COMIENCE el lector aclarándose la garganta para afinar y cante, cante conmigo: “Siempre que te pregunto, que cuándo, cómo y dónde, tu siempre me respondes; quizás, quizás, quizás”. Viene al caso esta petición toda vez que esta crónica viene a narrarles lo ocurrido ayer en la Bodega Urbana de la Gran Vía, donde la enóloga Ana Martín trata de darle al vino, día tras día, un tratamiento de usted. Ayer lo hizo invocando una singular cata bautizada con el nombre de Vino y boleros, donde maridaron, verbo apropiado en el universo del mundo, la música y las Bodegas La Casa Maguila de la denominación de origen Toro, donde Jesús Peña y Elena Santamaría pusieron en marcha, hace ya veinte años, una curiosa historia de amor.

A ella no le gustaba el vino y para él era una pasión. La música era para ambos agua bendita, un punto de encuentro. Así lo recordaban ayer, rescatando de la memoria de aquella tarde en que ambos escucharon una canción heavy que, sin ser su género predilecto, les encantó. Ese mismo día, fueron a cenar y probaron un recién nacido Pago de Carrovejas. Ella le vio cara de éxtasis a él y temió lo peor: otra clase de vinos siendo novios. Y él, intuitivo, salió airoso del trance: “Prueba este vino, es como la canción que acabamos de escuchar, con mucho ritmo”. Ahí comenzó un romance de dos décadas. Desde entonces, cada vino que elaboran va ligado a una canción.

Ayer trajeron hasta Bilbao algunas de sus últimas creaciones: Angelitos Negros 2013, Cachito Mío 2013, en homenaje al padre de él, que acababa de burlar a la muerte y escuchaba boleros en su taller, donde la madre de Jesús no le dejaba entrar al niño por los pósteres ya se imaginan de qué, y Quizás 2011, un vino con veinte meses en barrica y elaboración ecológica que lleva su sello particular: una etiqueta hecha con madera de abedul y serigrafiada, toda una joya.

la hora de la cata Los tres vinos triunfaron a la hora de la cata, ilustrada por la voz de Patxi González, un rocambolesco cantante que un día, recuerda, cantó en San Mamés y que ayer lo hizo en la Bodega Urbana, acompañado por el guitarrista Javier Villa. La tarde se hizo noche de esta original manera, mientras los asistentes a la cata celebraban cada descorche. A semejante espectáculo no faltaron Alberto Ruiz de Azua, Nerea Ahedo, Lourdes Fernández, Enrique Bosque, Nico del Val, el hostelero Gontzal Azkoitia, Teresa Querejazu, quien llegó como acostumbra, al filo del reloj, acompañada por Andoni Monforte, Begoña Zubieta y una selección de admiradores del buen libar y las voces de Machín o Gardel, tanto les daba.

No fueron los únicos presentes. Entre las mesas se distribuyeron, entre otros, Jesús Fernández Urbina, el fotógrafo Mikel Alonso, Leonor Bilbao, Lourdes Unzueta, Miren Kortabarria, la joven Ángela Valdés, quien invitó a estudiantes de la Escuela de Hostelería de Artxanda que llegaron avanzada la cata -tenían licencia: estaban en clase...-; Javier Martínez, Miren Gárate y así un enjambre de mesas cubiertas en la original cita. Durante la misma se desentrañó el misterio de la letra del bolero con el que encabezaba esta crónica sentimental. Vamos que, dicho en modo telegrama, podemos decirle al cuándo, que ayer; al cómo, que de fábula, y al dónde, que en Bodega Urbana. Ya está resuelto.