Derio - Ni siquiera la RAE recoge el término, pero Carmelo del Valle Cenicacelaya podría hablar hasta de sus trastatarabuelos (cuarto abuelo) casi como si los hubiera conocido. Alberga en su casa lo que podría considerarse un archivo, pues tiene documentados con su ficha correspondiente un total de 1.690 registros sacramentales de sus ascendientes (610 bautismos, 480 matrimonios y 600 defunciones). De larga trayectoria en investigación genealógica, este ingeniero industrial ya jubilado comenzó un viaje que parece no tener fin cuando en 2004 falleció un primo carnal por parte de su madre.

“No dejó testamento y no tenía parientes más cercanos que los primos; como conocía bien la Administración, me encargaron hacerme cargo de los trámites”, relata Del Valle, que este año cumplirá 80. Tras un ir y venir por varios archivos (contactó incluso con el Ayuntamiento de Montpellier en Francia), consiguió presentar ante el juez la documentación pertinente. Pero para ello tuvo que realizar un árbol genealógico, el germen de lo que vendría después.

“Mirando el árbol de los Cenicacelaya me di cuenta de que había descubierto historias que no sabía”, explica el investigador bilbaino que en 2006 retomó su búsqueda. “Empecé como un río, corriente arriba. Me propuse hacer también el de mi mujer, ya daban cuatro ramas a estudiar y la cosa tenía más intríngulis”, indica Del Valle, quien ha contado con la ayuda de Endika Mogrobejo y Julio Astigarraga en su hacer.

Como el del apellido Cenicacelaya (que a lo largo de los siglos, explica, ha percibido variaciones como Cinca Celaya o Ceniga de Celaya) ya lo tenía adelantado, se adentró con la rama Del Valle. Apellidos que encontró posteriormente, como Mendecute, de una bisabuela de Mutriku casada con un leonés; Depont, de otra bisabuela de origen francés (de la zona de Orleans), o Soriano, de un bisabuelo nacido en la localidad navarra de Ancín, hicieron que su búsqueda rebasase los límites vizcainos. Menciona incluso un bisabuelo que llegó desde la vallisoletana Rueda para trabajar como administrador de la plaza de Bilbao. “¿Por qué? Posiblemente después de las guerras carlistas no se fiaban de nadie y para que estuviera al loro.

“A partir de ahí empecé a abrir el abanico, pero solo de un pequeño trozo”, revela el genealogista. En mayor o menor medida, ha podido continuar con sus averiguaciones mediante partidas de nacimiento que le enviaban u otro tipo de documentación, aunque siempre hay un “tapón” que impide continuar. “No han podido ayudarme más con el apellido Depont, pero es normal. Nos remontamos a 1770-1780, época de la Revolución francesa, cuando se quemaron muchas cosas”, reflexiona Del Valle, quien tampoco ha encontrado rastros de un pariente de Portugalete porque las páginas del libro que corresponden a su bautismo están rotas. Sin embargo no pierde la esperanza e incluso opta por derivar parte del trabajo a un nieto que vive en Francia o a una prima asentada en Donostia.

“Hay historias que van saliendo sin buscarlas; entonces paras y haces un alto, pero avanzas en sentido sociológico”, explica, añadiendo que si un hombre se casaba con la única heredera de un caserío el marido cogía el nombre del caserío para que no desapareciese o que, en algunos casos, las parejas se casaban encinta para asegurar una continuidad en el caserío. Tantos son los descubrimientos realizados por De Valle que sus hijas le animan a que escriba un libro.