CASI todos los días, cuando pone en marcha el negocio, Fernando se come dos o tres churros. No falla. Le siguen gustando a pesar de llevar más de treinta años cocinándolos. Así que no es de extrañar que luzca una curiosa barriga, aunque él la achaque “a la comida y no a los churros”. Da igual. En línea o sin ella, Fernando se mantiene al pie del cañón de la churrería que desde el pasado mes de noviembre está instalada en el Arenal, un lugar privilegiado por el que pasa mucha gente. “No me quejo, es una buena plaza”, confirma. Lleva muchos años, ni sabe cuántos, friendo churros en ese lugar tan emblemático de Bilbao. Pero no es la única plaza donde ejerce. La Churrería Iker e Irune, bautizada así en honor a sus dos hijos, es ambulante. La primera semana de febrero dejará el enclave de Bilbao a otro churrero y él seguirá de feria en feria, como lo ha hecho toda su vida. Recorrerá media Bizkaia hasta regresar el próximo año a la capital vizcaina para cubrir el mismo periodo de tiempo. En breve, para carnavales, se instalará en Amorebieta y ya no parará hasta mediados de octubre en la explanada de la basílica de Begoña, que dará por finalizada la temporada. Confiesa que se cansa de todo, menos de los churros, “pero no me queda más remedio” dice. La churrería es su vida y así será hasta que se jubile, dentro de cinco años aproximadamente.

Cuando se le pregunta dónde nació contesta: “Debajo de un árbol en Gatika”. ¿Cómo dice? Explíquese. “Pues que mis padres eran feriantes y tenían un puesto de tiro al pichón que en aquellas fechas, a finales de agosto, estaban en las fiestas de Gatika, así que yo nací allí, en el puesto, que estaba aparcado debajo de un árbol”. Y ya no paró. Fernando, que a los ochos años ya ayudaba en la barraca del tiro, optó por la vida de feriante a pesar de que sus padres le dieron la oportunidad de estudiar. “Yo elegí trabajar”, dice. Así que, tomada la decisión, con 14 años se metió de llenó en el negocio de sus padres, que con los años llegaron a tener “ churrería, barcas voladoras, una ola y una pista de autos de choque”. Hasta que se casó. Con 26 años se hizo autónomo. “Mi hermano tenía una churrería y, como estaba en otra cosa, me la dejó para hacerme una plaza”, cuenta. Y 34 años después sigue ahí, con el mismo oficio, aunque con una churrería mucho más moderna. Todavía recuerda la primera feria a la que acudió. “Fue en Zeanuri un 15 de mayo”, cuenta, “y a partir de ese día tuve que empezar a buscarme la vida poco a poco”.

Ferias Y así fue, de fiestas en fiestas, sin limitaciones kilométricas. Se desplazó con su familia y la churrería ambulante por toda la geografía vizcaina, así como por plazas tan lejanas como Valladolid, Castellón o Barcelona. Pero desde hace ya bastantes años tiene marcada una ruta que la repite todas las temporadas y se ciñe solo a Bizkaia y a Trespaderne, un pueblo de Burgos muy concurrido por vizcainos. Esa ruta comienza en Noviembre en Bilbao y sigue por Amorebieta (carnavales), Trespaderne (Semana Santa), Elorrieta, Santa María de Getxo, Ibarrekolanda, Mungia (fiestas de San Pedro), Barakaldo (fiestas de El Carmen), San Ignacio, Sodupe, Trespaderne de nuevo, Mamariga, Zalla y Begoña. En todas las ferias mantiene el mismo precio (4 euros la docena) y la misma fórmula para hacerlos. “Esto no tiene ningún truco”, dice, “porque la receta es muy sencilla: agua, harina y sal”. Pues algo debe tener porque vende churros como rosquillas allá por donde va. “Bueno, quizá el secreto es hacer una buena masa, que yo la hago con las manos, ya que a mí no me gustan las máquinas”, confiesa.

Con los años también ha ampliado la oferta de productos. Además de churros vende buñuelos, porras, patatas fritas, palomitas, gofres y refrescos. Pero en lo que no ha cambiado es en la forma de ser. “Yo me llevo bien con la gente y la gente se lleva bien conmigo”, afirma. Es quizá para él la parte más positiva de su trabajo, “el trato con la gente”. En lo negativo destaca “cuando hace mal tiempo, lo que provoca que la gente no venga” y los problemas que suelen surgir con los borrachos en fechas tan señaladas como Santo Tomás. “Siempre tienes alguna bronca, porque alguno viene muy cocido, pero es llevadero”, afirma. Afortunadamente, Fernando no ha acusado tanto la crisis como otros sectores porque “yo siempre estoy en las ferias, donde la gente sale con dinero a divertirse, y algo siempre se dejan en la churrería”. Eso le da confianza para que su hijo Iker pueda continuar con la saga.