Los rincones vacíos de Azkuna
Paseante incansable, aprovechaba el contacto con la calle de los fines de semana, para saber más sobre sus vecinos
Bilbao - En Iñaki Azkuna cabía el Ayuntamiento de Bilbao. El edificio entero. De arriba a abajo. Cada uno de sus despachos y dependencias. El regidor nunca abandonó ese traje tejido por los hilos de una ciudad que amaba hasta el tuétano. Le acompañó durante sábados, domingos y festivos, cuando la villa, agotada por los deberes del día a día, se relaja y se hamaca con una manta en invierno, con una terraza en primavera, con un chapuzón en verano y tal vez con un pellizco de melancolía en otoño. Perenne en su tarea, el Azkuna que era Iñaki, el alcalde que era ciudadano, se confundía con el paisanaje en los amaneceres de asueto. Pero incluso entonces era día de faena para el alcalde, un bilbaino de Durango con la sabiduría de los ratones colorados. Conectado a la corriente continua de la calle, a las voces de los vecinos, a las catedrales paganas que son los bares, donde las confesiones se producen en voz alta, auscultaba la salud de Bilbao para tener una radiografía exacta de lo que ocurría en cada rincón, debajo de cada baldosa gris de cinco aros. La alfombra de la villa era como la sala de estar de su casa. Paseante impenitente, la ciudad que iluminó le echará de menos en sus imaginarias de los fines de semana, donde su despacho que era él, estaba abierto a la calle. Su territorio.
"A Iñaki no se le escapaba ni una", subraya Abelardo García, propietario de La Viña. En el restaurante de cabecera de Azkuna ondea una bandera de Bilbao con un crespón negro. "Se nos ha ido, es una pena", consuela un cliente a Abelardo mientras le acaricia el rostro en señal de afecto. En el interior del restaurante -sobrio, clásico, enjuto, de maderas nobles y azulejo-, una ilustración gobierna la pared entre el mosaico de fotografías que dibujan un puzzle de personalidades, un álbum de recuerdos y amistades. En la imagen central cuelga una reproducción que se asemeja en su composición a LaÚltima Cena de Leonardo da Vinci. La escena homenajea a Los Txirenes de La Viña, a las personalidades de la villa. En la caricatura, cómo no, aparece Iñaki Azkuna con su makila y su banda de alcalde. "Era como uno más, como si fuera un familiar, buena gente", narra Abelardo, que dio de comer muchas veces a Iñaki. "Le gustaba mucho el bacalao que hace mi hija, Agurtzane. También le gustaba el rape, el pulpo a la gallega y la ensalada de tomate", desgrana.
Habitual del establecimiento, Azkuna recordaba al respetable que "en la ley de la tasca, el primero que llega paga". No le entusiasmaba que le invitasen por el hecho de ser alcalde. Con esa frase, tan suya, frenaba a los que querían rascarse el bolsillo. En Iñaki, en su personalidad de gigante, el esgrima de la ironía y el humor siempre estuvieron presentes. También a la hora de echar un rapapolvo. Lo hacía a su manera. "Tenía mucho sentido del humor. A mí me decía que no le hiciera trabajar tanto a mi hija, que la esclavizaba". Sin quererlo, matiza Abelardo, Azkuna acaparaba toda la atención los domingos al mediodía. Conocedor de ese imán, se despedía de la concurrencia con esa voz grave, de tenor, recordándole al tabernero sus quehaceres. "Abelardo... pórtate bien y paga los impuestos". Hablaba Iñaki con el mensaje del alcalde. Indisociable.
"Era alcalde, pero no político. Se preocupaba por las necesidades de los vecinos. Escuchaba a todo el que se acercaba aunque estuviera en su tiempo libre", enmarca Andoni Zugazagoitia, enlutado con una corbata roja y blanca. "Es mi pequeño homenaje", apunta. Andoni y Gorka, su hermano, gestionan el restaurante Kirol, el legado de Josetxu Zugazagoitia, íntimo de Azkuna. Los sábados, Iñaki paseaba hasta la calle Ercilla, donde flotan las escultóricas Meninas, para comer merluza frita con pimientos rojos. "La mejor merluza del mundo", remata Gorka. "De primer plato le gustaba comer menestra de verdura". Cuando menos, Iñaki, amigo personal de la familia Zugazagoitia, tomaba un txakoli fresquito con un pintxo clásico: gamba, huevo y mahonesa. "Es el pintxo Azkuna, siempre lo pedía, así que lo bautizamos con ese nombre" desliza Andoni. Iñaki y Josetxu, el primer hostelero en recibir la distinción de Ilustre de Bilbao, eran grandes amigos y eso que Josetxu se distinguió por ser el primero en cerrar el bar los domingos.
