Bilbao - Sabino y Javier hicieron el examen de ingreso en la Escuela de Náutica cuando todavía vestían pantalón corto. Apenas superaban los 15 años. Y como ellos otros tantos jóvenes con muchas ganas de conocer mundo. Comenzaron los estudios en 1964, o sea que ahora cumplen 50 años desde su primer contacto con las aulas de la Escuela, cuando estaba en Deusto. La mayor parte de ellos cumplió su objetivo: se hizo capitán; aunque no todos tomaron el mismo rumbo. Ahora están jubilados, pero todavía guardan el recuerdo de la mar . Por eso aprovechan una vez al año para rememorar las viejas batallas marineras. Desde hace 25 años se reúnen en una comida de hermandad. Por iniciativa y empeño de Sabino Laucirica el grupo pasará a la historia como la Ilustrísima Cofradía de Marinos Capitanes del Siglo XX.
¿A qué se debe ese nombre tan rimbombante?
-Sabino Laucirica: A que nos costó mucho dar con él para que no nos confundieran con otras cofradías o asociaciones.
¿Qué pretenden con estos encuentros? ¿Revivir las batallitas?
-Javier Gómez: No tanto como eso porque la mayor parte de nosotros estuvimos navegando una media de entre 10 y 15 años. Y eso fue hace mucho tiempo.
-S. L.: Fueron pocos los que navegaron hasta el final, hasta los 55 años. Yo diría que solo navegó hasta esa edad un 10% de nosotros.
¿Y por qué navegaban tan poco?
-S. L.: Porque la mar es muy dura. Además, antes había más oportunidades para quedarse en tierra. Había una industria marítima floreciente, había consignatarios, astilleros.. había mucho negocio marítimo. Yo, por ejemplo, acabé en una multinacional suministradora de pintura para barcos.
¿Y usted, Javier, dónde acabó?
-J. G.: Yo acabé como profesor de la Escuela de Náutica. He estado 32 años dando clases de Teoría del buque, Construcción naval y Propulsión.
Pero antes de eso estuvieron navegando
-S. L.: Sí, claro. Yo estuve navegando al principio en Sudáfrica, en un arrastrero congelador de 2.500 toneladas y 105 metros de eslora cogiendo merluzas. Luego estuve en barcos mercantes en la naviera García Miñaur.
-J. G.:Yo empecé de alumno en Naviera Vizcaina. Luego estuve de oficial en la naviera Letasa con barcos grandes construidos aquí.
¿Qué rutas hacían?
-S. L.: Yo, después de la época de Sudáfrica, estuve yendo a rutas duras del norte de Europa en barcos de 70 metros cruzando el Canal de la Mancha y con guardias de 6 horas. Aquello sí que era duro.
-J. G.: Yo, en los primeros años, estuve haciendo rutas a Sudáfrica, Argentina y Estados Unidos, cargando grano para traerlo al Mediterráneo. Posteriormente, de oficial, transportábamos mineral a Brasil y Estados Unidos. Aunque también navegué por el mar del Norte.
¿Por qué dejaron la navegación y se establecieron en tierra?
-S. L.: Porque era duro. Cuando ya llevas años navegando y tienes una novia o una mujer esperándote, lo que quieres es dejar la mar.
-J. G.: Yo tuve la oportunidad de quedarme en tierra para dar clases y la aproveché. Me hice funcionario y me jubilé hace dos años como profesor de la UPV.
¿No les dio pena dejar la mar?
-J. G.: La verdad es que al principio me llamaba la mar, pero luego la docencia me ha gustado mucho. He preferido dedicarme a hacer capitanes, contándoles mi experiencia y mi conocimiento.
¿Ustedes tenían algún precedente en la familia para hacerse marinos?
-S. L.: Yo sí. Mi padre era marino. Navegaba en los barcos de la naviera Pinillos, aquellos que hacían la línea Bilbao Canarias. Yo le visitaba cuando estaba atracado en Deusto y allí me entró la vocación. Veía a los oficiales con su uniforme blanco, tan bonito, con camareros sirviendo, y yo decía: yo quiero ser esto.
-J. G.: En mi caso solo tengo hermanos, que también han sido capitanes, aunque ahora están jubilados.
Ahora, una de batallas. ¿Cuál ha sido el momento más peligroso que han vivido en la mar?
