Amaia Laforga Peña (Trapagaran, 1971) escribió en su muro de Facebook en noviembre de 2013: “A casa convaleciente... mañana a la tarde llego al Valle. Besazos. Y aún necesito tiempo de rehabilitación y buen disfrutar. Muxus”. Era el mensaje de alivio que esta cooperante hacía llegar a los incontables amigos de su localidad natal -aunque nacer, nació en Barakaldo- y de la mozambiqueña localidad de Pemba, donde durante año y medio colaboró en el desarrollo de un programa de lucha contra la desnutrición infantil con enfoque de género. Un mes y medio antes de su vuelta, Amaia viajaba por un carretera de la provincia norteña de Cabo Delgado junto con varios miembros de una ONG local cuando tuvieron un accidente en el que fallecieron dos cooperantes y ella resultó herida de gravedad. Tuvo que ser trasladada a Johannesburgo. Y aún hoy, y tras ser operada nuevamente en mayo del fémur, Amaia sigue con una tediosa rehabilitación que le saca de sus casillas.
“La rehabilitación no va lenta; pero para mí... estoy acostumbrada a más actividad”, señala esta joven euskaldunberri, que estudió hasta COU en la ikastola Asti Leku de Portugalete, “porque era la única oportunidad que teníamos de estudiar en euskera”. De allí, Laforga dio el salto a la facultad de Farmacia del campus de la UPV en Gasteiz, donde estudió la diplomatura de Nutrición Humana y Dietética.
Con su titulación en la mano, Amaia se trasladó a Barcelona, donde tomó contacto con el mundo de voluntariado que hoy por hoy es su dedicación profesional. “En el hospital donde trabajaba había una ONG que colaboraba con los campamentos del Sahara y me sumé a este proyecto llevando la parte administrativa. Tuve la oportunidad de bajar varias veces a los campamentos y comprendí que la labor del voluntariado me gustaba. Así que decidí avanzar en mi formación y realicé un máster en Medicina Tropical y Salud Comunitaria“, explica.
Proyecto en Pemba Retomó su periplo, tras acabar un máster en Género y un posgrado en Cooperación, a través de una beca ONU del Gobierno vasco, que le permitió incorporarse a un proyecto de Unicef en la ciudad cubana de La Habana. De allí, tras casi tres años, viajó a Bolivia, hasta que en 2012, de la mano de un proyecto en el que participaba una ONG guipuzcoana, recaló en la provincia de Cabo Delgado. Instalada en la capital, Pemba, se involucró en un proyecto que trabaja directamente con las familias para ayudarles a que el crecimiento de los niños sea óptimo.
“La desnutrición es un ciclo. Si estás desnutrido es mas fácil que cojas enfermedades prevalentes de la infancia como la malaria, el parasitismo, y si las coges es mas fácil que te desnutras”, apunta esta técnico de cooperación. Amaia resume su papel como el intento de aportar “desde seguridad alimentaria (disponibilidad, accesibilidad de los alimentos), hasta favorecer costumbres positivas para la nutrición y formar a las familias para la vigilancia del niño para que sean capaces de detectar los síntomas y los signos de las enfermedades”.
Defensora del papel de las administraciones en la resolución del problema sanitario en un país como Mozambique, donde existe la poligamia y el sida deja innumerables huérfanos, Amaia Laforga cree que no solo hay que hablar de alimentación “sino también hacer políticas para la salud pública. Es mucho más amplio que solo centrarte en lo que come cada niño. Hay que ver cuáles son los hábitos de vida y los servicios públicos a los que tienen acceso. Para ello se necesita sobre todo voluntad política”. De momento, ella seguirá ayudando en cuanto se cure aunque, paradójicamente, señala que “las ONG esperamos que algún día no seamos útiles, que no seamos necesarias, que no tengamos que trabajar en estos países”.