La mesa familiar Azkuna, socarrón, les decía "sois unos vagos", pero los Zugazagoitia entendían el negocio a su manera. De hecho, Andoni, que hila los recuerdos mientras sirve, rememora una anécdota entre Azkuna y su padre sobre un tándem (una bicicleta para dos personas). Azkuna iba delante y pedaleaba. Josetxu, en el asiento de atrás, se dedicaba a dejarse llevar. "Soy el único que te ha hecho trabajar en la vida, Iñaki", presumía Josetxu. El vínculo que existía entre ambos no sabía de protocolo. Se imponía la amistad. "Hasta dónde hemos llegado Josetxu, el alcalde de Bilbao es de Durango", bromeaba desde la ventanilla del coche oficial el regidor cuando se encontraba con Josetxu o cuando se topaban por la calle. "Iñaki era como de la familia. De hecho, en el restaurante siempre comía en la mesa que está cerca de la cocina, donde comemos nosotros", dice Andoni en medio del ajetreo del bar, abierto al centro de Bilbao por una ventana que invita al viandante a la parada y fonda. "Ay, esa ventana, esa ventana... os voy a denunciar", les lanzaba Iñaki.
le encantaban los dulces Más que la ventana, a Iñaki le llamaba la atención el dulce escaparate de la Pastelería Urrestarazu, una de sus debilidades de los sábados. "Iñaki era muy goloso. Le encantaba el dulce", perfila Maite Lastra, dueña del establecimiento, que vistió a Iñaki el miércoles de la pasada semana para despedirse. Afectada por el fallecimiento de un "gran amigo", Maite rebobina a aquellos momentos en los que, después de misa, Azkuna acudía a su edén en Alameda Urkijo. Del recogimiento espiritual, Iñaki pasaba a la devoción por los dulces. "Nos solía visitar después de ir a misa en la Residencia de Jesuitas y siempre compraba algo. No podía resistirse al dulce". La mirada se le iluminaba a Iñaki como a un niño ante el pelotón de tartas y pasteles que custodian la elegante pastelería. Ese espacio de baldas de madera oscura y brillante mostrador, donde bailan los sabores dulzones y susurrantes de los pasteles, era el paraíso terrenal del alcalde.
"Su tarta preferida era la capuchina, pero también le gustaban muchísimo las carolinas". El pastel bilbaino por excelencia hacia las delicias del alcalde, un enamorado de los bollos de mantequilla. "Realmente, el dulce le entusiasmaba", dice Maite desde las entrañas de Urrestarazu, donde el aroma a dulce resulta embriagador y atrapa al visitante por las solapas. Las de Azkuna, con ese aire británico que lucía, atraían las miradas. "Las chicas que trabajan le decían lo elegante que iba y eso a él le gustaba. Iñaki era muy coqueto", describe Maite, que en más de una ocasión trató de regalarle los dulces, pero Azkuna, que compraba para su paladar y el de sus amigos, las visitas que pudiera tener en su hogar, no negociaba ese tipo de cuestiones. En eso era inflexible. Maite lo escenifica con las palabras que le decía su amigo. "No hagas teatro, no hagas el tonto y cóbrame".
A Iñaki, de la vieja escuela, amante de la ópera y de la música clásica, del pintxo de tortilla de patata, prefería pagar en efectivo. Así lo hacía en sus compras semanales en el Supermercado Santisteban, en Alameda de Rekalde, un negocio regentado por un amigo suyo. Los domingos por la mañana, antes de asomar por La Viña y degustar un txakoli o regar la comida con un Solar de Estraunza y rematarlo con un café cortado, mandaba la cesta de la compra. En ella lo mismo caían unos yogures, algo de carne o quesos de distintas clases para algo de picoteo. "También solía coger galletas con chocolate", dice Emilio José Romero, que teclea en la caja registradora atendiendo los pedidos de los clientes, apenados porque no volverán a verle. Pero más allá de sus gustos culinarios, de las necesidades propias de las neveras, que siempre piden algo que llevarse al estómago, estaban sus guiños a las gentes. "Tenía muy buen trato con nosotros y con todo el que se acercara. Era bromista. Muy agradable y supersencillo". Un vecino más. Un alcalde único que dejará vacíos demasiados rincones.