de su trabajo, de todo lo que supone para ella la cerámica. “En cuanto a los sentidos, muchas veces nos limitamos al gusto, a la vista... Pero el tacto es una pasada. Me encanta mancharme cuando hago una pieza. El proceso es sucio, pero cuando acabas, el resultado es muy limpio y elegante”, narra. “Todas las piezas tienen una parte de mí”, explica rodeada de esas bellas creaciones que han nacido de las caricias de sus manos.