-S. L.: Yo tuve una buena con un barco que había salido de reparar en los astilleros Euskalduna. Estábamos llegando a la punta que hace Francia cuando vas rumbo al Canal de la Mancha. Empezaron a saltar las alarmas del aceite, se paró el barco y nos íbamos para las rocas. Al final, cuando ya estábamos rezando, arrancó.
¿Cuál fue el milagro?
-S. L.: Nada, que en la revisión se habían dejado un trapo en el cárter del aceite y obstruía el paso.
¿Y usted, Javier, dónde las pasó canutas?
-J. G.: Yo recuerdo una con un barco que transportábamos pirita quemada. Esa pirita iba rezumando agua y creando en la bodega como una piscina que terminaba por provocar una inestabilidad al barco. Pues bien, a la altura de Finisterre nos encontramos con un gran temporal y el buque comenzó a dar bandazos. En uno de esos bandazos, la pirita se fue a una de las bandas, lo que provocó una eslora importante.
¿Que pasó al final?
-J. G.: Que tuvimos que entrar de arribada en el puerto de La Coruña muy deprisa y con mucho miedo.
¿Cuáles son los mares más complicados para navegar?
-S. L.: Para mí, el Canal de la Mancha. Cuando nosotros navegábamos, sin GPS, era complicadísimo ir por el Canal. Aquello era para morirse con temporales, niebla y un tráfico enorme de ferries entre Francia e Inglaterra.
-L. G.: Yo estuve navegando por el mar del Norte y también era complicado porque, como estaba minado tras la Segunda Guerra Mundial, había que seguir unas boyas. Pero había muchas corrientes te sacaban de la ruta. Así que el truco, ya que no había GPS, consistía en poner el radar y seguir la ruta del resto de los barcos.
Antes recordaban los momentos difíciles, ahora digan cuáles son los más bonitos de un marino.
-S. L.: No crea que hay tantos. Esta profesión tiene otra desgracia.
¿Cuál es esa desgracia?
-S. L.: Pues que al contrario de lo que piensa la gente, cuando llegas a un puerto no te da tiempo de ver nada. Por ejemplo, si llegas a Amsterdam, tienes que estar pendiente de que se descargue o cargue ordenadamente. Te dan las siete de la tarde y solo te apetece ir a tomar algo.
-J. G.: Es verdad. No da tiempo a conocer las ciudades. Yo estuve en el mar del Norte haciendo siete puertos en seis días. Llegábamos a Copenhague, cargábamos de día y navegábamos de noche para llegar a otro puerto. Así que ahora les digo a mis hijos: vamos a ir a Copenhague, que he estado seis veces y no lo conozco.
Pero insisto, habrá algo bonito en la vida del marino.
-S. L.: Sí. Los momentos más bonitos de un marino son cuando estás llegando a puerto y te vas para casa.
-J. G.: Sobre todo, cuando has estado 45 días o más en el Golfo Pérsico.
También será digno de ver un amanecer.
-J. G.: Pues depende, porque si estás de guardia y toca el rumbo para el este te quemas los ojos y no ves el tráfico.
¿En su época, cuánto tiempo estaban fuera de casa?
-J. G.: El primer año estábamos 12 meses en la mar y uno en tierra. Luego en los buques grandes se hacía seis meses de campaña y ahora, por lo que me cuentan los alumnos, se ha rebajado. Suelen ser cuatro de mar y uno en casa o tres y dos, depende del tipo de buque.
¿Es difícil la convivencia en los barcos?
-J. G.: Hay de todo. Depende con quien te toque. Yo estuve en un barco en donde el capitán tenía 64 años, y los oficiales, 58. Yo tenía 33. Imagínate. Aquella convivencia era desastrosa. En cambio, en otros barcos con gente de tu edad, la convivencia era mejor.
Ya, pero son muchos meses en poco espacio.
-J. G.: Sí, pero al hacer guardias de cuatro horas, cada uno está a lo suyo. El único momento en el que se junta la tripulación es en la cena.
¿Es cierto eso de que el marino tiene una novia en cada puerto?
-J. G.: Eso es una leyenda. Con los horarios que se tienen en un barco, eso es imposible. A mí, cuando acaba la jornada, lo único que me apetecía era ir a un restaurante a comer porque acababa aburriéndome de la comida del barco.
-S. L.: Si el barco hacía una línea directa y regular, era más fácil tener novia.
Por último, ¿cuántos capitanes se van a juntar el próximo jueves?
-S. L.: Estaremos unos 30. Pero lo más importante es que cumplimos 50 años desde que nos conocimos.